lunes, mayo 17, 2010

Beatha: Fragmentos -ESPECIAL-

Hoy quería subir esto. ¿Por qué? Porque es el cumpleaños de Sam.

Por tanto este capítulo trata sobre él. Disfrutadlo. Y yendo a donde he llegado, yo no sé lo que os escribiré el cumpleaños siguiente. O, siquiera, el de Liam que es en septiembre. Ay xD

Desde aquí pido disculpas a cierto rubio Gray, para más señas cuya dueña es , porque no tengo la culpa de que cierto personaje le odie un poco xD.

La canción que os pego en el final... bueno, la letra no tiene nada que ver con la historia, pero la melodía siempre pensé que sentaba bien en algo con ese final. Por tanto, ponedla cuando termineis de leer.

Con esto y un bizcocho....

Ah, otra cosa. Iba a subir un dibujillo pero no me ha dado tiempo a subirlo, ya lo haré aparte xD

Y como siempre, gracias a por betear, y eh, gente, que [info]tom_ash escribió un regalo de cumpleaños :D. Podeis leerlo aquí.

Sólo queda decir.... A Shamhradhain, la breithe sona duit! (feliz cumple, sam!)




BEATHA: FRAGMENTOS -ESPECIAL-


Vino al mundo un 16 de mayo de 1991, a las siete en punto. El séptimo hijo. Moira McNamara, su madre, le acogió entre sus brazos amorosos y miró de reojo a su padre. Las primeras palabras que pudo escuchar el recién nacido fueron: "Mañana mismo te haces la vasectomía".
Sonaron risas en la habitación y sus seis hermanos se acercaron a conocerle.
*
Tenía cuatro años cuando se quedó encerrado en el coche de su hermano mayor, que le había dejado dentro porque estaba dormido, mientras él iba un momento a comprar unas cosas.
El niño se despertó y al verse solo se asustó. El coche estaba cerrado. Los cristales de las ventanillas reventaron y cuando Colm volvió se encontró al niño fuera, llorando desconsolado.
Ésa fue la primera muestra de magia de Sam.
*
Un señor con barba se presentó en su casa poco después de cumplir seis años. Era verano. A Sam le recordó a aquel viejo de la película, Merlín el Encantador. Dijo que se llamaba Gearóid Moore y que era el director de un colegio druida. Sam no sabía qué era aquello, pero lo primero que pensó al oírle que le enseñarían a usar sus poderes era que estaba de guasa. Sin embargo, sus padres respiraron hondo, sentados en el sofá y sin perder de vista a aquel tipo, y fue como si un peso se les quitara de encima. No sabía que ese día su vida cambió para siempre.
*
Le vio el día de apertura del colegio. Los de primer curso eran guiados por un profesor a lo largo de todo el recinto. No entendía gran cosa de lo que decía aquel señor con aquella ropa tan rara. Parecía uno de esos escoceses de Braveheart, esa película que había visto con sus hermanos. O un gaitero. Se preguntaba si lo era. Pero no debía reírse de aquello, puesto que él, al igual que todos los niños y las gentes de allí, llevaba kilt y sash. Su madre le había dicho que el suyo tenía los colores de Waterford. O Port Láirge, como debía aprender a decir. Había estado todo el verano dando clases extras de irlandés, por culpa de aquel tipo barbudo y de su oferta de estudio. Por eso debía llevar aquella ridícula falda de lana cuyo estampado era más propio de la camisa de franela de un leñador que de un uniforme escolar, que a su vez diferenciaba a unos de otros por los condados.
Todos los niños prestaban atención al profesor, que repartía unos pliegos de papel con lo que parecía un mapa, y decía algo sobre señalar con el dedo a dónde querían ir. El mapa los guiaría. Algunos probaron a toquetear el mapa con el dedo y unas huellas de pisadas se dibujaron a sus pies. No podía creerlo. Una niña a su lado, con una falda larga verde y azul, rostro ovalado y rizado cabello de color cobrizo se rió entre nerviosa y divertida. Y junto a ella, le vio. La mirada fija en el profesor, como si de cada palabra dependiera su vida. Tenía cara de no haber dormido la noche anterior y de haber vomitado el desayuno. Macilento, de rasgos afilados. Se fijó en sus grandes ojos castaños casi abiertos de par en par y en sus labios fruncidos. Parecía estar mordisqueando una de las comisuras. Y mientras le miraba, tuvo la absoluta certeza de que estaba tan perdido como él.
*
Resultó ser idiota. Aquel chico flacucho era un idiota integral. Un pijo. Un niñato. No hablaba con nadie y mucho menos en inglés. Sabía que se llamaba Liam McCubbin y que era de Donegal, y también que tenía un hermano que tenía diez años más que él. Estaba mimadísimo. Le sacaba de sus casillas el trato que Liam recibía. Sam había llegado tarde un día, porque se había quedado dormido, y lo castigaron a ir a ver al director, y McCubbin, en cambio, había llegado tarde más de una vez, incluso faltado a clases durante días. Y nadie decía nada. Todo el mundo le favorecía y besaba el suelo que pisaba. Ya era hora de que alguien le bajase los humos a aquel imbécil.
Por fortuna, sus amigos, Seán y Jerry, opinaban igual.
*
Algo no marchaba bien. Se había despertado de golpe, como cuando sueñas que te caes. Y SABÍA que algo no iba bien. Consultó el reloj y vio que se acercaba la hora del desayuno, así que se vistió y se dirigió al comedor. Lo bueno de madrugar era que podías elegir las mejores cosas. Cuando se disponía a pedir su desayuno, notó un pellizco muy fuerte en su brazo, pero no había nadie cerca de él para hacerlo. Se sobó la zona afectada y abrió la boca para volver a pedir su desayuno, y ahí estaba otra vez aquel dolor. Al siguiente intento reprimió el quejido y, por fin, logró pedir.
Buscó un sitio para sentarse y luego miró a su alrededor. Allí estaba. Tenía que haberlo supuesto desde el principio. Liam McCubbin le miraba con una sonrisa maliciosa, y levantaba su taza a modo de saludo. Aquella maldita lombriz lo había vuelto a hechizar. Se apostaba cualquier cosa a que Seán y Jerry también iban a sufrirlo.
- ¡Será capullo...! -gruñó.
Tenía que reconocer que el muy cabrón sabía cobrárselas.
*
Al principio pensó que era porque parecía una niña. Con aquel pelo largo, aquella melena y su flequillo de niña. Ningún chico llevaba peinados de nena. Él no tenía la culpa de que pareciera una chica. Por eso le gustaba. Jerry decía que se la meneaba pensando en Nell Buckley, pero a él Nell Buckley le parecía una chica sin pizca de gracia. Tenía dientes de ratón y Sam insistía en que bizqueaba.
Y él seguía soñando que trepaba por aquellas piernas, las piernas de una chica, se molestaba en repetirse a sí mismo, aun cuando no hacía mucho había aparecido un día en clase con el pelo rapado. Cada noche subía más por esas piernas, un poco más, hasta que una noche se coló bajo su kilt, y no esperaba encontrar aquello. Ni siquiera en sueños. Se despertó totalmente espantado. Y con una erección gigantesca.
Aquél fue el comienzo de su tortura, porque lo único que recibía de Liam eran miradas de odio.
*
La primera vez que estuvo con un chico había sido... patoso. Patoso, sí, pero divertido. Había tenido, también, la lejana esperanza de darse cuenta de que aquello no era lo suyo al final, de probar que no era gay. Pero a pesar de todo, la experiencia había sido lo más excitante que había vivido nunca, y definitivamente tendría que aceptar la verdad. Curiosamente, se sentía feliz.
Lo único que apagó aquella euforia fue el sonido de una melodía que destilaba rabia. Alcanzó ver a Liam tocando furiosamente su tin whistle. No parecía muy alegre. Tenía lágrimas en los ojos.
*
Hacía una semana que no se le veía por el colegio. Desde que se desmayó en la biblioteca. Había estado rondando por la enfermería, pero allí no estaba -tampoco estaba en su habitación, porque Jerry y él compartían cuarto-. Lo cierto es que el asunto ya le escamaba.
El director se iba del colegio los fines de semana, y no le resultó difícil colarse en su despacho. Sin hacer ruido, buscó en el archivero el historial de los alumnos hasta que encontró el que buscaba. Se sentó en el suelo y leyó con avidez. No estaba preparado para lo que encontró.
No volvió a hablar hasta el día siguiente.
*
Aún no había cumplido los dieciséis cuando pilló su primera borrachera. Era Beltaine, y alguien había logrado colar alcohol en el colegio. McCubbin había vuelto después del susto en la biblioteca, pero no había durado allí ni un mes. Y había desaparecido de nuevo. Se empezaba a comentar que se había ido del Draíochta definitivamente, y Sam temía que no fuera lo único que el chico hubiera abandonado. Se sentía tentado de escribir a la familia y preguntar, pero ¿qué iba a decir? ¿"Estimados McCubbin, soy el hijo de puta que tortura a su hijo menor a diario. El motivo de mi carta es para saber si se ha muerto ya o no. Espero su respuesta. Eternamente suyo, Samhradhán McNamara"?
Por tanto, cuando le acercaron la botella no se lo pensó dos veces y empinó el codo hasta acabarla. Lo mejor era no pensar.
*
Ganas de matarle. Eso es lo que tenía. Él se había pasado un año muerto de preocupación y se encontraba al muy subnormal colgado del brazo de un rubio -probablemente con mucho menos cerebro que aquella maldita Lombriz-. En Beltaine, nada menos. Sonreía como un gilipollas y se veía a leguas que babeaba por aquel idiota de pelo oxigenado. No pudo reprimir el impulso de chocar con ellos a propósito e insultar a Liam -Mira por dónde vas, capullo-. Su sentido común le salvó de intercambiar unas cuantas palabras más con su objetivo, porque aquel tipo que acompañaba a McCubbin le sacaba casi una cabeza y tenía más espaldas que él. Y más bien era que en realidad su orgullo estaba muy herido. Resultaba que a Liam le gustaban los tíos, sí. Pero tíos que no tenían nada que ver con él.
*
Sam se esforzaba. Se esforzaba por no darle un buen par de hostias a Liam, para que espabilara. Para que saliera de aquel maldito trance, aquel puto coma en el que parecía estar. Durante el colegio había tenido la oportunidad de verle triste, pero no como en aquel entonces. Aquello era depresión. Una bien grande. Era un total desprecio por la vida. Por las propias ganas de vivir. Le daban ganas de llorar. Le veía ir a clases como un robot. Automático. Hacía sus trabajos solo. Pero él se las había ingeniado para romper aquella monotonía mecánica y se había colado en su vida.
Mientras el resto de los estudiantes celebraban la fiesta en torno a las hogueras, Liam bebía en silencio. Bebió hasta que, con total probabilidad, su hígado se negó a filtrar más alcohol y se echó a llorar mientras se precipitaba a sus brazos con desconsuelo. No paró de repetir durante el resto de la noche que era culpa suya, además de un nombre, entre otros balbuceos, hasta que consiguió dormirse.
A Sam no le importaba de quién fuera la culpa. Lo único que tenía claro es que le partiría las piernas a ese tal Zach, si alguna vez se lo encontraba.
*
No podía creérselo. Por mucho que lo intentase, tenía que pellizcarse para demostrarse a sí mismo que estaba despierto. Porque aquello parecía un sueño. Un sueño precioso, y anhelado. Y cruel, porque en cuanto despertara iba a tener que darse cuenta de que aquello había sido sólo eso. Un sueño.
Pero no lo era. Liam dormía bocabajo, desnudo junto a él. Y Sam reprimía las ganas de saltar en la cama y comérselo a besos. Al mismo tiempo. Porque no iba a dejar que se le escapara.
*
Le había visto agotado. Desesperado. Frustrado. Enfadado. Totalmente furioso. Le había visto tirar los papeles al suelo y pisotearlos. Le había escuchado decir mil veces que abandonaba, que era imposible, para cinco minutos después volver a estar trabajando en ello. Le había visto enfrascado durante horas con una fórmula. Le había visto pasar noches enteras sin dormir y reescribir papeles repetidas veces.
Por eso cuando aquel día llegó a casa y se lo encontró esperándole en la puerta, cuando le cogió por la camisa, lo empujó contra la pared y se le tiró encima, Sam supo que no vería nada de eso nunca más.
*
El olor del mar y el tronar de las olas. Los dos, frente al archidruida, con los pies descalzos y las manos entrelazadas. Un sí mutuo, una sonrisa en la cara, miradas cómplices. Se comunican con la mirada, no necesitan nada más. Un beso.
Una vida por delante. Juntos.



2 comentarios:

Misery dijo...

Sí, Sam y Liam se quieren.Y Sam tuvo suerte de acabar con Liam con ese historial que me trae el pobre xD
Me recuerda un poco a mi hermano, pero mi hermano va más por las chicas (Desilusión profunda... sigh).
Me parece genial eso del homenaje de cumpleaños. Se lo merecen ¿Cuántas veces no nos aferramos a nuestros personajes? Con lo importantes que son, es lo menos que podemos hacer por ellos, escribirles.

Ariniel dijo...

¿El qué te recuerda a tu hermano? El mío es muy homófobo. Yo siempre le digo que tanto miedo es porque está reprimiendo algo y se cabrea xD.

Sam hace menos tiempo, pero Liam, el mes que viene, hace tres años que está en mi cabeza. Y no podría molestarme menos. De hecho lo adoro. Todos mis personajes se hacen compañía :3 Estoy desarrollando una esquizofrenia de cuidao, seguro xD Un dia uno de mis personajes me poseerá (y dominará el mundo. buajajaja)