domingo, abril 26, 2009

Beatha: Tir na nÓg

Situado en el 99.

BEATHA: TIR NA nÓG

Será el primer Samhain al que falta. No sabe cuántos días lleva allí. Cree que desde poco después de su cumpleaños, pero no puede pensar con mucha claridad, por la medicación. Las paredes son molestamente blancas y las sábanas de aquella cama demasiado ásperas para su gusto. Quiere volver a su habitación. No le gusta estar en el hospital, si es tumbado en una camilla.

Tiene unas ventosas en el pecho. Le están dejando marca, le quitaron una y le quedó un moretón redondito. Está conectado a una máquina a través de esas ventosas, que pita de vez en cuando. Es un ruido molesto, no le gusta que eso pite, porque si pita muy rápido, que es cuando él se siente mejor y se empieza a dormir, todos vienen con cara de susto y le dan de beber algo asqueroso y vuelve a encontarse peor. Él sólo quiere descansar…

Al rato ve a su madre. Tiene el pelo muy largo y le encanta peinarlo y hacerle trenzas. Cuando lo hace, ella canta y se ríe. Pero desde que está allí, mamá no se ríe más y no puede peinarla. Pero sí que canta, todas las noches, tumbándose a su lado con él y con Artie.

Unos días después aquella cosa molesta empieza a pitar. Todo el rato. Es una máquina chivata. Es de día, pero tiene sueño, ¿por qué no le dejan dormir? Mamá está allí y le coge la mano, le dice que aguante. Sin embargo, Liam no entiende por qué no puede echar una cabezadita. Está cansado. Pero mamá sigue hablando, diciendo que si se porta bien cuando llege Patrick le enseñará su moto nueva, y que cuando se ponga bueno seguro que le deja subir. Él ha visto la moto mil veces, en la foto de la revista que su hermano guarda desde hace años, y la tiene muy vista. Prefiere dormir.

La máquina vuelve a sonar. Le dan de beber. Suena, bebe. Vuelve a sonar…

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… le dejan dormir, por fin. Y vuela. Flota sobre aquel espacio, y sale del hospital. Pasea por Phoenix Park descalzo, sólo en compañía de los cisnes que navegan suavemente por el agua de los estanques. Hay un perro frente a él, muy grande, que le mira y corre, y se mete en el agua. Se acerca hasta allí y pellizca la orilla, levantándola como quien levanta una alfombra. Hay un sitio más bonito debajo, y no duda en entrar. No lo sabe, no le importa_ Aquello es Tir na mBan, Tir na mBeo, Tir Tairngiri.

Tir na nÓg.

La Tierra de las Mujeres, la de los Vivos, la de Promisión. La de la Juventud.

El Otro Mundo.

Ve aquel perro gigantesco. Se parece a su perro Atlas, y en un arrebato de alegría corre hacia él.

- ¡Cabell*! –grita. El perro levanta la cabeza y agita la cola mientras el niño se le aproxima.

De repente se detiene, asustado. No debe correr, luego le costará respirar y tendrá que tomarse una poción, que no lleva, por cierto, pero al pararse comprueba que su respiración es óptima, y en un arranque echa a correr hacia el animal, que ladra contentísimo y le lame la cara nada más alcanzarle.

Cabell le conduce hasta un pequeño jardincito, con un túmulo. La hierba sobre el montículo hace dibujos en espiral. Era bonito. El perro se adelanta y ladra adentrándose por el hueco que conduce al interior de éste, y una voz masculina le contesta, asomándose.

Tiene ojos castaños y pelo oscuro. El hombre sonríe al chiquillo y se acerca para acariciarle paternalmente la cabeza. Viste ropa de druida, pero la capa es mucho más elaborada que las que Liam haya visto nunca.

- Veo que Cabell te ha traído hasta aquí, Liam –saluda.

- ¿Sabe mi nombre?

- Claro –sonríe- Somos familia.

El niño sabe entonces, sin que se lo digan, que aquel hombre es su abuelo. No Daidéo Michéal, sino el padre de su mamá.

- ¿Vives aquí?

- Sí, éste es mi sidh*.

- ¿Y cómo te llamas?

El hombre ensancha su afable sonrisa, haciendo a Liam sentarse sobre la hierba y sentándose a su vez al lado. Lo sucedido con aquel hombre joven, que nunca debiera de haber salido de allí en primer lugar, y quien fue enviado de vuelta tan cruelmente sin tener tiempo de conocer a su hija. Liam era muy pequeño para oír aquello, y sabía que aún después de tantos años, era doloroso para Maeve el contarlo.

- Mi nombre es Gwyon*, un placer conocerte en persona.

Liam sonríe de vuelta, contento, y se tumba en el suelo. Aquel césped huele mejor que cualquiera que haya olido antes.

- He oído que has empezado a aprender música.

- Sí. En el colegio tengo una tin whistle. Es pequeñita y es de metal. Paddy dice que debería tocar el violín como él.

- Y seguro que eres capaz. Podrías aprender también. Pero si te gusta más lo otro, adelante.

Su Daidéo Michéal siempre le regañaba porque se esforzaba tocando y luego le dolía el pecho. Es divertido que su otro abuelo no le regañe.

- ¿Sabes? Maiméo –Liam se refiere a Maeve, su abuela materna, puesto que es la única que tiene- tiene una trenza muy larga muy larga que le sale casi blanco de la cabeza y termina naranja al final.

Gwyon ríe.

- Antes sólo tenía la parte naranja. Era un color tan vivo que parecía fuego.

- ¿Sí? –Liam le mira curioso, le cuesta imaginar a su abuela con un pelo con aspecto de lumbre, y su abuelo, de apariencia tan joven que no parece mayor que su hermano, asiente. Es un hombre delgado y algo bajo, aunque no puede saberlo con seguridad al ser él mismo pequeño y estar ambos tumbados. Tiene el pelo trenzado por las sienes, algo largo, como los druidas de su colegio.

El hombre se palmea las rodillas y suspira.

- Me temo que no puedes quedarte mucho. Sólo aproveché este ratito para verte, por eso envié a Cabell a buscarte.

- ¿No puedo quedarme?

- No, tienes que regresar a casa. Tu madre te está esperando –comenta- Liam casi jura que su abuelo siente algo de envidia.

- ¿Y tú no vienes?

- No, hijo, yo tengo que quedarme aquí y cuidar de Cabell. Pero recuerda decirle a tu abuela y a tu madre que las quiero mucho y dales un abrazo de mi parte, ¿te acordarás?

El niño asiente y se levanta. ¡Pero si acababa de llegar! ¿En serio ya se tiene que ir?

- Ven aquí, pequeño, y dame un abrazo. Tengo algo para ti.

Liam es alzado y se le agarra al cuello. Mamá se parece a él. Entonces, cuando le suelta, Gwyon entra en el túmulo y le entrega una flauta más grande que la suya. Está tallada con un intrincado celta, un laberinto de nudos, toda de madera.

- Es un regalo. Hace mucho tiempo que pensé en dártela, y me agrada haber encontrado la ocasión de hacerlo tan pronto –le revuelve el pelo nuevamente- Ahora es hora de que vuelvas. Súbete en la grupa de Cabell y agárrate bien. No te caerás. Él te llevará de vuelta y en cuanto llegues, métete en la cama, ¿lo has entendido?

No tardan mucho más en despedirse. El perro toma un ritmo vertiginoso en cuestión de segundos y antes de que Liam pueda darse cuenta, algo frío le salpica la cara. El estanque. Intenta mirar atrás pero ya no se ve el sidh de su Daidéo. Llegar al hospital tampoco supone un problema y su montura reduce la velocidad notoriamente cuando se aproximan al cuarto por el pasillo. Está vacío, pero el niño no le da importancia y de un salto se tumba en la cama, donde repentinamente cae presa del sueño.

Despierta, dando por hecho que ha pasado un rato, y se siente cansado. Le duele el cuerpo. Es como si estuviese enfermo. De nuevo. Riannon McCubbin le mira con ojos brillantes, como contenida. Como cuando se acuerda de algo triste.

- Mami… -dice, cansado. Quiere disculparse por haber salido sin su permiso y haberse ido tan lejos. Está cambiada. La mira fijamente, con los párpados pesándole sobre los ojos, hasta que descubre cuál es la diferencia. Su pelo.

Ya no es largo. Le llega un poco más debajo de las orejas. Ya no podrá peinarla, y mamá no cantará ni se reirá ni podrá hacerle trenzas al mismo tiempo.

Se da cuenta de que tiene algo en la nariz, metido por los orificios. Intenta sacarlo y siente molestias más allá de la garganta, y al tirar de uno de los tubos siente como si se ahogara.

- Tranquilo, es un respirador, como el que te pusieron la otra vez, ¿te acuerdas? –intenta calmarle Riannon- Espera, ahora te lo quito, pero tienes que estarte quieto…

Mamá le saca ese trasto enseguida y le da un beso en la frente. El niño aprovecha para rodearle el cuello con los brazos y susurrarle.

- El abuelo me ha mandado recuerdos.

Riannon se congela.

- ¿De qué hablas?

- Daidéo Gwyon. Me ha dicho que te diga a ti y a la abuela que os quiere mucho. Vive en un sidh y es muy bonito, tiene espirales encima. ¡Y un perro muy grande que se llama Cabell! He venido subido encima suya.

La druidesa no sabe qué decir. Quiere pensar que el niño ha soñado aquello, pero nunca han dicho el nombre de su abuelo delante de él. Viviendo en un sidh… sólo puede haber sido en un sitio.

- Me ha dado un regalo… -Liam mira sus manos desnudas, y bajo las sábanas. La flauta no está. A pesar de las recomendaciones de su madre, se remueve para buscarla, y finalmente aparece bajo la almohada.

Riannon susurra mentalmente el nombre de las tierras que su hijo ha visitado. Su padre ha cuidado de Liam mientras ha estado allí. Aunque todavía no se lo cree.

Horas después, cuando la sanadora consulta a su madre, Maeve no puede creerlo de primeras. Interroga a su nieto, le pide que describa al hombre, y lo que la convence definitivamente es aquella flauta. La conocía bien.

Con una sonrisa nostálgica, el recuerdo de aquel hombre brilló en su memoria, y agradeció a Gwyon, aquel joven misterioso que una vez se le presentó en una noche de Samhain buscando orientación, que se cruzase en su camino. Le trajo dicha en el pasado, y se la ha traído nuevamente ahora, porque su nieto ha vuelto gracias a él.

Liam tardará en un par de años en conocer la importancia de su viaje, y los detalles sobre la extraña tierra donde vivía su abuelo.


+++++
* Cabell es el nombre del perro gigantesco del Rey Arturo. Se relaciona a los perros con el Otro Mundo y también son un símbolo de curación.

* Un sidh es un túmulo.

* Gwyon es el nombre galés de Arturo, en su infancia. Por eso el perro se llama Cabell, es un guiño xD. Aunque realmente es un nombre frecuente en la mitología celta galesa.

domingo, abril 19, 2009

Beatha: Cristales Rotos

No puedo creer que Cristales Rotos no esté publicado aquí. Es el inicio de la historia de Liam, el primer capítulo de Beatha. Algún día, cuando termine la historia, probablemente, haré una entrada para mostrarlos ordenados. De momento, serán salteados. Porque como he dicho en otro sitio, los recuerdos nunca fluyen en línea recta. Contando este, son siete capítulos los que aún no he subido aquí, pero voy a hacerlo. No sé a quién le interesa leerlo, tampoco me importa demasiado xD.

Ubicado en primavera de 1994. Por cierto, Morna es la elfina y Atlas es un mastín que tienen.

BEATHA: CRISTALES ROTOS

Si a Patrick McCubbin le preguntas, dirá que no se acuerda

Si a Patrick McCubbin le preguntas, dirá que no se acuerda. Si le dices "Oye, Pad, ¿qué pasó el día en que tu hermano se puso malo?" te dirá que fué hace mucho tiempo y que todo resulta muy borroso.

Estará mintiendo como un bellaco.

Todo comenzó con un peluche.

Él tiene trece años, y Liam dos y medio. Hace cuatro que está yendo al Draíochta y pasa en casa los fines de semana. Y al llegar aquel viernes descubre algo que no le gusta nada.

Su hermano se ha encaprichado con su osito. No es que le tuviera un especial cariño, es decir, estaba siempre allí, sobre el cojín de su cama, y ahora parece que hay un vacío inmenso. Nunca se ha parado ni a mirar aquel montón blandito de felpa marrón pero se lo han llevado y es SUYO. Quizá sea porque ha sido hijo único durante demasiado tiempo, y está por preguntarle a la elfina si lo ha echado a lavar, cuando lo ve.

A Liam. Babeándolo. Se lo arranca de las manos con un "pero qué haces con eso" y el niño lo mira con sus grandes ojos castaños, sin comprender por qué se lo quita, si no lo iba a romper. Liam sabe que no hay que romper las cosas de su hermano mayor desde la última vez que entró en su cuarto y se puso a jugar con una figurita de colección de Quidditch, que resultó ser más delicada de lo que parecía.

Pero Artie, que es como ha bautizado su madre al oso, al escucharle pedírselo diciendo "Atti, Atti", cuando en realidad intenta decir "Patrick" sin quitarse el chupete; huele a su hermano mayor y como le gusta echarse la siesta con él y no estaba lo cogió. Pero el joven no parece entenderlo y Liam todavía no tiene un gran manejo de la dialéctica como para expresarse.

Patrick arruga el ceño al agarrar el oso, que ahora no huele a su "nada" habitual, sino que apesta a papilla de fruta. Mira al crío, gruñéndole algo de que comience a tomar comida de verdad y deje el chupete, y se marcha pordonde ha venido, escondiendo el muñeco en lugar seguro.

Liam no se queja en lo que queda de día, porque su hermano está allí para jugar con él y a Patrick se le ovlida su enfado enseguida.

Pero al día siguiente los chavales muggles del pueblo lo llaman para jugar al hurling y es entonces cuando el pequeño recuerda a su blandito compañero y deja de jugar con Atlas para emprender una aventura en pos de su busca.

En ese mismo momento, Riannon es reclamada en el hospital y sale tan aprisa que olvida recordarle a Morna que le eche un ojo a Liam.

Ajeno a la falta de vigilancia, el niño registra la casa, subiendo solo por las escaleras para buscar a su hermano, o a Artie, que debería estar encima de la cama de éste, pero no está y después de mirar también debajo, donde sólo hay zapatos apestosos, vuelve a bajar las escaleras, con éxito y sin percances, y mira en el comedor y en el salón.

Se dirige hacia la cocina pero de repente repara en una puerta que nunca ha visto abierta pero que ahora lo está, y en su cabecita curiosa hay un gran sitio que rellenar con las cosas interesantes que debe haber en ese cuarto misterioso.

Entra y queda tan maravillado por el montón de colores que hay que se quita el chupete y lo tira al suelo. Algunos botes brillan como si los hubieran llenado de luciérnagas. Otros burbujean y algunos cambian de color. Y él quiere mirarlos más de cerca.

Ve un banquillo cerca y tiene una idea fabulosa. A veces ha visto a su mamá coger la silla de su cuarto para subirse y alcanzar a la parte de arriba del armario, porque si se sube a una silla es más grande.

Así que la arrastra hasta la encimera que más atención le llama y tras maniobrar un poco para subirse, finalmente logra ver todo ese repertorio de frascos, probetas y medidores desde otra perspectiva. Se pregunta a qué sabrán, porque tienen colores muy bonitos y deben saber muy bien. Los caracoles del parque son marrones como la tierra y a Atlas le gustan mucho, pero a Liam no le gustan ni los caracoles ni la tierra. Por suerte no hay ningún frasco marrón.
Pero hay uno rojo que parece sirope de fresa y lo alcanza y bebe un poquito. Resulta no tener el sabor agradable que esperaba, y alcanza el siguiente, que parece una botella con un trocito de cielo dentro y Liam siempre ha querido saber qué sabor tiene el cielo. Pero tampoco está bueno. Y prueba una verde. Y una amarilla. Y una morada. Y otra, y otra más... Y entonces comienza a no sentirse bien y quiere llamar a mamá porque ella siempre le quita el dolor de tripita con un zumo de manzana y un beso en la nariz, pero es que no le duele la tripita. Le duele más arriba y más adentro y cuando intenta llamarla no puede y todo es negro y siente que cae al vacío pero todo lo que nota es un golpe sordo y lejano.

Cuando Riannon vuelve, su hijo Patrick está entrando en casa, y tras soltar el bolso va en busca de Morna, que está en la cocina, y le pregunta por el niño. La elfina palidece y dice que no lo ha visto desde la comida y que suponía que estaba con la ama, pero Riannon niega y repara en que no la había avisado de su marcha. Sale hacia el jardín, quizá está en el invernadero, y Patrick mira mientras tanto en las habitaciones. No está en ninguna y supone que estará afuera, así que se despreocupa y baja de nuevo a la cocina para comer algo. Sin embargo, a mitad del pasillo ve el chupete en el suelo. Enfrente del laboratorio de su madre, cuya puerta está entreabierta. De un manotazo a ésta se abre paso hacia adentro y olvida respirar. Lo primero que ve son las encimeras chorreando líquido y buena parte de las pociones que había encima de éstas o vacías o goteando hacia el suelo. Muchas de las probetas están rotas. Se le olvida incluso pestañear y al rodear la mesa de trabajo del centro de la habitación se le va la sangre del cuerpo. Se lo encuentra tumbado, empapado, casi con los ojos en blanco y cortes por el cristal en la cara y las manos.

Lo coge en brazos, aterrorizado, y sale corriendo hasta la cocina, hasta la puerta del jardín, para llamar a gritos a su madre. Ayuda. No respira.

Le sorprenderá el amanecer con unas ojeras de campeonato y la ropa aún sucia del día anterior.

El lunes no va al colegio. No ha consentido en irse. El martes, Liam aún no ha salido del hospital y sus padres no le dejan ir a verle.

Es jueves por la mediodía cuando despierta por el ruido y ve a sus padres en el pasillo, frente el cuarto de su hermano. Lleva al niño en brazos y parece un muñequito de trapo viejo y descolorido. Tiene tantas ojeras como él y ha perdido peso. Su padre lo recuesta en la cama, le pone unos calcetines gruesos para que no se le enfríen los pies y su madre le besa la frente y lo tapa con las sábanas. El niño, adormilado a medias, se despoja de aquel chupete que le deberían haber quitado hace tiempo y lo llama antes de devolverlo a la boca. Tiene la voz ronca, rota, como si no fuera suya. No es su voz. Habla como si le rasparan la garganta con un rallador. El niño lo llama por su nombre pero Patrick no alcanza a entender que lo llama a él y no al peluche, y en su error sale disparado al escondite para rescatar al muñeco.

Cuando le hace entrega del juguete los padres se marchan y lo dejan estar con él un rato. Luego le hablarán de los cambios. Pero primero es importante que los dos vuelvan a estar juntos porque, el mayor no lo sabe, pero Liam lo ha echado terriblemente de menos. Y el oso no huele a papilla, sino a su hermano, y Liam abraza el peluche contento de que le haya sido devuelto. Devuelto por el dueño, todo hay que decirlo, y que ahora es suyo. Y para hacer un intercambio el n iño lo medita y le tiene el chupete mientras dice "tete" y Patrick entiende a pesar de la falta de palabras y le sonríe mientras acepta el presente.

"Quédate a Artie, pero que no me entere de que no lo cuidas", advierte, muy serio. Casi amenazante, porque no quiere pedirle perdón a un crío que no tiene ni tres años, pero si hay algo que le gusta a Liam de su hermano mayor es que le habla como a los niños que se juntan con él, y es como si fuera grande también. Le habla como si entendiese todo lo que le dice, aunque no lo haga. Y sonríe de vuelta y el cansancio lo vence porque está en casa y Paddy está allí y le contará un cuento mientras se tumba a su lado.

Si a Liam le preguntas por el origen de su manía a dormir abrazado a algo te dirá que es por su peluche, después de mucho insistir y amenazarle y hacer que se ponga colorado. Pero es porque no recuerda casi nada de aquel entonces. Ni sabe que el día en el que Artie fue suyo por fin dejó el chupete. Ni de que el nombre original de Artie no es Artie en absoluto, sino que en sus comienzos se llamaba Mr Whiskers. Y Patrick no lo sacará del error, ni te sacará a ti.

Y tampoco te dirá la verdad si le preguntas qué guarda en la caja de madera que hay cerrada con un hechizo en lo alto de su armario. Te dirá "Son revistas guarras", o cualquier cosa por el estilo. Pero lo cierto es que es su cofre del tesoro. Y una de las joyas más valiosas es un chupete viejo.

***

Está sonando: I'm no Angel, de Dido.

viernes, abril 17, 2009

Beatha: Paciente

Nuevo chap. Estoy mu Sam/Liam últimamente. Y [info]misspiruleta y [info]taconesrotos no ayudan a que salga del looping xD. Pero bueno. Les estoy dando vueltas a las peticiones (los que me pidieron por msn por favor que se personen por estos lares o me envíen un mail, así no se me olvida).

Situado en invierno de 2014/2015

BEATHA: PACIENTE



Liam intentó abrir la puerta, por enésima vez.

- Que me abras, te he dicho un millón de veces -ordenó. Su voz no indicaba que le quedara mucha paciencia en sus reservas. De hecho, se estaban agotando.

- Y yo te he dicho, otro millón de veces, que no pienso abrir -contestó una voz enronquecida al otro lado.

El joven suspiró hondo mientras trataba de conservar la calma. Tampoco se iba a poner en plan asesino en serie sólo por que no le abrieran una puerta. Aun en aquellas circunstancias. Se aclaró la garganta y empleó su voz más conciliadora. Como si estuviera negociando con un terrorista.

- Sam, por favor. Anoche te di el capricho porque dijiste que estabas bien, pero sigues malo y a estas alturas ya no cuela.

- Pues haces el favor y me sigues dando el capricho -respondió el aludido, con pocas ganas de charla.

Y llevaban así cerca de una hora. Liam perdió los papeles, definitivamente.

- Mira, McNamara. Aquí hay dos maneras de hacer las cosas, dado que no ayudas: por las malas, o por las malísimas. Así que no me toques más los cojones qu-

- Te he dicho que no entras, y no entras -respondió el otro, testarudo.

- ¿Conque ésas tenemos? Vale, muy bien -dijo Liam entonces, y se escuchó un chasquido dentro de la habitación. Se había aparecido. Le miró desafiante, con una ceja alzada.

Sam estaba aferrado a una manta, empujando contra la puerta y con cara de pocos amigos. Estaba pálido, ojeroso, y definitivamente era sudor lo que perlaba su piel. Tenía el pelo apegotonado en la frente; y el pijama, o lo que se veía sobresalir al menos, estaba arrugadísimo y no es que oliera a rosas, precisamente. Liam se apresuró a entreabrir la ventana.

- Joder, aquí huele a oso, tío.

- Me voy a cagar en tu madre veinte millones de veces, te dije que no entrases.

- Cuidadito que aquí yo también puedo insultar. Y si empezamos a mentar a las madres... -amenazó, pero no iba realmente en serio.

Cuando había llegado el día anterior, Sam, que había pasado la tarde en casa, le dijo que iba a dormir en el cuarto de estudio. El cuarto de estudio había sido su antigua habitación, pero al empezar la relación habían decidido usarla como el cuarto para estudiar. Tenía una cama pequeña, dos escritorios con ordenadores y las paredes cubiertas de estanterías con libros. La mayoría de Liam, cómo no. La explicación fue que había pillado un resfriado, pero que se había tomado una poción y se iba a dormir. Y Liam, tras el trabajo en el hospital y el que ahora tenía en el laboratorio, puesto que acababa de conseguir la beca de investigación, no puso muchas pegas. Sam era un tipo responsable y también era un buen médico.

Aquella mañana no se vieron. Esa semana Sam tenía turno de noche y Liam ya estaba fijo por las mañanas, así que el segundo no se fijó en nada más que prepararse el desayuno y salir pitando al hospital. Ya allí, horas después de comenzar su jornada laboral, el director, un druída hijo de muggles que había querido dedicarse a aquella rama de la medicina, tal como los dos chicos, le llamó. Sam no había ido a trabajar y no sabía si había pasado algo. Sin mucho esfuerzo Liam sumó dos mas dos y explicó lo que había pasado.

Y allí estaba, en medio de la habitación, con los brazos en jarra y una mirada para nada amigable.

- Déjame que te ayude a levantarte.

- Puedo yo solo, muchas gracias -cortó el moreno. Liam suspiró.

- Sam, tienes fiebre, y calculo que no muy baja. Podía oír castañear tus dientes desde el kiosko de la esquina. Deja que-

- He dicho que no, hostia. Que puedo yo solo.

Y se puso en pie. Dificultosamente y agarrándose a la pared como si estuviera borracho, pero lo hizo. Aunque un segundo después Liam le había agarrado por la pechera y lo había sentado en la cama, sorprendentemente con el material necesario para hacerle un examen médico. No sabía dónde lo había tenido escondido hasta entonces, pero tampoco podía pensar con claridad. Revolverse no tenía sentido, se sentía demasiado débil, pero aún así presentó algo de lucha, impidiendo que su compañero le auscultara. La inmunodeficiencia de Liam no podía tomarse a la ligera. Un catarro no detenido a tiempo podía matarle.

- Liam, no. Podría contagiarte y-

- Estoy tratando infecciones a diario. ¿Crees que me voy a asustar a estas alturas? -esta vez fue éste quien le interrumpió.

- Pero -comenzó, pero el otro no le dejó hablar.

- Me cago en los Fomorianos, Sam, que vive Túireann que te chupo la cara y el cuerpo entero si hace falta -la frase no tenía connotaciones. O no las tenía, al menos en aquel momento-. Ocho pociones al día, siete días a la semana. Extra si es algún brote imprevisto. No me vas a contagiar nada y no me toques más los huevos y déjame examinarte de una vez.

Y Sam se rindió y se dejó auscultar y que le tomara la temperatura, y permitió también un par de hechizos y que Liam tomase unas muestras para hacerle un medicamento. Se quedó medio adormilado sobre la cama sin saber por cuánto tiempo hasta que su pareja volvió de nuevo a la carga, tironeando de él para que se levantase.

- Vamos a la bañera -le oyó decir, mientras cargaba con él.

No prestó mucha atención durante todo aquel rato, aunque sí recordó posteriormente el cuidado con el que Liam le había desnudado y lavado. Volvió a quedarse dormido de nuevo una vez hubo vuelto a la cama (que tenía sábanas limpias, pero no se dio cuenta), tras haber sido obligado a beberse algo asqueroso y un vaso de agua.

Se despertó encontrándose un poco mejor, por un tintineo cercano. Liam estaba poniendo con cuidado algo sobre la mesilla de noche. Había un vial de color morado que sabía que bajaba la fiebre y un vaso humeante. También había un plato. No sabía si olía bien, tenía la nariz congestionada.

Liam le miró sonriendo escuetamente mientras volvía a reconocerle. Ahora que estaba un poquito más lúcido se fijó en su faceta médica. Se tomaba muy en serio su trabajo y eso se notaba. Aunque había algo en su toque, en su forma de tratarle, que podía llamar mimo. Estaba seguro que si lo mencionaba el muchacho lo negaría de todas las maneras posibles, porque estaba aún más seguro que por muy bien que tratara a sus pacientes, no era de aquella forma.

- Hay una noticia buena y otra... no tan buena -el silencio se rompió cuando el examen médico hubo terminado. Sam le miró intrigado- La buena es que te he hecho una poción -comenzó, señalando el vaso- ... y la no tan buena, que te he hecho sopa –terminó, con una sonrisa furtiva. Sam temía su cocina desde que eran compañeros de piso. Era sorprendente que alguien que hiciera pociones tan elaboradas con total perfección no supiese cocinar algo mínimamente comestible. Aunque sabía que su madre tenía el mismo problema y el mismo don- Pero es de sobre, tranquilo -aclaró divertido al ver su cara.

Fue cuestión de minutos que le hiciera comer y tomar las pociones, que le dejaron nuevamente fuera de combate, hasta que volvió a despertarse con las luces de la calle ya encendidas. Se oía jaleo en la cocina.

Sam se levantó, todavía algo débil, pero totalmente repuesto. De todas maneras se preocupó de buscar sus zapatillas de andar por casa y una manta pequeña que había sobre la silla. Liam tenía una bata, pero él no acostumbraba a usar esas cosas.

Encontró a su novio ocupado con el caldero. Estaba calentando la poción que había hecho para él, aunque no parecía que la fuera a usar próximamente. Parecía más bien una reserva vistos el montón de viales recién lavados escurriendo y listos para embotellar.

- Oye, Li.

- Dime.

- ¿Me has bañado, o lo he soñado?

- Te he bañado.

- Vale. No menciones nunca que me he dejado bañar.

- De acuerdo. Tú tampoco lo menciones -respondió Liam, muy serio, siguiéndole la corriente.

- Trato hecho.


miércoles, abril 15, 2009

Entrada pa quejarme

Llevo unos días que ni fú ni fá. Quizá algo más de fú, pero nada emocionante. He acabado del pueblo hasta los huevos, sin comerme un moco en toda la semana santa porque la única ilusión que tenía en una puta semana era ver a mis amigas y echarme un café con ellas. Al final, a la mierda. Una en Hinojosa y otra ilocalizable perdía. Todavía no me ha cogido el teléfono, así están las cosas.

Y llego a Granada y otra vez comienzan los agobios, el malcomer, el desgano y la pasantería. Me estoy sumiendo en una fase de apatía que meh. Y de repente a la gente empiezan a irle mal las cosas (y no es sólo por ti, Paco, que eres el primerito que me tiene en vilo) y me jode porque eso me influye a mi, porque esa gente me importa y porque soy una especie de vampiro que se alimenta del estado anímico de los demás.

El viernes he quedado con Lule para ponerme a echar currículums por todos lados, y a ver si hay suerte y me pillan en algún sitio. Con algo de fortuna, consigo quedarme en Granada en vez de en el pueblo, o algo. Porque si no me esperan tres meses de claustro y encima el estrés de tener una gata con posibilidades de escaparse y estar en una casa que, no es que no me quieran allí, es que llevo desde el 2004 de estudiante y ya se han hecho a que no ande por casa. Y siento que molesto en todos lados.

Soñé también algo. Es algo en lo que he pensado mucho, más de lo que admitiría en voz alta, y que me da miedo, porque sé cómo soy y siempre lo acabo fastidiando todo. Y tal cómo están las cosas, supongo que lo mejor es quedarse quieto para no joder nada.

Y no sé, me dan ganas de irme lejos de aquí. Pero sin trabajo y sin estudios terminados y sin independencia económica me puedo comer MUCHÍSIMO los mocos.

Intuyo que esto es una fase, y que poco puedo hacer yo porque el principal problema soy yo, que me encierro, pero en fin. Que echo un poco de menos otros tiempos donde la mayor parte del día eran sonrisas y bromas. Y ahora sólo hay agobio y desgracias. Puta crisis, que seguro que tiene mucho que ver xD.

...

Pasando del pesimismo... al ¿optimismo? Pues decir que he salido lloviendo y el pelo no se me ha rizado, y que ayer me compré unos pantalones dos tallas menor a la que estaba usando. A ver si seguimos así. O algo.

martes, abril 14, 2009

Beatha: Orgullo

Como siempre, gracias a maya-takameru por betear. Lo he escrito en el bus esta mañana. Ubicado en el 98-99. Ale, a pasarlo bien. Notas al final.

BEATHA: ORGULLO

No sabía dónde estaba Éirinn. Había salido de la biblioteca en dirección al aula de música, pero no había nadie. Y luego se había dirigido hacia el promontorio donde se hacía Astronomía, con la esperanza de que estuviera con el telescopio.

Era un rollo tener clases diferentes. Pasaba demasiado rato solo para su gusto. No estaba acostumbrado a eso, y echaba de menos sus comentarios fuera de contexto. Y definitivamente era una lata no compartir clase la mitad de las veces porque luego pasaba aquello, que no encontraba a su amiga.

Desganado, se sentó en unas rocas cercanas a una arboleda, a los pies del promontorio. La subida le había agotado y prefería descansar un poco. Sabía que no debía esforzarse mucho, por su respiración. Y estando allí solo mejor que se lo tomase en serio.

Su mochila pesaba más de lo que debía, además, y se arrepentía ahora. De haberlo sabido, habría dejado el libro en la biblioteca, o lo habría llevado primero al cuarto. Pero en lugar de sacarlo buscó unos dulces que le habían mandado desde casa y que llevaban la firma de su Maiméo. Estaban despachurrados por el peso de los libros, pero seguían estando igual de buenos.

No hubo probado apenas el primer bocado cuando escuchó unas voces desagradablemente cerca.

- ¡Lombriz McCubbin! ¡Mirad, es Lombriz McCubbin!

Eran Seán Morrison, Jerry Minehane y Samhradhán McNamara. Y eran unos idiotas. Hablaban siempre en inglés, como si se creyeran mejores que él. Se reían de él todo el tiempo porque no sabía inglés. Apenas había empezado a aprenderlo ese año, y lo aborrecía. ¿Por qué tenía que aprender inglés? Era irlandés. Y estaban en Irlanda. ¿Acaso eso no significaba nada? El inglés era para los ingleses, y él no pertenecía a un país de bárbaros imbéciles.

Minehane y McNamara eran muggles. Y los padres de Morrison, o bueno, su padre, porque su madre no vivía con ellos desde hacía tiempo, era un nacido de muggle.

Siempre se portaban como si él fuera mierda. Y no entendía bien por qué. Ser muggle no era mejor que ser druida, era igual, sólo que no podías hacer magia ni nada. Liam sabía que los druidas y los muggles valían lo mismo. Se lo había dicho su madre. Y mamá siempre decía la verdad.

Pero ellos no parecían pensar lo mismo. Casi ni habían terminado el primer curso y le odiaban.

- ¿Qué haces aquí solita, Lombriz? -le hablaban como si fuera una niña, pero no por ser niño tenías que llevar el pelo corto, pensaba Liam. Su hermano Patrick lo tenía largo, y su padre y su tío Feargus y su primo Seán. Y Daidéo Míchéal también, aunque ya lo tenía blanco. Pero de todas formas se reían de su pelo.

Lo que el niño no sabía era que también le llamaban niña porque Morrison, que compartía cuarto con él, les había contado a los otros que cuando se bañaba nunca dejaba entrar a nadie en el cuarto de baño, y que se tapaba el cuerpo entero con una toalla, como hacían las chicas. Lo que Morrison no sabía era que lo que el niño cubría era la cicatriz de su pecho, la de la operación. Cuando Liam entró en el Draíochta decidió que nadie, más que los necesarios, sabría de su enfermedad. En la Academia, de los cinco a los siete años, las profesoras le habían tratado como si se fuera a romper. Le abrían las puertas y todo y no le dejaban cargar con su mochila o la bandeja de la comida. Aborrecía sentirse inútil y, por tanto, esconder su cicatriz ahorraba explicaciones.
También estaban los problemas que acarreaba su enfermedad. La dificultad respiratoria, el cansancio casi crónico, la facilidad para enfermar por su falta total de defensas. Su salud delicada no era sino una razón más para que ellos se burlaran de él. Y lo ocultaba siempre que podía.

No les respondió. Total, iban a tergiversar cualquier cosa que dijera. Y tampoco podía decir gran cosa en inglés. Si les hablase en irlandés no le dejarían en paz.

- ¡Lombriz McCubbin! ¡Lombriz! ¡Lombriz! -corearon.

Liam se mordió la lengua para no dedicarles un insulto. Pero no era suficiente para ellos. Jerry tironeó de su mochila.

- A ver qué lleva la lombriz -parloteó éste. No pudo entenderlo todo, pero lo suficiente para ponerse de pie y enfrentarle.
- ¿Y qué comes, Lombriz? ¿Mierda? -se burló McNamara.

Nadie llamaba "mierda" a la comida de su abuela.

- No es mierda. Es brownie.

Con un movimiento rápido, Morrison le tiró el dulce al suelo de un manotazo y Liam respiró hondo para conservar la calma. El brownie no importa, se repetía. Pero sí necesitaba la mochila. Llevaba sus medicamentos, además de los libros.

- "Stair na hÉireann*" -leyó McNamara con un fuerte acento. Era el que peor hablaba irlandés de todos. Se trataba del libro que había escogido en la biblioteca. No era lectura ligera, pero le gustaba estudiar- Bah -dijo, antes de tirarlo al suelo. Jerry sacó el resto de libros y los fue lanzando de forma aleatoria aquí y allá. Sus apuntes revolotearon por todos lados.
- ¡Dejadme en paz! -gritó entonces Liam, nervioso. Los viales.

Jerry tiró la mochila, que impactó en los árboles. El golpe sonó a cristal rompiéndose. La medicina.

- ¡Idiotas! ¡Dejadme en paz! ¡Idos a la mierda! -chilló en su lengua madre. Ya le daba igual, estaba harto. No les había hecho nada y no merecía aquel trato.
- ¿Que nos vayamos a dónde, Lombriz? -Morrison tradujo a los demás. Ellos hablaban tan poco irlandés como Liam inglés, y también influía bastante el acento de Donegal, de donde también era éste- Agarradle, que éste sí que se va a ir a la mierda.

Intentó forcejear, sin resultado. McNamara le había inmovilizado por los brazos, y aunque logró propinarle una patada a Minehane no fue lo suficientemente fuerte como para hacerle un daño significativo.

Más tarde supo que gracias a la patada se libró de un puñetazo. Morrison tuvo la idea de quitarle los calzoncillos y sólo tuvo que meter las manos bajo el kilt. Un instante después los ondearon al viento.

- ¡Tenemos tus bragas, McCubbin! -se mofaron mientras él intentaba recuperarlos. Los colgaron en un árbol antes de que pudiese hacer nada para evitarlo, y luego se marcharon entre risotadas, dándole un último empujón antes de dejarle solo. Se levantó del suelo con las rodillas raspadas.

Liam suspiró pesadamente, mirando las ramas donde estaba la prenda. Si les hubiesen enseñado a convocar, recuperarlos no sería un problema, pero no podría aprender a hacerlo hasta el año siguiente, así que buscó piedras para tirar los calzoncillos al suelo y una vez conseguida una buena cantidad comenzó a lanzarlas.

También le sirvieron para descargar la rabia a través de ellas. No iba a contárselo a los profesores. Era algo personal, y él sabía cuidarse solo. Quizá le llevaría algo de tiempo, pero había un proverbio que decía que la venganza era un plato que se servía frío. Y él sabía esperar.

Los calzoncillos cayeron finalmente y Liam se acuclilló para recogerlos y ponérselos. Le dolía el pecho. Permaneció encogido, con los labios apretados y el ceño fruncido hasta que se le pasó.
Masculló un par de insultos y luego se puso a recoger todos sus apuntes, que gracias a la falta de viento no habían ido muy lejos. El libro de la biblioteca no se había estropeado, por suerte.

Al ir a recoger su mochila comprobó con cuidado el destrozo. Los ojos le picaron, pero se negó a llorar. Tendría que tirar el resto del dulce que llevaba y después sacó los cristales con cuidado de no cortarse. Se había salvado una poción por algún tipo de milagro, pero eso era todo. Tendría que ir a la Sala de Curas a reponerlas, y el Maestro Geraghty le regañaría por haberlas desperdiciado.

Se cargó las cosas encima como pudo y encaminó sus pasos hacia la Sala de Curas, que estaba más cerca que su cuarto, preparándose para la regañina.

Definitivamente, iba a CONGELAR su venganza.

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* "Historia de Irlanda"

Algún día os contaré por qué esos tres cabroncetes le tienen manía a Liam. Mientras tanto, con esto y un bizcocho... ~(8)

lunes, abril 13, 2009

Beatha: Propiedad (+18)

Bueno, primera de las peticiones terminada. Dedicado a una de mis pequeñas Blacktardas, [info]taconesrotos . También va dedicado a mi tata, que me dio una idea que generó gran parte de lo que vais a leer aquí, y desde aquí se lo agradezco. Gracias también a otra de mis Blacktardas, [info]misspiruleta , que ha beteado la parte sucia de esta cochinada xD y como siempre a [info]maya_takameru por ser un hacha, por su paciencia y su beteo express, que la tengo loquita perdía con la superpoblación de comas y los tiempos verbales. Y mis expresiones raras.

Así que como pidió la señorita, al rico drabble (o no tan drabble, que han sido seis paginitas a word, creo que es mi capítulo más largo xD). Que lo disfrutes, pelandrusca mía.

Este capítulo tiene contenido adulto chico/chico. Quien no le guste, que se evite un disgusto leyendo.

Situado a primeros de septiembre de 2013.

BEATHA: PROPIEDAD

No había mucho trabajo por hacer. Parecía que, a excepción de los jubilados, un par de alergias y un virus estomacal, la gente estaba bastante sana aquel día. Y Liam se sentía feliz por ello, pero eso no le impedía aburrirse.

Podría irse a la cafetería, como acostumbraban todos, enfermeras incluidas, a pasarse el día allí. Los hospitales estaban abiertos las 24 horas al día porque había enfermos las 24 horas del día, no para que sus colegas se pasaran el día "desayunando". Algún día se lo escupiría a alguno de sus compañeros de trabajo con una buena dosis de sarcasmo. Aunque no quería decir que se llevase mal con los demás médicos.

"Panda de zánganos", masculló. Por orgullo propio, por mucho que le apeteciera irse a la cafetería se negaba a hacerlo. Y en un recodo muy oscuro de su conciencia, se convencía de que lo mejor era no ir, por aburrido que estuviera. No fuera a ser que le gustara demasiado, o algo.

Se asomó al pasillo, incluso, un par de veces. Quizá hubiera algún paciente esperando en el pasillo, aunque fuese a otro doctor. ¿Y si bajaba a Urgencias? Allí siempre había algo que hacer. O podría ir a recepción. Dora y aquella otra enfermera, cuyo nombre nunca recordaba, pero a la que había bautizado "el loro", o "la sombra" o similares; seguro que le daban charla.

No, no estaba TAN desesperado.

También podría ir a por Sam, a Urgencias, y escaquearse a comer algo fuera. Todos sabían que ambos se llevaban bien, pero nadie tenía ni idea de hasta qué punto. Liam aún ni apenas lo había asimilado. Llevaban juntos un mes escaso. Quizá porque habían exprimido hasta la última gota el término follamigos, quizá porque ya le era imposible ignorar que Sam tenía sentimientos por él desde hacía tiempo. O bien porque Sam, a él mismo, ya no le era indiferente como un compañero de piso, un amigo, o uno con derecho a roce. Habían sido casi cuatro años de negarse a tener pareja, a enamorarse siquiera, y todos le habían dicho ya lo tonto que era por no darse cuenta de que Sam era un buen chico. Y lo era, realmente. Aunque le sacara de sus casillas la mayor parte del tiempo. Pero le quería, a su manera.

Casi como si le hubiera invocado, Sam apareció por la puerta, sin llamar. Con el brazo cubierto por una toalla ensangrentada.

- ¡Joder! -atinó a decir Liam, cuando reaccionó del susto- ¿Cómo cojones te has hecho eso?

- Lo mismo me pregunto yo -respondió el aludido, sentándose en la camilla tranquilo, de un salto.

Liam, de vuelta a su rol de médico en menos de un segundo, tenía ya unos nuevos guantes de látex colocados y dirigía sus manos hábiles a estudiar la herida, haciéndose de una buena ración de agua oxigenada y gasas para limpiar y curar la zona.

Su preocupación se tornó crispación cuando comenzó a ver que debajo de toda aquella sangre no había herida. La sonrisa del otro joven, junto con sus ojos azules brillando de malicia, le mosqueó más todavía. Odiaba que le tomasen el pelo.

- ¿Te diviertes? -dijo, tirando los guantes con más fuerza de la necesaria a la papelera, junto con las gasas.

- Alguna excusa tenía que traer...

- La próxima vez te metes la excusa por el culo. ¿Te parece bonito venir ensangrentado? ¿Crees que es gracioso? Ja-ja-ja. Me río de la gracia -dijo a desgana, cabreado- La próxima vez que me líes una de estas te vas a acordar de nuestra relación anterior. Ésa en que te salían granos del tamaño de pelotas de tenis en la cara. En Urgencias se ocupan de los cortes como ése -dijo, preparándose para echarlo- No sé qué haces aquí.

- La próxima vez me dejas terminar de explicarte -Sam seguía con su maldita sonrisa. A Liam le daban ganas de rompérsela a puñetazos. No se jugaban con esas cosas-. Mis compañeros me han visto trastear con la toalla y la sangre falsa. Les he dicho que iba a darte un susto. No hay mucho que hacer hoy -comentó, sin perder la calma-. Y además, en Urgencias no está mi novio.

Qué raro sonaba. Novio. Pero la misma palabra disipó de un plumazo el enfado de Liam. Sam se dio cuenta y ensanchó su sonrisa, con menos maldad y más ternura en sus labios, mientras bajaba de la camilla y se acercaba a él con un par de pasos, posando sus manos en la cintura del otro. Aun sobre el jersey, la camisa y la bata de médico, notaba el contorno, el relieve de su cuerpo. Era algo que le encantaba. Le resultaba de lo más erótico. Le metió las manos por dentro de la bata, que estaba abierta, y con las manos ahora en sus caderas, las obligó a balancearse mientras atraía a su dueño hacia sí, con aquel aire inconfundible. La mirada de sus ojos en aquel momento provocaba a Liam dificultad para tragar saliva. Transmitían algo que nunca se podría poner en palabras. Le invitaban a viajar a otro lugar donde sólo estaba el azul de aquella mirada.

Y le incitaban a ir más allá.

Pero por suerte o por desgracia sólo lograron ponerle nervioso. Al fin y al cabo, estaban en el trabajo. En una sala donde se trataba la salud de personas que venían allí porque no se encontraban bien. No era el sitio adecuado para dejarse llevar.

Estando tan juntos como estaban, no tardó demasiado en observar que él se acercaba a, sin duda, besarle. Echó la cabeza hacia atrás para impedírselo.

- Sam, qué haces -no era una pregunta en realidad- Estoy trabajan-.

No logró terminar la frase porque éste ocupó su boca. Y quería resistirse. De verdad. De verdad que lo hacía. O lo intentaba. O quería intentarlo. Pero es que aquella forma de besar era una tentación demasiado grande. Y ambos lo sabían.

Liam estaba por rendirse -al menos un poquito-, cuando llamaron a la puerta. Sobresaltado, mandó a su compañero a esconderse bajo la mesa justo antes de que la puerta se abriera. Como si les hubieran pillado con las manos en la masa.

Era una paciente.

- ¡Señora O'Callaghan! ¿Cómo está?

La anciana sonrió cariñosamente al doctor y se sentó en la silla frente el escritorio. Casi lo había adoptado. Cada dos por tres le estaba regañando para que comiese en condiciones y buscase una novia decente. Había sido madre de dos hijos, uno fallecido en un atentado y otro que había emigrado, así que solía derrochar mucho cariño en él. Había llegado a traerle comida. Liam la imitó, tomando asiento.

- Oh, yo muy bien. Hoy no vengo por mí, hijo. Es mi Frank. Que se le han acabado sus pastillas.

- Pero señora, ya le he dicho otras veces que sin... -casi se le olvidó respirar cuando notó la cremallera de su pantalón bajar, tras notar saltar el botón. Se habría abofeteado a sí mismo de no hacer el ridículo más frente la mujer- ...s-sin el paciente, no debo recetar más medicamentos. Debería examina-aaar... a su marido...

Sí, seguramente, acababa de hacer el ridículo total. O al menos, acababa de parecer idiota. Se había tensado, y juraría que se le había estirado el cuello y todo. Pero Sam no se había contentado con bajarle la cremallera. Estaba tocando piel. Piel que prefería no pensar a dónde pertenecía. Era momento de comenzar a rezar mentalmente. Para que parase. Sam. O que la señora O'Callaghan se marchase. Y a cada segundo que pasaba deseaba más la segunda opción. Consiguió disimular con un carraspeo.

- Pero ya sabe cómo es de cabezota. Y gruñón como él solo. Está empecinado en que está mejor, pero le veo tomarse las píldoras a escondidas. Aunque lleva semanas refunfuñando que ya no las usa porque está bien.

- Pero usted no sabe cómo -pausa para apretar los labios y tratar de serenarse- está. Si está mejor o peor. Eso tendría que verlo yo -explicó.

- Lo siento, doctor, pero... -la vieja pegó un salto en su silla cuando Liam soltó de forma repentina una patada al escritorio- ¡Dios Bendito! ¿Está bien?

- S-s-sí -respondió, no muy seguro de a lo que estaba asintiendo. Pálido. Se le iban a salir los ojos de la cara del nerviosismo- Me ha dado un calambre en el pie -mintió rápidamente. Sam había decidido prestar una húmeda atención a su persona. Maldijo mentalmente al escucharle soltar una risita que, por suerte, no llegó a oídos de ella. Como siguiera así iba a escandalizar a la pobre mujer. Por favor, que no hiciera aquello con la lengua. Que no lo hiciera...

- ¡Debería cuidarse más! -como si no tuviera bastante, le regañaban- Igualito que mi Frank, cortaditos del mismo patrón, los dos.

- Señora...

Pero ella no le dejó hablar.

- Y mira qué ojeras me trae. Que un día se nos va a caer muerto en la puerta del consultorio.

- ... Señ...

- Seguro que no me come nada. Ni hamburgüesas de ésas, aunque sea.

- ...

- Pero mira lo canijo que está. ¿Se encuentra bien?

Liam tuvo que acordarse de lo que era hablar. Y justo cuando iba a responder, al médico de incógnito que se escondía entre sus piernas se le ocurrió usar la lengua de aquella, tanto temida como deseada, manera. Y se le cortó el hilo del pensamiento durante un instante.

- Aaah... -se le escapó, apresurándose a apretar los labios y aguantar la respiración- Otro tirón. M-maldita sea. Tengo la pierna hecha una desgracia hoy. Habré dormido de mala postura.

- Ay, hijo, si es que no se cuida -la mujer seguía con su sermón, meneando la cabeza y mirando al cielo. O al techo. Liam no acababa de entender por qué hacían eso. Sería cosa de cristianos.

- Tráigase al señor O'Call -siseó, y metió una mano bajo el escritorio. La anciana pensaría que era para sobarse la pierna. Pero más bien era para parar el vaivén que comenzaba a adquirir el desgraciado que estaba allí abajo- O'Callaghan mañana y le haré un reconocimiento. Y que no tome alcohol, que se venga en ayunas para los análisis.

Con esto, esperaba que la mujer entendiese la indirecta y se marchase. Ésta se levantó y se colgó el bolso en el hombro de nuevo, atrapándolo bajo la axila. Como el 90% de las ancianas que iban allí.

- Disculpe que no me levante a despedirla -dijo él, apurado. Normalmente se ponía en pie cuando sus pacientes se marchaban. Le parecía cordial y de buena educación- La pierna -excusó.

- No se preocupe, hijo, que no pasa nada. Mañana me paso entonces, a ver si consigo convencer a mi Frank. Viejo cabezota. ¡Cuídese y hasta mañana, si Dios quiere!

La mujer cerró la puerta y Liam se apresuró a cerrarla e insonorizarla mágicamente.

- Si Dios quiere, dice. Me cago en los putos Fomorianos noventa millones de veces, Sam -el aludido atinó a reír cuando gimió su nombre, resoplando por la nariz y con la boca ocupada, provocándole a Liam un inevitable escalofrío-D-debería matart... matarte y mañana estaría a laaah joder... a la fuga.

Había cerrado los ojos y echado la cabeza hacia atrás. Todavía estaba agitado por la esperpéntica escena sucedida, y definitivamente Sam estaba haciéndolo muy bien, maldita fuera su estirpe. Éste siguió con su tarea un poco más, deteniéndose para mirarle maligno. Y Liam lo supo porque en ese momento le miró, preguntándose por qué había parado.

- ¿Qué pasa si paro ahora? -comentó, malicioso, pasando la yema del índice por toda la extensión de su erección.

- ¿Que qué pasa? -dijo entre dientes. Le arrearía un puñetazo, para empezar, si se paraba de verdad- ¿Y qué pasa si a partir de ahora duermes en el portal? Te juro que como no termines lo que has empezado te vas a dormir con el vagabundo de la esquina.

Sam sólo sonrió, hasta que sus ojos formaron una línea y el azul de sus ojos se ocultó tras sus pestañas oscuras.

- Levanta, que te voy a quitar los pantalones -ordenó, echando mano a la prenda y haciendo ademán de bajarla. Liam obedeció sin chistar.

Siguiendo sus instrucciones, se deslizó un poco más en la silla y abrió más las piernas, para permitirle al moreno una mejor posición, que comenzó a prepararle no mucho después. No acababa de ser un sitio cómodo donde hacerlo. Se habían acostumbrado demasiado a la comodidad de la casa que compartían. Y a la intimidad de ésta. Y definitivamente, comodidades en aquel lugar, pocas. Pero el morbo lo compensaba.

No tardó demasiado en hacerlo, y de todas formas, Liam había estado listo bastante antes. Le escuchó susurrar un hechizo antes de sacar los dedos y notó un latigazo de calor por toda la columna. Sam le había enseñado aquel encantamiento no hacía mucho, pero aún no lo había usado, debido a la incompatibilidad de horarios que habían tenido últimamente.

- El escritorio -atinó a decir, enronquecido, antes de besarle, levantándole de la silla y atrapándole con suavidad el rostro para besarle profundamente antes de dejarle situarse en el lugar señalado. Sam le acorraló contra el mueble para apoyarse, más que sentarse, y se pegó a él. Su compañero se dejó hacer mientras le rodeaba el cuello y ocupaba su boca. Notó a Liam sonreír y de repente sus pantalones cayeron, desabrochados. No supo cómo lo había hecho pero no le importó demasiado.

Sujetando una de sus piernas comenzó a entrar en él. No había planeado aquello. Sólo había querido hacerle rabiar un poco. Robarle un par de besos. Proponerle salir a comer algo al Fish & Chips cercano. O uno de esos diminutos kebabs del Abrakebabra a precios prohibitivos, de los que tanto le gustaban a Liam, sobre todo si llevaban poco verde. Pero le gustaba mucho más aquella situación.

Le recorrió el cuerpo por debajo del jersey, sin haberle terminado de desnudar. No creía que Liam le permitiera desnudarle completamente en aquel lugar, de todas formas. Pellizcó su piel a placer, sin perder de vista su cara, mitad frustrada por no poder tocarle, mitad perdida en aquella sensación de sumisión. Aunque sabía que se moría por responder a cada una de las caricias, a más de una con un mordisco. Supo que lo anotaría mentalmente para la próxima vez.
- Apoya los pies, Li -le pidió. Eso le dejó las manos libres para inmovilizar sus caderas. La parte mala de Liam era su enfermedad. Sus pulmones, que nunca le daban tregua. Que funcionaban tirando a mal y le limitaban. Y esas limitaciones afectaban al ámbito sexual, por lo que no solía resistir durante mucho. Aunque él había aprendido a equilibrar aquello en cierta manera, evitando sus puntos más erógenos. Cuello, muslos. La espalda estaba a resguardo y la nuca bien protegida. Nada de colar las manos por su pelo. Pero aun así no dejó de tocar su cuerpo, a la par que se movía.

Sam nunca habría imaginado ver a Liam medio tirado en un escritorio como aquel. Con la cara roja y los ojos entornados, que le miraban furtivamente de vez en cuando. Su flequillo comenzaba a pegársele en la frente y el cuello, estirado, lucía tentadoramente blanco.

Era suyo. Y no iba a compartirlo con nadie. Atrás habían quedado los tiempos en que Liam traía a casa a alguien diferente cada vez. Ya no tendría que espantar disimuladamente a aquellos personajes esporádicos cuando salían. Ya no tenía que fingir que no le importaba pensar, saber, que otras manos le tocaban. Que podía estar con alguien en algún lugar haciendo cosas que no quería que le hiciera nadie más. Ahora era su pareja. Suyo, y de nadie más.

- Mío -dijo entre dientes. El simple pensamiento le encendió del todo, incrementando el ritmo y la intensidad casi sin darse cuenta. Se rindió a aquel cuello para morderlo y abrasarlo con el calor de sus labios y notó la vibración sorda de los gemidos mudos de Liam a través de ellos. Recorrió la mandíbula con la lengua y le atrapó el lóbulo de la oreja entre los dientes- Mío -volvió a pronunciar, con la voz temblorosa, ronca, casi inaudible. Inmediatamente comprobó que la piel de Liam se había erizado y le encaró. Tenía los labios rojos, el inferior un poco hinchado. Se lo había mordido, seguramente, para ahogar los sonidos de su garganta. Le gustaría escuchar su voz más a menudo, pero parecía que la reprimía, a excepción de cuando estaba borracho. Entonces se le escuchaba alto y claro. Se enterró en él, inclinándose tanto como pudo para alcanzar aquellos labios. Para besar cada centímetro de ellos. Para notar cómo su respiración subía en velocidad y en temblor cuando rozaba su lengua contra la de él de aquella manera.

Entonces le subió las piernas hasta los hombros y se escapó de su boca para rondarle el cuello nuevamente. Le apretó contra sí por un momento, incrementando aún más la cercanía de sus cuerpos además del ritmo. Sabía que estaba tan a punto como él.

De repente, Liam se escurrió con los brazos en la mesa y la golpeó con el dorso de la cabeza. Se paró durante un segundo, para comprobar si estaba bien, intentando no reírse.

- ¿Estás bien?

- Joder, noteparesahora -gruñó Liam, ofuscado- Luego te echaré las culpas, pero no te pares ahora.

Riendo entre dientes Sam reanudó el movimiento, cada vez más insoportable, cada vez más arrítmico, más cercano, escondiendo el rostro contra el cuello de Liam y notando las caderas de éste moviéndose a su vez más erráticas por momentos. Cerró la mano en torno a su erección para acabar con todo aquello y entonces le notó arquearse y apretarse contra su cuerpo, tembloroso. Y se dejó ir entre gemidos roncos, agitado, rindiéndose a la sensación.

Se tomaron el tiempo necesario para recuperar la respiración. Sin decir nada, ambos se incorporaron y Liam buscó sus pantalones mientras él se vestía también. Aquello seguía pareciéndole un poco irreal. La sala de consultas. Una habitación que ahora guardaba un secreto. Sam buscó su mirada mientras le veía subirse la cremallera, pero no la encontró. El aparente enfado de Liam volvía a estar allí. Y sabía que no era un enfado en realidad. Era más bien que estaba pensando lo que le haría de vuelta.

- Venga, vamos a salir. Te invito a comer -propuso.

- Te voy a desplumar -fue la respuesta, emitida con su voz más oscura. Y una sonrisa escondida.

Las comisuras de los labios de Sam se estiraron en otra similar y cerraron la puerta tras ellos.

La venganza sería terrible.


Recuerdo que las peticiones siguen abiertas (en mi livejournal. Enlace en la columna de la derecha). Aunque me gustaría recordar que no toda la vida es follisqueo. También puedo escribir sobre un Liam infante comiendo lombrices en el parque. xD.

Pasadlo bien. Y recordad, los comentarios son gratis (y ayudan a mejorar)

sábado, abril 11, 2009

Beatha: Mantequilla

Otro más. Que aquí no están publicados todos y una se aburre así que sube basurilla literaria xD.

Os dejo con Liam de pequeño y su hermano xD.


BEATHA: MANTEQUILLA


Corría el otoño del 95 y era fin de semana. Patrick volvía a casa los viernes por la tarde y se marchaba los domingos tras la cena. En el Draíochta era optativo el permanecer allí los fines de semana, y especialmente aquél tenía urgencia de volver a casa. Liam había estado enfermo desde hacía días. No era algo insólito, de todas formas. Desde el accidente con las pociones, año y medio atrás, la vida en la casa McCubbin había cambiado mucho. Su hermano pequeño se ponía enfermo día sí y día también, tenía a menudo dificultad para respirar, y...


Un par de veces había dejado de hacerlo. Sus pulmones se paraban de repente y se desmayaba. Les había dado un susto de muerte a todos.


A veces Patrick tenía pesadillas con eso. Liam se moría y les dejaba rotos para siempre. Y todo por su culpa. Por no cuidar de su hermano pequeño yéndose a jugar y esconder a Artie.


Así que sólo quería volver a casa y ver cómo estaba Liam con sus propios ojos. Mientras se acercaba, subiendo las escaleras, Atlas saltó a su paso al reconocerle. Le saludó brevemente y se encaminó hacia el cuarto del niño, con el gran mastín agitando la cola felizmente tras él. Al entrar, el perro saltó a los pies de la cama, donde había estado acostado. De alguna forma, era como el guardián del pequeño. Era una cama demasiado grande aún para él. Estaba abrazado al osito. Ni se enteró del movimiento del colchón cuando Patrick se sentó. Emitía aquel ruidito característico suyo, que se acercaba al ronquido. Cuando dormían juntos, aquel sonido le tranquilizaba, era como un arrullo para él. Le indicaba que seguía vivo.


Le picó con el dedo en la mejilla un par de veces, y luego en el hombro. Finalmente le tapó la nariz, pellizcándosela un poco. Acabó por despertarse, y se estiró cuan largo era, que en realidad no era mucho, aún aletargado, respirando hondo. Se frotó un ojo con el puño mientras intentaba enfocar la mirada.


- ¡Ya era hora, tío! -fue el saludo. Siempre le hablaba como si no pasara nada, como si tuvieran la misma edad. A Liam le encantaba que le hablara como si fuera mayor- ¿Durmiendo a estas horas? -preguntó, dramático. El niño sonrió, todavía medio dormido. Tenía los ojillos hinchados por el sueño. Y ojeras. Sintió un picotazo de culpabilidad. Debería haberle dejado durmiendo. Pero el daño ya estaba hecho, y quería estar un rato con su hermano, cosa que nunca admitiría frente los demás.


Le revolvió el pelo. Liam le asestó un manotazo para que dejara de enmarañarle la cabeza, sin borrar la sonrisa. En el fondo adoraba que le fastidiara de aquel modo.


- Dice mamá que has estado pachucho, pero entre tú y yo, a mi me parece que es sólo cuento -chinchó, antes de taparle la cara con su manaza, como si fuera el ataque de un pulpo. Una manera encubierta de tomarle la temperatura.

- Un poco -fue la respuesta cuando finalmente consiguió liberar su cara.

- Y aparte de estar todo el día planchando la oreja, ¿qué ha estado haciendo Su Majestad?


Liam se incorporó, apoyándose contra el respaldo de su cama.


- La abuela me está enseñando a leer -se detenía a la hora de pronunciar las eses. Intentaba corregirse a sí mismo, ya que ceceaba un poco. Pero la tarea se le hacía un poco difícil porque se le había caído un diente.

- ¿Sí? ¿Y sabes leer ya algo?

- ¡He aprendido a escribir mi nombre! -contestó Liam, sin responder a la pregunta anterior.

- Tu nombre -le siguió Patrick, soltando una risilla-. Tío, tu nombre está chupado. Aprende a escribir el mío.

- El tuyo todavía no sé, porque tiene más letras -refunfuñó el niño, que se sentía muy orgulloso de las cuatro letras de su nombre.


El hermano mayor se quitó las botas para subirse a la cama y sentarse frente al niño.


- ¿Y qué más? Algo más habrás hecho, ¿no?

- Tú primero -inquirió.

- ¿Yo? Lo de siempre, enano. Estudiar.

- Mentira.

- ¿Cómo que mentira?

- Mentira. Nunca estudias.

- Sí que lo hago.

- Aquí... Aquí no... Aquí nunca lo haces. Y la abuela dice que no estudias y que así te va.


Aunque Liam no tenía ni idea de cómo le iba a su hermano, por mucho que su abuela dijera, la verdad. Se le quedó mirando, con ojos inquisitivos, todo rastro de sueño eliminado, con esas ojeras y esa carita consumida. Casi era un cadáver andante. Parecía tan frágil... Y aquella voz ronca, quebrada, rasposa. A pesar de haber pasado todo aquel tiempo no se acostumbraba a aquel timbre. Echaba de menos la vocecilla aguda e infantil que tenía antes del accidente. La voz corriente que tendría un niño que acababa de cumplir cuatro años.


- He ido a clases, he tocado en la orquesta y ayer ganamos en un partido de hurling -comentó en falso tono de derrota, expulsando aquellos pensamientos de su mente-. Ahora tú. ¿Qué has hecho, aparte de empezar a leer y a escribir?

- Maiméo Maeve... Maiméo me ha enseñado a hacer tostadas.


Patrick sonrió. No había nada que hiciera a Morna entrar en histeria más que la abuela la echase de la cocina. Eran los dominios de la elfina.


- A ver si lo adivino. Tostadas con mantequilla y mermelada.

- Mm-hm -asintió Liam. Se evitaba pronunciar las letras que se le resistían en la medida de lo posible. Sobre todo cuando estaba su hermano, que era el que se guaseaba.

- A ver, a ver... -dijo éste-. ¿A que sé de qué era la mermelada? -preguntó, cantarín, con el índice de la mano derecha flotando sobre la cara del niño, trazando círculos en el aire-. ¿Era...? ¿Era deee... melocotón? -y le golpeó la nariz con la punta del dedo.


Tras el toquecillo a Liam se le estiró de nuevo la sonrisa, mostrando su diente mellado y la punta de la lengua; escurriéndose bajo las mantas para ocultarse, juguetón, de aquel índice que acabaría, probablemente, por atraparle la nariz para robársela. Cosa que solía ocurrir.


- ¡No!

- ¿No? Entonces... Entonces... deee... ¡ciruela! -otro golpecito.

- ¡Nnno! -respondió con una risilla, sin perder de vista aquella mano que volaba sobre su cara.

- ¿Cómo que no? Hum.... Esta vez lo adivino. Verás, verás... Deee... ¡melocotón!

- ¡Melocotón ya lo has dicho!

- Ahí has estado rápido. Era para ver si te pillaba. Pero voy a adivinarlo. ¡Arándanos!


El pequeño se retorció con un chillido de felicidad. La mano voladora había saltado a hacerle cosquillas en la tripa, y luego canturreó un "no-no". Patrick acabó por ponerse de rodillas sobre la cama y aprisionarlo para hacerle más cosquillas.


- ¡Tú te estás quedando conmigo! ¡Seguro que ya he adivinado la mermelada y sólo quieres chincharme!

- Noooo -casi un aullido, ahogado por las risas.

- ¡De frambuesa! ¿A que es de frambuesa?


Pero Liam no contestó, sofocado por las carcajadas y las cosquillas. Le torturó un poquito más y después le dejó estar. Se tumbó a su lado, callado, hasta que la respiración del pequeño se relajó.


- Cuéntame cómo haces esas tostadas, que mañana te voy a mandar a hacerme el desayuno.

- Pues tienes que tuestar el pan, pero... pero el pan tiene que tuestarlo Morna o la abuela porque he tuesta..., se tuesta en el horno y yo no puedo usarlo. Porque me quemo -añadió, mirándole, como si no fuera obvio y su hermano no lo supiera.

- Eso es cierto. Hay que tener cuidado con el horno. ¿Y qué haces después?

- Te huelen los pies.

- ¿Qué? -preguntó. Aunque estaba acostumbrado a esos cambios de tema radicales y totalmente aleatorios- Eres un fullero, los pies me huelen a rosas.

- ¡Huele a queso verde! -exclamó el niño. Para picarle. No podía contener esa cara traviesa.

- ¿Qué van a oler ni qué van a oler? -y se quitó un calcetín, tendiéndoselo a Atlas, que lo olfateó antes de estornudar y gimotear. Provocó la risa de Liam- Vale, luego le pedimos a Morna un ambientador, Su Majestad el del Olfato Fino, pero cuéntame qué haces después de tostar el pan.


Tuvo que esperarse a que al aludido se le pasara la risa, pero obtuvo respuesta.


- Se pone la mantequilla. Porque, porque si se pone la mermelada antes la mantequilla se queda pegada al cuchillo.

- ¿Qué pasa, que lo has comprobado?

- Mmsí -admitió, con una risilla socarrona.

- ¿Sabías que el pan siempre se cae por el lado de la mantequilla?

- ¿Por el lado...?

- Por el de la mantequilla. Si se te cae una tostada, siempre será por el lado de la mantequilla.

- ¿Y si todavía no tiene mantequilla?

- Pues se caería por el lado por el que se la ibas a untar.

- ¿Y si se cae por un lado y le echas la mantequilla por el otro? -preguntó rápido Liam.

- Ahí te he visto espabilado, enano. ¡Pero! Se acabaría cayendo por el lado de la mantequilla, igualmente -fanfarroneó.


La respuesta dejó pensando al niño un buen rato.