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lunes, mayo 05, 2014

Fanfiqueando

Pues no que me tengo que leer como chopocientos libros para final de curso y aquí estoy, leyendo fanfics. Johnlock, ni más ni menos. Porque es bonito y porque tengo mono y porque mis roleos últimamente se han visto reducidos (la cantidad de canadienses responsables que me encuentro por internet, oye, que llega primavera y le tocan exámenes y ni uno contesta un triste mail. Tengo incluso una que me escribió hace unos meses toda estresada porque el año pasado me había dicho "hey, que estoy de exámenes, luego hablamos" y pasaron 13 meses y aún no me había hablado xD, pero me escribió toda avergonzada ella y bueno, volvió de exámenes, un año más.)

La verdad es que creativamente no me sale nada. Sí, tengo ideas, y sí, escribo en mi cabeza. Y la verdad se deberían dar prisa con esos usb conectacerebros y así no perdería tiempo, sería del coco al pc y a betear.

Así que a veces tengo ideas, pero como soy una vaga, en vez de escribir el fic yo misma y que se quede eternamente sin terminar, pues lo que hago es escribir un prompt y a Omegle que me voy. Ideas más para fics que para roleos, pero ahí acabo roleando de Sherlock  (aka Johnlock, o lo que es mejor, Genderbent Johnlock , o lo que es mejor (y más retorcido): Omegaverse Genderbent Johnlock. Porque soy así de hardcore.

Y es lo divertido del fandom. He de reconocer que el Johnlock me encanta, pero el Femlock... oh, el femlock. No por el hecho de que sean dos tías, sino que esos personajes, como tías, oh dios, qué badass todo. Porque no es que Sherlock como tío no sea impresionantemente inteligente y los tenga a todos chupando de su dedo cuando necesitan su ayuda. No es que John no sea la hostia con su pasado como soldado (y capitán) y sea médico y sea la sombra de Sherlock (y su blogger) y persigan malos por las calles de Londres.

No. Es que me hace tanta falta personajes TAN CHULOS femeninos que... femlock. Hasta la muerte.

Entrando en el Omegaverse, esto es culpa de velvet_mace y su Chameleon , que yo estaba tan ricamente haciendo mi vida cuando este fic llegó a mí por culpa de Reapersun que hizo unos fanarts de la hostia (cómo dibuja la hijaputa) y en fin, piqué...

Y a ver, que Chameleon no es lo que digamos Omegaverse, pero de alguna manera acabé ahí y era más o menos parecido, y quitando el mpreg me resulta bastante parecido. Porque claro, no sé si os habeis internado tanto en ese rincón oscuro del fandom, pero el omegaverse (del fandom que sea), pues va sobre lo que va y la peña ahí a lo que va es a triscar.

Ahora viene la rara de Aryblack y dice que "pues yo  no tanto."

Porque a mí las tramas de follisqueo me aburren. Me aburren mucho. Alguna está bien, de vez en cuando, les da juguillo a los personajes. A mí lo que me gusta es EL DRAMA.

Y el drama consiste en que,  bueno, DRAMA. Un buen Johnlock (o femlock), con una especial debilidad por las Joan omega (porque con ese background del personaje lo hace todo como más badass y más épico todo y Joan tiene un par de cojones bien puestos la chica). Y eso es muy divertido.

Hace poco roleé un Joan/Mermaid!Sherlock ahí en plan medieval todo y muy guay, en plan fugitivas. Y la chica se puso pesada con el trisqueo y yo quería drama y guerra y he dejado de escribir porque a nada que intento liarla, hieren a su Sherlock y se medio muere y ya son nosecuantos dias roleando que está en cama con los ojos en blanco y al borde de la muerte.

Y eso no, eso aburre. Yo quiero epicidad, y si estoy roleando algo medievaloide con espadas y con una Joan a la que han expulsado del reino por (supuestamente) envenenar al rey (que es su padre), porque Moriarty quiere derrocarlo (es su consejero, muy Gríma Lengua de Plata todo, y Joan muy Éowyn, ahora que lo pienso) y tengo a Lestrade ya formando el ejército secreto y mierdas de esas, lo menos que puedo esperar es que mi compañera de rol diga: MUERTEEEE y monte en el caballo de Joan cual Merry sediento de aventuras. Pero no, just Fragile!Mermaid!Sherlock. La misma puta sirena que al principio del roleo destrozó a una arpía con las uñas. Así que me da cosa decirle nada a la chica, pero no pienso escribir más con ella.


Luego escribí otro épico, donde en el capitulo de The Hound of the Baskerville a mí se me fue la pinza y empecé un fic que acabé roleando por falta de voluntad y paciencia, donde el Perraco no era sino un licántropo escapado de los laboratorios, y adivinad a quién mordía. Toda la trama de Reichenbach con una Joan que le aúlla a la luna de vez en cuando y que tiempo después acaba pegándole un bocao a Sherlock para darle más opciones contra Moriarty.


En otra ocasión roleé a Harry Watson, hablando con desconocidos por internet y dándose cuenta de que estaba hablando con Sebastian Moran, un tipo que se iba a cargar a su hermano. Y acababa ofreciéndose a trabajar con ellos como espía o lo que sea a cambio de que no mataran a John. Ese fue muy guay, todo inesperado e improvisado y que me dejó con ganas de más.

Luego está el Faunlock. Ése lo cogí con curiosidad. No he leído fics porque lo intenté y me aburrí, pero la base me hace gracia. Y tengo por ahí un prompt donde Joan/John (los roleo según me apetece) había tenido amistad en su niñez con un fauno que vivía en el bosque cercano a la casa de su abuela, pero tras la muerte de ella se mudaron a la ciudad y muchos años después Watson vuelve al campo en busca de alguna pista sobre lo que hacer con su vida después de Afghanistán y se dirige al bosque, sopesando si era una fantasía de críos o realmente tenía un amigo fauno. Es muy divertido rolear con Sherlocks faunos porque cuando te entran en la casa chuperretean los pomos de las puertas, olisquean las mantas, se asustan con los grifos o se estampan contra los cristales.

Y bueno, todo esto venía sobre los fics, que últimamente leo mucho, y quería dejaros aquí unos cuantos que me han molado, pero después de la parrafada igual lo dejo para otro día y así os quedais esperándome.

-Entrada patrocinada por sobredosis de Pepsi light a la lima.-

martes, octubre 09, 2012

Diario de una guiri cordobesa II y otras moñeces

Me he quedado dormida. Y no es la falta de sueño. Hoy dormí bien, a diferencia de estos últimos días. Supongo que la compañía hace que todo esto sea diferente.

Y es que sí, ahora duermo acompañada la mitad del tiempo. Yo, la señora Voy A Marear La Perdiz Hasta Que Vomite, yo, bueno, estoy con alguien. Y es que básicamente ha sido llegar a Córdoba y besar el santo, como quien dice. Internet ha sido de ayuda. Me metí en una página para conocer gente en Córdoba, ya que me veía un poco sola y perdida, y en fin, sí encontré a alguien.

Por suerte o por desgracia, no vemos mucho la ciudad. Y es que entre trabajos y estudios no se puede. Y el que yo trabaje los fines de semana también afecta, supongo.

Y de alguna forma me da algo de miedo, sabéis. No la relación en sí. Eso está bien. Me encuentro un poco desnuda en el sentido de que... a ver, vosotros me conocéis. Me lo pienso todo muchísimo. Y ahora no le estoy dando tantas vueltas. Supongo que más de uno me diréis que es algo bueno. Pero me hace sentir algo desprotegida. Aunque a veces creo que merece la pena.

Y en fin, que no era eso lo que venía a contaros. Que hoy he faltado a la clase (que empezaba a las cinco) porque me he quedado dormida. Y es que estoy algo pachucha. Días del mes. Y tengo que salir pero no tengo ganas de moverme y... en fin. Mi reino por un trozo de chocolate.

Y curiosamente tenía ganas de escribir una entrada. Una personal, sobre cómo me va, qué tal todo, y todo eso. Y por otro lado no tengo ganas de hacerlo. Quiero chocolate. Creo que voy a por un paladín doble en cero coma dos.

No sé. Quiero escribir, pero estoy de alguna forma bloqueada. Quiero dibujar y tengo demasiada pereza. He de buscar alguna forma en la que invertir mi tiempo libre. Probablemente me pondré programas antiguos de Milenio, o Las Chicas Gilmore, y empezaré a pasar apuntes a limpio. No sería mala idea.

Y en cambio lo que estoy haciendo es leer un fic larguísimo. Leo mucho últimamente. Tristemente son fics y se me acumulan los libros. Estoy un poco obsesionada.

Y también estoy comiendo poco. Mi madre me echa cosas de comer todos los domingos, y se me están empezando a acumular en la nevera y el congelador. Y sea como sea, no sé cómo no lo gasto, porque casi no estoy cocinando en absoluto. Sí, he comido algunos días en la universidad, pero más allá de eso no he salido a cenar fuera. Exceptuando dos veces que hemos pedido, una a un chino y otra a una pizzería. Y poco más.

Y diría que me estoy alimentando de té, pero tampoco. No sé qué estoy haciendo.

Hoy sin embargo me he zampado un plato de filetes en salsa que hizo mi madre en el restaurante y que me congeló un poco, y una bolsa de patatas. Así por las buenas. Zasca. Viva la comida basura.

Sin más que contar, os estoy esperando para que me hagáis una visita, y que traigáis un poquito de Granada, o de dondequiera que esteis, y me iluminéis un rato la vida. Que os echo de menos.

Bueno, sí. Quiero contar algo.

Por esta persona me estoy dando cuenta de algo. Sí, todos sabemos, yo sé, que soy algo autodestructiva. Pero es que a veces hago comentarios sobre mí misma que cuando me los repite suenan increíblemente mal. Me los repite por eso. Porque suenan mal. Suenan a que me insulto a mí misma. Y sí, sé que no tengo un autoestima grande, pero nunca pensé que yo misma me dijera esas cosas. Porque me las digo. Me considero muy poco. Y me estoy dando cuenta de ello ahora.

Y yo sé que no me quiero demasiado, pero tan poco amor hacia mí misma me ha sorprendido. En serio. Yo tenía asumido que me quería algo más que eso.

Supongo que es hora de conocerme más a mí misma. Porque al parecer soy una desconocida. El otro día, en mi cocina, estábamos haciendo té, o café, o algo así, y miró mi lista de la compra, en el frigorífico. Con una simple ojeada al papelito, supo que era organizada, meticulosa y algo quisquillosa. Aparte, se rió del hecho de que en la lista yo especificaba que las bolsas de congelación que necesitaba eran de las pequeñas. Y no, no es que yo lo hubiera dicho, o mi casa estuviera impecable. El salón está como me lo encontré al llegar, y mi habitación estaba llena de cosas por colocar. Y las palabras con las que me definió encajaban con cómo me veo yo en ese sentido. Un poco maniática del orden. De ciertas costumbres.

Yo no sé hacer eso. It's genious.

Y me voy a ir. Me duele el hombro. Ayer, hablando en la cama, los codos apoyados en el colchón, me dio un tirón tremendo, de alguna forma que no consigo explicar. Y no podía mover el brazo. Aún me duele.

Voy a comerme una taza de paladín a cucharadas, o morir en el intento.

miércoles, agosto 17, 2011

Pérdida

Bueno, tras más de seis meses de sequía, conseguí volver a escribir. Misfits. Spoilers de la segunda temporada, así que cuidadito.

Ya me decís qué os parece :)


jueves, junio 17, 2010

Original: Sangre 1/?

Es una historia poco original, y lleva en mi cabeza alrededor de diez años. Calculo que tendrá entre tres y cinco capítulos. Hela aquí. Disfrutadla. O no xD.

Está sin betear. Semejante chorrada no merece torturar a alguien ^^U

**

Todo siempre se trató sobre la sangre.

Todos nacemos entre sangre. Mi familia siempre había sido una familia de guerreros, descendientes de valientes dacios, dispuestos a dar la vida por los suyos, por sus dioses. Preferíamos caer ante nuestro propio cuchillo, morir empapados en nuestra propia sangre, antes que de vejez. Teníamos nuestro orgullo. La sangre está presente cuando matas al ganado para sobrevivir. La sangre está en las heridas de guerra, en la luna de cada mujer, la primera vez que un hombre se coloca entre tus piernas.

La sangre da la vida, y la sangre la quita.

Me arrebataron a mi familia cuando era una niña. Asesinados. Apenas recuerdo las caras de mis padres, o las de mis hermanas y hermanos. Ni siquiera recuerdo cuántos hermanos tenía. El tiempo termina por borrar incluso lo que no quieres olvidar.

Me llevaron al sur, a tierra de romanos, y me vendieron como esclava. Recuerdo aquella casa, recuerdo bien las piedras frías de los mosaicos bajo mis pies descalzos y el chapoteo del agua del impluvium cuando había tormenta, y el rumor, como una nana, del mar cercano.

Tuve a mi hijo a la edad de doce años. Casi muero. Había esperado el nacimiento desde que supe que estaba encinta. Le enseñaría mi lengua, aquella que mantenía viva cada noche al arrullarme a mi misma cada noche hasta caer dormida. Le hablaría de mis padres, de las tierras donde nací, del olor de su aire. Fue un niño. Lo hicieron matar antes de poder ponerle nombre.

Mi señora era estéril, como la tierra seca. Tenía el vientre muerto. Odiaba a cada esclava sobre la que su marido ponía los ojos. En resumidas cuentas: nos odió a todas. Supe que tenía que escapar cuando los celos de mi ama comenzaron a desbordarse. Ya no le bastaba con acabar con cada niño que nacía entre aquellas paredes y yo me negué a formar parte de los cuerpos exangües. Me adelanté a sus pensamientos, y, tras robarle algunas joyas para poder sobrevivir, me escapé de allí.

Nadie podía haber adivinado lo que me deparaba el destino. El futuro es una serie de accidentes que acaban por definir la historia de cada persona y la entrelaza con la de los que le rodean. Algunas llegan a ser historias conocidas por todos, otras quedan en el olvido. La mía es una de ellas. No hay nadie que la recuerde. Ni siquiera yo.

Huí del domus hasta que me dolieron las piernas, hasta que pude palpar las piedras de las murallas desde fuera. Atardecía, y me senté a descansar contra los muros. Hasta recuperar la respiración, pensaba. Los pies me dolían, habituados al suelo liso y suave que habían pisado durante años.

Nunca supe lo cerca que había estado de morir a espada aquella noche. Mi amo había mandado una partida de hombres a buscarme. Los fugitivos pagaban la osadía con la vida. La fortuna, caprichosa, quiso depararme algo diferente.

Saltó sobre mí cuando me dispuse a admirar mi botín para decidir qué vendería primero. Las joyas cayeron al suelo por la sorpresa. No pude gritar siquiera, el dolor me atravesó durante un segundo y se fue diluyendo con los latidos de mi corazón, hasta que no fui capaz de moverme. La vista se me nubló y luego todo se volvió oscuridad. La noche cayó sobre mí.

Y en ella he vivido los últimos 1.500 años.



**

sábado, febrero 13, 2010

Pena Capital - Mists of Avalon fanfic

Vale, yo debería estar estudiando en estos momentos (y de hecho lo estaba estoy pero como soy incapaz de hacer nada en la vida sin música iba escuchando mientras paso apuntes y va y suena la BSO de las Brumas de Avalon. Y he ido recordando la peli canción a canción... y joder, esto ha tenido que escribirse porque lo hacía o reviento.

Así que aquí teneis. Sin betear, como suelen ir estas cosas que escribo de repente.


jueves, noviembre 26, 2009

Dream a little dream of me

Vale, lo siento, fic moñas y tontorrón y bastante malo. Es culpa de que últimamente no duermo lo que debería (consultar entrada anterior) y que tengo una sobredosis de cappuccino vienés, lo que resumiendo es sobredosis de cafeína + sobredosis de chocolate.

No me responsabilizo de lo siguiente que voy a pegar aquí.

Título: Dream a little dream of me
Fandom: Supernatural
Rating: Gen
Personajes: Dean, Jo
Warnings: AU.
Sinopsis: Una taza de café. Es el comienzo de su ritual diario.
Agradecimientos: A quien lo lea xD
Disclaimer: No es mío, estoy drogada a ibuprofeno y bajo los efectos de la cafeína y el azúcar. No me hago responsable de los vómitos y la diabetes. ESTÁ SIN BETEAR.


El cerrojo de la puerta chasquea dos veces antes de poder abrir la puerta y entra con las bolsas de la compra, descolgándose el bolso sin soltar las cosas como por arte de magia. Entra a la cocina de espaldas para no enredarse con las cuentas de la cortina, que se quedan tintineando a su paso.

No es que haya comprado mucho, lo justo para llegar a fin de mes sin morirse de inanición, pero va un poco cargada. Se ha permitido un par de lujos esa semana. Por fin ha terminado de pagar los plazos del coche, pero finalmente se ha decidido por estudiar una carrera. A distancia, pero no deja de ser una carrera. Y de costar dinero. Quiere comprarse los libros e ir a cursillos y sacarse algunos títulos de menos importancia mientras tanto, y su cuenta corriente se quedará en números rojos si no comienza a ahorrar.

Podría ir a una universidad de verdad, pero no quiere. Lo cierto es que a sus veinticuatro años lo que menos le apetece es meterse en un aula para rodearse de niñatos de dieciocho y tener que escuchar conversaciones más que banales. Para ser sincera, opina que no se pierde mucho incluso de su propia generación. Hay mucha gente echada a perder. Y siempre le ha gustado ir por su cuenta. Estudiar en casa le da la libertad de horarios que ella necesita y adora, al mismo tiempo, a la vez que menos quebraderos de cabeza a la hora de compaginarlo con su trabajo en el bar.

Si su madre la viera, piensa, con acidez. No tiene duda de que Ellen Harvelle encontraría algo especialmente afilado que comentarle a su hija, la que se fue de casa porque no soportaba aquella vida, trabajando en un bar. "Ironías de la vida", se dice ella.

Ahora vive bajo sus propias reglas, que es lo que nunca pudo hacer en aquel bar de carretera.

*

No mucho después de su llegada la cafetera borbotea y la aparta del fuego mientras termina de colocar los alimentos.

La cortina suena y un gato de color canela se asoma para mirarla y camina hasta ella. La saluda frotando el lomo contra su pierna.

- Hola, Ash. ¿Qué tal tu día?

Le gusta hablarle a su gato. Lo encontró en las afueras del bar de su madre cuando tenía quince años y le habla desde entonces. Le ayudaba a sobrellevar el instituto entre aquella panda de idiotas que la trataban como si tuviese dos cabezas sólo porque su padre había muerto y que no la entendían; y al que no le importara que ella le hubiese partido la nariz a un imbécil en el recreo o que se hubiese saltado las clases. Es un minino bastante astuto y le encanta echarse las siestas sobre el teclado del ordenador cuando está encendido.

El animal maúlla lastimero y ronronea como respuesta a su ama y se le queda mirando fijamente desde el suelo.

- Sé lo que vienes buscando -sonríe. El felino la sigue con la mirada y se precipita con voracidad a su comedero cuando la joven vuelca una lata de paté para gatos en el cuenco. Ella se esconde un mechón de pelo tras la oreja y estira más su sonrisa.

Saca una taza -su favorita, una de gran tamaño de color verde oliva- y sirve el café negro, con poco azúcar y sólo una gota de leche.

Es el comienzo, el primer paso de su ritual cotidiano.

*

La música suena suave en el reproductor de su portátil. Jazz, blues, rock, un poco de metal e incluso algo de country se entremezclan en su tracklist. La taza sobre la mesilla del salón humea y esparce el olor del café por toda la habitación y ella se sienta descalza, en pijama, sobre la moqueta; apoya la espalda contra el sofá y teclea durante un segundo con los dedos en el aire, como si le hormigueasen, sin llegar a tocar el verdadero teclado mientras su procesador de textos se abre.

Y escribe. Escribe un poco cada día, lo que dé de sí la inspiración. No tiene ninguna prisa. Cada vez que tiene una idea la deja fermentar un poco en su cabeza, al menos por norma general, antes de transcribirla al ordenador. Nadie más ha leído nunca una sola palabra.

Ha hecho eso mismo, todos los días, desde hace catorce años. Al principio lo hacía en papel, en un diario que le regalaron sus padres de niña y que tras la muerte de su padre dejó de rellenarse con sucesos cotidianos para pasar a historias fantásticas. En ellas, su padre era un héroe que salvaba a gente matando monstruos. Ahora lo hace a ordenador, es más rápido y puede borrar trozos enteros de golpe en un abrir y cerrar de ojos.

Escribir aquel tipo de historias se convirtieron en una adicción, en un hábito. Era mejor fantasear con la idea de que había monstruos ahí fuera y que su padre estaba en algún sitio cazándolos que la realidad en la que su padre, cazador y propietario de un bar de carretera, había muerto en un accidente de coche por evitar atropellar a un venado.

Comenzó escribiendo sobre historias de fantasmas de las que oía o seres que aparecían en películas que conseguía ver sin que su madre se enterase. Vampiros, hombres lobos, trolls, demonios, seres que podían adoptar la apariencia de uno mismo... Historias cortas y simples donde el héroe del relato destruía a sus enemigos con estacas, agua bendita, navajas y una escopeta de perdigones, arma que le resultaba más que familiar porque había sido básicamente la extensión del brazo de su padre y el mayor poder de convicción de su madre.

Con el tiempo fue desarrollando la habilidad para jugar con la historia, para hacer cambios de última hora en la trama y para crear personajes. Y vaya si creó personajes. Incluso Ash -en realidad, una versión humana de él- y ella están entre el millar de secundarios que han hecho aparición a lo largo de catorce años. También hay personajes principales, algunos basados en gente que conoce, como Bobby, un tipo basado en un habitual del bar de su madre, llamado en realidad Jim; y otros totalmente ficticios. Le tiene especial cariño a dos hermanos a quienes un demonio dejó huérfanos y al que buscan veinte años después para darle caza. Dos hermanos, con sus peleas y sus bromas y ese cariño que no dicen con palabras pero que brota cuando el otro está en peligro, que se enfrentan al día a día con música rock de fondo mientras viajan por todo el país en un Impala del 67 negro.

Y poco a poco sus pequeñas historias y su continuación de personajes dio lugar a una trama mucho más amplia, que se remontaba más atrás en el tiempo de los hermanos, de su mismo padre ficticio. Un plan de los demonios para apoderarse del mundo. No es que fuera original, pero era práctico y sonaba bien.

Se siente nerviosa, con la luz del atardecer colándose por la ventana. Ese día es el final de la historia de los dos hermanos. Lo ha retrasado durante más de una semana, pero sabe que no puede prolongarlo más.

Jo respira hondo y le tiemblan las manos, antes de pulsar la tecla para poner el punto final a aquella historia.

*

Esa noche, llora. Es como si hubiera perdido a alguien importante, como si alguien hubiera muerto. De cierta forma, es lo que ha ocurrido. Se siente estúpida por sentirse deprimida, pero nada va a ser igual a partir de ahora. Esos personajes ya no están. Otros muchos también han caído. Y puede ser una historia de fantasía, pero está salpicada con retazos de la vida real. Y en la vida real también hay cosas tristes y cosas que se acaban. Se consuela a sí misma diciendo que al menos murieron con las botas puestas. Desearía que alguno de sus personajes encontrase la forma de sobrevivir a aquel final, sólo por no despedirse de ellos.

Se queda dormida en el sofá con la teletienda puesta.

*

Saliendo de casa casi la atropella el cartero. Le pregunta si hay algo para ella. El tipo mira en su carrito y le entrega un sobre grande. Es de la universidad. Por fin tiene los impresos con el temario. Le saluda antes de irse y se encamina al bar. Ese día y los siguientes en un futuro próximo tiene turno doble, han despedido a su compañera por robar. Para ella sólo significa el doble de sueldo y el doble de propinas y caer dormida al llegar a casa sin ni siquiera quitarse la ropa, no le importa. Le viene bien estar ocupada en esos momentos y el dinero extra le vendrá como caído del cielo.

Tras la barra no tiene mucho tiempo a pensar en sus asignaturas. Solía echar sus ratos libres rellenando su libreta, que sólo utiliza para escribir cosas sobre sus historias, fragmentos completos cuando tiene suerte, pero sigue tristona por lo que escribió la noche anterior y decide no escribir durante un par de días, como despedida a aquellos personajes

Ya bien entrada la noche no queda mucha gente allí y ella comienza a recoger, y con ella muchos habituales se marchan a sus casas para que pueda limpiar tranquilamente. Tras esa barra, es la dueña y señora del local. Es la encargada, dado que el jefe se pasa por allí para hacer caja y poco más.

Armada de paño mojado y bandeja empieza a pasearse por las mesas para rescatar los vasos y copas perdidas y vuelve a meterse tras la barra para encender el lavavajillas y sacar la escoba. Viendo que se queda sola, sube un poco el volumen de la música y se pone a barrer. Tararea entre dientes cuando alguna canción le gusta en especial y alguien la saca de su labor cuando está a medias de You are a candle in the window on a cold, dark winter's night. And I'm getting closer than I ever thought I might soltando un bufido burlesco.

- Acabas de fastidiar todo mi respeto hacia tu gusto musical -escucha, y Jo se vuelve hacia la voz, sorprendida de que no se hayan ido ya todos.

Hay un tío sentado frente la barra aún que la mira mientras mueve distraído su botellín de cerveza.

- ¿Tienes algún problema? -espeta ella. Sociabilizar nunca ha sido lo suyo.

- Que pongas a The Cult en sus mejores tiempos puedo pasarlo, pero al chulo de Cronin...

Jo está a punto de decirle al individuo ese dónde se puede meter su opinión, pero él se le adelanta y sonríe levantando las manos en son de paz.

- Vale, perdona. Me gusta este bar y quiero seguir viniendo, así que capto que es mejor no cabrearte.

Es cuando cae en la cuenta que nunca le ha visto antes. Lleva las solapas de la chaqueta levantadas y tiene unos rasgos atractivos, además de ese inevitable aire de ligón empedernido que le resulta familiar. Pero parece sincero cuando le sonríe conciliador y le da un trago a su cerveza mientras la mira volver a su tarea.

- Está bien esto. La ciudad, digo -le escucha decir mientras pasa la fregona-. Soy nuevo aquí. Voy a abrir mi tienda de discos en la calle de al lado.

Jo le deja estar. Le habla de vez en cuando mientras termina de limpiar y cuando finalmente no queda nada por recoger se quita el delantal y se le queda mirando, nuevamente tras la barra. Él chasquea la lengua y suspira.

- Me tengo que ir. Ya lo pillo.

Ella sólo levanta la ceja como respuesta, aunque se adivina una sonrisa a punto de bailar en su boca. Él sonríe socarrón y la mira amistoso. Le tiende la mano.

- Dado que vas a ser mi camarera creo que tengo que presentarme. Soy Dean.

- Jo -responde ella, estrechándole la mano.

- Vale, Jo. Te veré mañana.

El tipo se marcha y ella cierra con llave la puerta de entrada y apaga las luces. Cuando sale por la puerta trasera no puede evitar sonreír.

Quizá no tiene que decir adiós del todo.

miércoles, septiembre 23, 2009

Máscaras

Tercer post del día. Tenía que revivir esto xD


Título: Máscaras
Fandom: Supernatural
Rating: PG-13
Personajes: Dean/Castiel
Warnings: SPOILER!!!! SI NO HAS VISTO LAS FOTOS DEL 5.04 NO LEAS ESTO.
Sinopsis: Cinco años tras el inicio del Apocalipsis, siguen luchando.
Agradecimientos: A quien lo lea xD
Disclaimer: Nada es mío y no cobro un duro. Y si lo hago, me están robando!!! Esto lo he escrito sin dormir, con dosis inhumanas de azúcar, té y café y está sin betear. Ay de vosotros xD.

La buena accion del dia

Bueno, primero de todo, está sin betear y lo escribí sin haber dormido en 24 horas, hace dos días. Pero es que vi el trailer del capitulo 5.03 de SPN y no he pude evitar escribir esta porquería. No me tiréis piedras, tiradme tomates que así ahorro :D

Bueno, ahí va.


Título: La buena acción del dia
Fandom: Supernatural
Rating: G
Personajes: Dean/Castiel
Warnings: SPOILER!!!! SI NO HAS VISTO LA PROMO NO LEAS ESTO.
Sinopsis: Dean lleva a Castiel a un prostíbulo.
Agradecimientos: A quien lo lea xD
Disclaimer: Nada es mío y no cobro un duro. Y si lo hago, me están robando!!!

domingo, agosto 30, 2009

Masticamiento de cerebro. Oh nom nom nom...

Llevaba meses con la idea en la cabeza, y hoy, que debería haber estado escribiendo (del fic de la Estratagema) o, en su defecto, estudiando, no he hecho nada de eso.

Sin embargo, he llegado a una conclusión. A una sobre Beatha.

He decidido tomar un camino que en principio no quería tomar, pero que al final he escogido. Mi decisión afecta a los personajes del foro donde Liam fue creado, en primer lugar.

Dado que me cuesta HORRORES y me da muchísimo reparo el usar personajes que no son míos, no los voy a usar. Quitando menciones de algunos o cosas que ya he hablado con sus dueños, sólo van a formar parte de los recuerdos académicos de Liam, y ya está.


martes, agosto 25, 2009

La estratagema de la araña 3/12

III

- ¿Y la señora Miller?
- Se desmayó. Está en el centro médico. O estará llegando allí ahora mismo -dijo el pequeño de los Winchester mientras toqueteaba los fusibles.
- ¿Ella sola?
- No. La ha llevado una amiga. ¿Estás bien?
- Me han mordido en el cuello, estoy de puta madre -escupió con ironía-. ¿Qué coño pasa aquí?

Sam casi lo subió a rastras escaleras arriba y encendió la luz del pasillo antes de quitarle la mano del cuello, con la que se apretaba la herida, para examinar los daños.

- Has tenido una suerte tremenda -comentó mientras se buscaba un pañuelo de tela (a saber por qué tenía uno) para hacer presión y absorber un poco la sangre.
- Tú me vacilas, ¿no? Susie desaparece un mes y se me tira encima en plan La noche de los muertos vivientes y... -se calló. Todavía no había acabado de creerse lo que acababa de ocurrir-. Espera, ¡la has matado!
- Yo diría que más bien en plan Drácula, Dean. Ha estado a punto de seccionarte la arteria, pero no ha tenido tiempo.
- Oh, gracias, mi hermano acaba de descabezar a una chica pero me quedo más tranquilo porque no me han degollado.
- Dean, era una vampira. ¿Le viste los dientes?
- Sí, se los vi, pero debe de haber una explicación lógica como que los melocotones en almíbar de los frascos que se rompieron estaban pasados y liberó un gas que me hizo flipar al respirarlo.
- Oye, escucha -dijo Sam, agarrándole por los hombros-. Lo más probable es que llevase muerta desde que desapareció. Era una vampira y te habría matado de no haber llegado yo.
- No, escucha tú. Quién te has creído que eres, ¿Buffy? Déjame decirte que te faltan tetas -no pudo decir nada más porque el móvil de su hermano sonó y lo descolgó de inmediato.
- ¿Está bien? -le oyó decir, sin saludar siquiera. Dean le miraba ceñudo, sin poder escuchar a quien hablaba con su hermano- ¿La poli? Vale, déjalo allí... Mi hermano estaba aquí, en el sótano... No, no era uno de ellos, pero le han mordido... No, no te preocupes. La maté. Voy a llevarlo a casa ¿te ocupas tú del cuerpo antes de que llegue la policía?... Vale, nos vemos allí.

Miró a su alrededor mientras guardaba el móvil y luego clavó sus ojos en su hermano.

- Dean, ¿qué hacías aquí?
- Venía a traerle un encargo.
- ¿Dónde lo has dejado? -replicó casi sin dejarle terminar la frase.
- En la entrada.

A Sam casi le faltó tiempo para cargarse la caja bajo el brazo.

- Es la compra de la señora Miller, subnorm-
- Dean -al aludido le ponía aún más de los nervios que su hermano dijese su nombre cada vez que abría la boca-, la policía va a llegar de un momento a otro y si ven la compra van a ponerte como sospechoso de lo que le ha pasado a la señora Miller. Así que, o nos vamos cagando leches de aquí ahora mismo o me das una razón de peso para quedarnos.

Como era de esperar, éste no pudo pensar en nada coherente.


*


Al entrar en casa Sam subió las escaleras a por el botiquín del baño como una tromba. Dean no tardó en oírle.

- ¿Quién eres?

Antes de que su hermano sacase al pobre Castiel, al que escuchaba tartamudear, impresionado por el tamaño de armario empotrado de dos puertas que era su hermano, seguramente.

- Eh, Gigante Verde, deja de atemorizar a mi colega.

Castiel bajó el primero, sin duda nervioso. Sam estaba serio. Entró directo a la cocina y trazó una linea con sal en la entrada, justo después de sacar dos vasos y servido un líquido transparente que guardaba en la petaca.

- Pasad -les dijo.
- Sam, ¿estás zumbado?

Dean pasó para pegarle una colleja a su hermano.

- ¿Pero qué haces con la sal, cenutrio?

Sam se inmutó poco y siguió mirando ceñudo al aún desconocido, que pasó la línea de sal.

- Ahora bebed esto.

El mayor no pudo menos que mirarle mal. Pero Sam le miraba sin cambiar el gesto así que tomó uno de los vasos para olisquearlo.

- Esto no huele a nada. No me digas que llevas agua en la petaca, Samantha.

El susodicho no dijo una palabra, sólo siguió mirándole hosco. No se quedaría tranquilo hasta que no le diese el gusto. Se bebió el vaso de un trago y a su lado Castiel lo imitó no muy convencido.

Dean vio cómo su hermano se relajaba considerablemente, antes de abrir el botiquín. Entonces fue cuando su nuevo compañero de casa se dio cuenta del mordisco del cuello. Le vio mirarle y abrir los ojos hasta que sólo le faltó que le saltasen de las cuencas.

- ¿Qué te ha pasado?
- Que estoy muy bueno -soltó Dean de sopetón.

Castiel le miró un poco confuso. Sam mojó una gasa con el agua de la petaca y vio que su hermano se le quedaba mirando, porque tenía la botella de agua oxigenada justo enfrente.

- Es agua bendita -explicó-. Para asegurarme del todo.
- Si esperas que vomite puré de guisantes, espera al domingo por la mañana cuando esté de resaca.

Su hermano ignoró el comentario completamente; y una vez le pasó la gasa y hubo quitado la sangre sí que usó la oxigenada, que escocía como mil demonios.

- Agua bendita -repitió con soniquete.
- Sí.
- Dean, ¿la has visto otra vez? -preguntó Castiel de repente. Ambos hermanos giraron la cara para mirarle.
- ¿Visto a quién otra vez? -casi le asaltó Sam, irguiéndose cuan alto era.

Castiel titubeó ante aquella mirada que se le clavaba desde arriba y que parecía intentar atravesarle. A Sam no se le había pasado por alto que iba vestido con ropa de su hermano. Los vaqueros rotos eran inequívocamente suyos y, bueno, no hacía falta comentar nada sobre la sudadera de Metallica. Le venían grandes, además, y saltaban a la vista que no eran de aquel tipo, se le veía en la cara que no era su estilo. El hombre de pelo oscuro esquivaba su mirada.

- A... -Castiel miró a Dean, sopesando si debía decírselo al hermano- A Susie.

Sam giró la cabeza tan rápido hacia Dean que bien pudo haberse roto el cuello.

- ¿La habías visto antes? -Dean rodó los ojos, bufando, y Sam volvió a fijar su atención en Castiel, al que era más fácil sacar información. Era obvio que estaba preocupado por el tema- ¿La habéis visto? ¿Los dos?
- Sí. Ella le llamó hace algunos días. Le... Tengo la impresión de que le buscaba.

Sam volvió a mirar a Dean, que se hacía el loco, apretándose la herida del cuello con una gasa seca. Todavía sangraba.

- ¿Te habló? ¿Te hizo algo?
- No. La vi un par de veces y creí que estaba alucinando, eso es todo.

Era mejor evitar decir que estuvo a punto de ser atropellado por un coche. En aquellos momentos Dean se sentía un poco intimidado por su hermano, y no precisamente por las preguntas. Aún podía escuchar el sonido de la cabeza de la chica cayendo al suelo como una sandía.

Por suerte pareció satisfecho con la respuesta, tras mirarles con algo que parecía sospecha, y se dispuso a terminar de curarle la mordedura.

- Disculpa -Castiel habló de nuevo, bajito, casi pidiendo permiso para hacerlo-. ¿Pero qué es lo que ha pasado?
- Susie me atacó en casa de la señora Miller. ¿Recuerdas que te comenté que tenía que llevarle un pedido? -le vio asentir y prosiguió- Sammy -agregó el diminutivo a propósito- dice que era una vampiresa.

Castiel no respondió nada, sólo entreabrió la boca y miró hacia otro lado, entrecerrando los ojos, pensando. ¿Por qué coño no decía que estaban todos chalados?

Sam aprovechó ese momento para empezar a rodearle el cuello con esparadrapo.

- ¿Tú qué? ¿Estás intentando rematar la noche? -replicó Dean a su hermano, quitándose el esparadrapo de un tirón y blasfemando por lo bajo.
- ¿Y tú qué? ¿Quieres seguir sangrando, gilipollas? Estate quieto, no voy a ahogarte.
- Y luego me lo despegas tú, ¿no? Ni de coña, chaval.
- ¿Prefieres tirarte todo el tiempo sujetando la gasa mientras aprietas? Adelante.

Antes de que uno de los dos llegase a las manos, un vaso con un contenido de olor ácido se interpuso entre ellos. Castiel hizo un ademán discreto para apartar a Sam de su hermano al tiempo que cogía algodón y lo empapaba de aquello. Dean se dejó hacer.

Durante el primer segundo.

Al siguiente estalló en gritos.

- JODER, ME CAGO EN LA PUTA, ¿QUÉ COJONES ES ESTO?

Sam decidió que, fuera lo que fuese el liquidillo ese, era buena idea agarrar a su hermano por los hombros e inmovilizarlo, porque a punto estuvo de lanzar a Castiel por los aires de un puñetazo.

- QUÍTAME ESTA MIERDA. ¿QUÉ COÑO HAS ECHADO?
- Agua, vinagre y sal. Ayuda a cortar las hemorragias.
- ME CAGO EN SU PUTA MADRE -dio un par de patadas al aire, pero Sam le tenía bien sujeto. Tardó un poco en dejar de escocer, aunque se estiró un buen rato con las palabrotas. Acabó cediendo ante los ojazos azules de Castiel, que le miraban culpables, pidiéndole perdón en silencio. Sabía que no lo hacía con malicia. No se podía enfadar con él si le lanzaba aquella mirada de cachorrillo abandonado. Durante una fracción de segundo se preguntó si sabía que esa misma mirada la usaba su hermano para salirse con la suya cada vez que le daba la gana.
- Cuando a Claire se le caía un diente o le sangraba la nariz le cortábamos el sangrado así -explicó.
- Sois unos sádicos -les dijo, ceñudo.

Sabía que Sam le miraba preguntándose quién era aquel tipo, qué hacía en la casa y quién demonios era Claire, pero sabía que preguntaría una vez estuvieran a solas. El brillo de curiosidad en sus ojos advertía que no tardaría mucho en asaltarle para saciar todas y cada una de sus dudas.

Por suerte, aquello pronto dejó de sangrar y pudo ir a lavarse.

Los cortes en las manos por los cristales no habían sido gran cosa, por suerte, a pesar de que tuvo que entretenerse un buen rato sacando cristalitos diminutos con una pinza. Odiaba los cortes en las manos.


*


Cuando bajó de darse una ducha había una tercera persona en el salón.

Castiel estaba sentado en un sillón y Sam en el sofá, al lado de una chica de pelo rojo que sonrió amistosamente cuando le vio bajar. Parecía una cría. La joven se levantó cuando se acercó. Había cuatro cervezas en la mesita del salón. Una de ellas sin abrir.

- Así que tú eres Dean -fue lo primero que ella dijo.
- Eh... sí.
- Ella es Anna -les presentó Sam-. Es una amiga. Llevó a la señora Miller al médico.
- ¿También eres de la brigada de fans de Van Helsing? -preguntó, sin mala voluntad. Anna soltó una risita divertida- ¿Cómo está la señora Miller?
- Un par de contusiones y más el susto que otra cosa. Se pondrá bien.

Dean suspiró aliviado por la pobre mujer.

- Castiel nos contaba cómo había acabado aquí.
No necesitaba preguntar. Habían hablado de eso la noche anterior, tras la cena. Era natural de Pontiac, Illinois. Había conducido unas doce horas, sin rumbo, desde que su mujer le hubiera dado puerta con lo puesto, y se le acabó la gasolina al llegar a Phillipsburg. Una vez allí se había presentado en la iglesia tras las indicaciones de Dean, pero por alguna razón no había pedido ser acogido allí.

- Parece una locura, ¿eh? -Anna le sacó de sus pensamientos.
- El qué, ¿que me haya mordido una tía o que mi hermano la haya descabezado como si fuera un langostino?
- Dean, siéntate -pidió Sam-. Déjanos explicarte. Es importante.


*


La explicación no duró mucho.

- No. Me niego. ¿Estáis todos tontos? Tú incluido -lanzó un dedo acusador sobre Castiel. Éste miró al suelo, dolido.

Dean se había mantenido callado, mientras Sam le hablaba, durante todo aquel rato. Pero acababa de explotar.

- No puedes juzgarme por mis creencias, Dean -se quejó.
- Dean, vamos, no es tan difícil de creer q-
- ¿Creer el qué, Sam? ¿Qué coño tengo que creer? ¿Que estáis como puñeteras regaderas? ¿Que mi hermano se dedica a pasearse por el puto país creyéndose Blade, Los Cazafantasmasy John Constantine, todo a la vez? ¡Que tienes veintiséis años, me cago en la puta! ¡Y tú! -señaló a Anna- Tú le sigues la corriente, y no sé si es porque te divierte o estás igual de tarada. Lo siento, pero no. No me lo trago. Un consejo de hermano mayor, Sammy, y que deberías tener en cuenta: CAMBIA DE PUTO CAMELLO. ¿Y Jessica? ¿Qué pasó con ella, la dejaste?
- La maté.
- ¿¿QUÉ??
- Estaba poseída. No encontré otra forma de solucionarlo, Dean.

Al menos sonó triste al decir que había muerto, pero igualmente era una situación bastante grave. MUCHO. Su hermano había matado a Jessica y a Susie con la excusa de que eran malvadas. Y era él quien era peligroso. A su hermano se le había soltado un tornillo y eso no era bueno en absoluto. Nunca tendría los huevos de delatarle, pero eso no cambiaba que su hermano pequeño, al que había criado más él mismo que su padre, fuera un asesino que probablemente tenía a sus espaldas más de dos muertes.

- No es tan difícil de aceptar, Dean -se defendió usando con él su típica mirada de perrito abandonado. No iba a surtir efecto. Esta vez no.
- Sí, claro, Sam, ¿cómo no me he dado cuenta antes? -le espetó cargado de sarcasmo- No más películas de la Hammer para ti. Nunca más.
- Dean -se levantó hacia su hermano y fue a agarrarle, pero éste le rehuyó-. Dean, tienes que creerme.

Volvió a hacer ademán de acercarse, pero el mayor dio un par de pasos más hacia atrás, hacia la puerta.

- No puedo, Sammy. Y lo siento. Pero estás pidiéndome demasiado. Deberías darte cuenta.

Todo comenzó a temblar repentinamente, y el silencio ocupó toda la habitación, ahogando hasta el sonido más imperceptible. Se percató de que Anna le clavaba la mirada desde el sofá, y la vio desaparecer apareciéndose un instante después a un paso de él. Dean se pegó a la pared, espantado, al ver cómo el mobiliario comenzaba a arder en medio de un fuego blanco que se extendió como la pólvora por el suelo y alcanzó incluso a su hermano y a Castiel, envolviéndoles. No pudo ayudarles. Vio el fuego subiéndole por las piernas, devorando el pantalón e incendiando su camiseta a continuación, el pánico haciendo presa de él, incapaz de gritar siquiera.

Tal como llegó, el fuego se fue, sin dejar rastro de que se hubiera quemado nada. Ni un hilo de humo, ni una llama. Castiel miraba a Anna con los ojos abiertos y la boca desencajada. La chica seguía delante de Dean.

Sam fue el que habló mientras ayudaba a su hermano, que seguía en shock, por no decir acojonado, a sentarse.

- Creo que te has pasado con la demostración, Anna.

El afectado parpadeó intentando asimilar lo que había ocurrido y echó mano a su cerveza, que ya estaba caliente. La había abierto antes de la conversación, pero estaba entera. Aunque no por mucho, la vació en un par de tragos.

- No tengas miedo de Anna, Dean -escuchó decir a su hermano con voz suave-. Te he dicho que es una amiga. De los buenos.

Él desvió la vista hacia la aludida, que volvía a sentarse tan tranquila, sonriéndole cándidamente. Le puso los pelos de punta.

- ¿Eres ilusionista o algo así?
- No -contestó ella, escuetamente.
- Estaba... -se humedeció los labios antes de terminar la frase - Estaba ardiendo todo, ¿verdad? No era una alucinación.
- No, Dean. Todos lo han visto. Era una muestra del fuego divino.

Castiel, a su lado, contuvo la respiración.

- La zarza ardiente -le oyó decir.

Los dos Winchester le miraron sin tener idea de lo que hablaba, pero Anna sí parecía saber de qué iba la cosa. Asintió.

- Exactamente.

Castiel no dijo nada, sólo soltó un jadeo sin dejar de mirarla.

Tras un corto silencio, Sam se palmeó las rodillas antes de ponerse nuevamente en pie.

- Tengo que ir a comprobar un par de cosas -comentó, echándole un vistazo a su reloj. Eran alrededor de las once de la noche-. Deberíais cenar. ¿Queréis que os traiga algo? -preguntó, mirando a Dean y Castiel alternativamente. La pelirroja también se preparaba para salir.
- No, da igual -quedaba pavo de la noche anterior. Se las apañarían.

En cuanto escuchó la puerta cerrarse, Dean se recostó en el sillón, rendido. Se había quedado dormido antes de poder darse cuenta.


*


La noche había pasado y Sam no había vuelto. Sorprendentemente se despertó en su cama, a la que no recordaba haber subido.

Consultó su teléfono móvil. Era temprano, las ocho. Y había un mensaje de Sam a las cuatro de la mañana. Que volvería por la mañana o, a mucho tardar, a la hora de comer.

Y hablando de comer, un delicioso olorcillo subía de la cocina. Siguiendo su olfato se topó con un Castiel aún en pijama -ropa de Dean, cómo no- haciendo el desayuno.

- Buenos días -saludó con voz rasposa, dejándose caer en la silla.

Su compañero parecía igual de dormido que él. Estaba muy despeinado y el pantalón del pijama se le sujetaba casi de forma milagrosa. Había perdido peso durante sus días como sintecho, y Dean había tenido el fallo de prestarle los pantalones de pijama que tenían la cinturilla floja. Le quedaban muy bien, todo había que decirlo.

- Hay café recién hecho -anunció Castiel, dirigiéndole una sonrisa cordial.
- Una buena forma de comenzar el día -respondió moviéndose hasta la cafetera y sirviéndose una buena taza antes de volver a derrumbarse en el asiento.
- Anoche estabas tan dormido que apenas te diste cuenta cuando te subí a tu habitación -le informó el hombre, que peleaba con algo que intentaba mezclar en un bol-. Fue fácil hacerte subir las escaleras, no te preocupes -le restó importancia.

Dean rodó los ojos, cosa que pareció hacerle gracia.

Después de eso se quedaron callados. Dean trataba de arrancarse el sopor de encima atacando el sueño con largos tragos de café. Antes de que se diera cuenta había un plato de huevos revueltos ante él, y otro igual al lado opuesto de la mesa.

- Dean, ¿este enchufe funciona? Estoy intentando usar la tostadora, pero no va...

La voz de Castiel lo sacó de su ensoñación y volvió a levantarse, tomando el enchufe de la tostadora de las mismas manos de su compañero.

- Mira, es que tiene truco. El cable está doblado, ¿lo ves? El truco está en colocarlo del lado contrario, enchufado. Es una tostadora vieja, por eso hay que tratarla con cariño y engañarla para que haga lo que tú quieres, sin forzarla.

Introdujo el enchufe en su clavija y presionó el botón. La tostadora se encendió y Dean sonrió como si acabase de realizar una travesura. Esperaba algún tipo de comentario de parte de Castiel, pero no llegó.

Castiel le miraba. No le miraba, le MIRABA. Le atravesaba con aquellos ojos, tan cerca, tan claros. Y aquel pelo despeinado. Se lamió los labios mientras deslizaba la mirada hacia la boca de aquel hombre moreno que no llevaba ni cuarenta y ocho horas bajo aquel techo.

La mordedura tenía que haberle afectado de alguna forma. Eso, o que ya iba siendo hora de una noche de escarceos. De lo contrario tendría que pensar que el cabello revuelto y los ojos azules del mendigo que había acogido y que llevaba puesto un pijama viejo suyo que le quedaba grande le ponía cachondo.

Fue cuando se dio cuenta de lo cerca que estaban. Totalmente culpa suya, que por motivo de arrimarse a la tostadora había apresado a Castiel entre él y la encimera. Prefería no pensar dónde estaba apoyada su cadera.

Es más, no hacía falta ser un genio para leer la palabra "incomodidad" tatuada en su cara, mientras trataba de disimular sin mucho éxito, para qué nos vamos a engañar.

Sin articular una palabra más, Dean volvió a su sitio soltando un carraspeo tras rellenar su taza de café. Había beicon haciéndose en una sartén.

Una vez tostado el pan y el beicon servido en un plato, Castiel se sentó a la mesa.

- Traté de hacer tortilla, pero tu sartén se pega -dijo.
- Supongo que es porque es vieja. Hace tiempo que no la uso.
- Sólo tienes esa -comentó.
- Ya, bueno. Es que sigo la dieta del comer fuera y la del microondas -fue la sencilla respuesta de Dean, que atacaba el revuelto-. Esto está bueno, para ser una tortilla disfrazada.
- Dean...
- Dime.
- Yo podría cocinar, si no tienes inconveniente. No se me da mal. El horario de Amelia no era el mejor, así que yo me encargaba normalmente de las comidas.
- ¿Sabes cocinar?
- ¿Tú no?
- Pues no. La cocina la uso lo justo y necesario.

Dean seguía prefiriendo eso de comer fuera, porque luego nunca tocaba limpiar, pero Castiel le miraba de una forma... De alguna manera entendía su necesidad de sentirse útil en una casa que no era suya, donde comía alimentos que él no había pagado y llevaba ropas que no había comprado.

- Vale. Podemos ir a la tienda después de desayunar y hacemos la compra. Así si quieres algo en especial sólo tienes que comentarlo. Eres el jefe de cocina desde ahora.

El Winchester recibió una sonrisa de agradecimiento.

- Eh... quería pedir otra cosa más.

Dean parpadeó, un poco perdido. ¿Qué más podría pedir?

- Querría buscar un trabajo.
- Si es por los gastos, no te preocupes. La casa está pagada y...
- No quiero que te ofendas, pero tu ropa me viene grande. Y me sentiría mejor si pudiese pagar parte de los gastos.

Dean alzó las manos en señal de paz.

- Vale. Por mí, vale, tío. Pero que sepas que no es necesario.


*


Jo se asomaba por el cristal de la ventana cuando aparcaron frente la puerta. Dean no pudo evitar percatarse del brillo divertido de sus ojos cuando le vio entrar con Castiel tras él.

- Venimos a hacer la compra.
- ¿La compra? ¿Tú? ¿Quién eres y qué has hecho con Dean? -se burló-. Las chocolatinas están donde siempre y tus condones talla micropene se han acabado, aunque te recomiendo que le cortes los dedos a un guante de goma -remató, guiñándole un ojo.
- Muy gracioso, rubia. Habría que ver con qué clase de fauna retorcida te mezclas, criatura. Un día te enseñaré lo que son veinte centímetros de verdad.

Iba a meterse por el primer pasillo, pero Castiel miraba a la chica con curiosidad. Y era obvio que era recíproco.

- Cas, ella es Jo. Jo, Cas.
- Castiel. Encantado de conocerte -extendió la mano y se la estrechó con educación.

No le dio tiempo a su amiga de entablar una conversación: se llevó a Castiel para hacer la compra.

- Parecéis muy unidos -dijo este entonces. Dean tardó unos segundos en entender por dónde iban los tiros.
- Qué va, es como mi hermana. Me he pasado las tardes de mi infancia trepando árboles y despellejándome las rodillas con ella a mi lado.

Castiel rodó los ojos con discreción. No parecía compartir la misma opinión.

Terminaron llenando el carrito. Suponía que Sam iba a pasar allí al menos un par de días y aquel chico era un pozo sin fondo. Herencia Winchester.

Pagó a Jo en el mostrador y salió a abrir el maletero para meter todo aquello en su Impala. Antes de llevarse la primera bolsa escuchó hablar a su amiga.

- Sam ha estado aquí un rato antes de que vinieras. Dijo que estaría en el Roadhouse a mediodía.
- ¿Ha estado aquí?
- Se ha pasado a saludar, sí. Por cierto, me dijo que anoche te mordió un perro. ¿Está bien? El perro, digo.
- No fue nada, un arañazo superficial.

Menos mal que lo tenía tapado con una gasa. Prefería que nadie viese la dentadura de Susie marcada en su cuello.

- Ve al médico para que te pongan la antirrábica.
- Entonces vamos juntos y que a ti te miren el coco, rubia -se despidió de ella con un movimiento de cabeza y Castiel le ayudó a cargar el coche.


*


El Roadhouse era el mismo bar de siempre. Pequeño, concurrido y ameno. Dean prefería no pensar en la pequeña fortuna que había invertido durante años en la máquina de videojuegos.

Era ya mediodía. Se suponía que Sam estaría allí ya. Pero no le veía.

- Hola, chaval -saludó Ellen tras la barra. Su atención se fijó en el desconocido.
- Este es mi amigo Cas -el aludido corrigió su nombre, pronunciándolo completo-. Como sea -Dean rodó los ojos-. A mí ponme una cerveza, y a éste...
- Otra, por favor.

La mujer les plantó delante las bebidas, servidas en vaso largo.

- Lo siento chicos, acabo de meter los botellines a enfriar. Hay que servir cerveza de barril de vez en cuando -sonrió.

Dean se encogió de hombros y sorbió su bebida mientras la dueña del bar aprovechaba para secar un par de vasos al lado.

- Hace un par de semanas que no te veía -comentó.
- Ya, bueno. Me hago desear.
- El pobre Randy va a echarte de menos hoy -bromeó Ellen, mirándole con la ceja levantada. Su hija y ella tenían exactamente el mismo sentido de humor.
- Hay que ser justos y repartir, ¿no? -respondió Dean, sonriendo de lado. Ella imitó su gesto, antes de marcharse a servir unas mesas. El local estaba abarrotado.

A su lado, Castiel inspeccionaba todo el bar con ojos curiosos, tomando pequeños sorbos, casi distraídos. A Dean se le ocurrió algo.

- Oye, Ellen, ¿te hace falta un camarero? -le preguntó cuando ésta volvió y metió un par de jarras en el fregadero.
- ¿Un camarero? Creí que te iba bien en la tienda.
- No es eso. Es que Cas está buscando trabajo. ¿Qué dices, te hace falta uno?

Castiel respingó cuando se dio cuenta que hablaban de él, y les miró, preguntando con la mirada. Ambos le estaban observando.

- Por mí no habría problemas, pero tendría que estar un día de prueba.

Dean levantó una ceja, preguntando a su compañero en silencio con la ceja levantada qué opinaba. Él asintió, algo aturdido.

- Bien, pues pasa detrás de la barra -antes de terminar la frase un mandil azul oscuro aterrizó en la cara de Castiel- Ponte eso.

Mientras se ponía su nuevo atuendo, Dean aprovechó para llamar nuevamente a Ellen.

- ¿Has visto a mi hermano?
- ¿A Sam?
- ¿A quién si no?
- Está en el despacho. Con Ash.

Ash. Aquel tipo era más raro que un piojo verde. Desde su peinado, pasando por su comportamiento, hasta que viviera en aquella habitación que una vez fue del marido de Ellen, el chico era un extraño misterio. Dean no tenía idea de si se dedicaba a algo, sólo hablaba de tonterías con él, pero le había visto más de una vez beberse los culines de la cerveza que dejaban los clientes al irse, así que suponía que no tenía trabajo (ni un sitio donde caerse muerto). No había encontrado nunca una razón coherente por la que aquel tío viviera en un lugar como ese. Pero allí estaba desde hacía unos años.

Llamó a la puerta y al abrirse pudo ver a Sam asomarse por la rendija. Al ver que era él le dijo a Ash que luego terminarían de hablar y salió con su hermano, cerrando la puerta sin dejarle ver el interior.

- Vaya amistades, Sammy. ¿Cambiabas cromos?
- Dean, tengo que pedirte algo. ¿Podemos salir afuera?

Dean asintió. Sentía que, de alguna manera, el tema de conversación iba a envolver lo sucedido la noche anterior. ¿Sobre qué, si no?

- Claro -accedió.

Los alrededores del Roadhouse eran, en contraposición, tranquilos y solitarios. Se sentaron sobre el capó del Impala.

- Tú dirás.
- Necesito la ayuda de alguien en quien pueda confiar, Dean, y sólo se me ocurre que seas tú. No te metería en esto si fuera una tontería, pero es importante.
- ¿Ayuda con qué?

Sam paseó la mirada por el paisaje y tomó aire con aquella mueca de mártir que ponía a veces, como si estuviera paseando sobre brasas o algo así. Dean sabía que estaba perdido antes de que su hermano hablase.

- Tengo que exterminar un nido de vampiros y quiero que me acompañes.

miércoles, agosto 05, 2009

La estratagema de la araña 2/12

Ale, segundo capítulo. Pa quien le interese.

II.


- ¿Sigue ahí sentado? -preguntó Dean. Jo se asomaba a la calle por el cristal de la puerta de la tienda. Asintió.


Habían pasado casi dos semanas, y las cosas eran aún más extrañas. No sólo las desapariciones, ya que un par de personas más se habían esfumado, no.


El tipo aquél, el de la gabardina. Estaba seguro, estaba completamente seguro de que le seguía. Le veía todo el día en ese banco frente la tienda y juraría, si no lo llamasen paranoico, que lo había visto alguna vez asomado a la puerta de su casa. Sin embargo Jo había desbaratado su teoría del espionaje, porque aseguraba que había pasado en ese banco los dos fines de semana que habían acontecido desde que a Dean hubieran estado a punto de dejarlo hecho un tatuaje sobre el asfalto. "Como una rata", comentaba él mismo con su usual humor negro.


Y a Dean no le gustaban los interrogantes. Ni pizca. Y ese hombre era un interrogante adornado de luces de neón para él. Le veía sentado en aquel banco, le había visto allí durante días; había contemplado, día a día, cómo le crecía la barba y se le oscurecían las ojeras y su pelo se despeinaba más y más -cosa que antes de verlo, habría dado por imposible desde el principio- y lucía, indudablemente, mucho más delgado. Se había vuelto un vagabundo, un indigente. Nunca lo habría dicho, dado su aspecto inicial, tan cuidado. Y la ropa no parecía de mala calidad. Ahora aquellos harapos podrían ir, directamente, a la basura.


- Oh, venga, habla con él -Jo le sacó de sus pensamientos, aquel martes por la mañana.


Le había traído un café y había comentado algo sobre que necesitaban cacahuetes para poner con las cervezas. Dean sabía que era una mentira descarada y gigantesca. Ellen odiaba los cacahuetes. En cambio agradecía el café y la compañía.


Había tenido pesadillas. Con Susie. Probablemente se estaba volviendo loco. ¿Quién en su sano juicio veía a alguien a quien conocía cubierta de sangre enfrente de ella y había desaparecido frente sus narices? Nadie que estuviera cuerdo, era la respuesta. No se lo había dicho a Jo, ni a Missouri. Ni siquiera a Sam. Les habría faltado tiempo para marcar el número del manicomio más lejano y haberle regalado una camisa de fuerza a su medida. No podía decirles que había visto a Susie muerta delante de él. Y su sobrealimentada mente pensaba luego en los mil y un pasos a seguir por cortesía de los Ghostfacers. Sal gorda para repeler a los fantasmas. Ya, claro. Y a los demonios también, ya puestos, ¿por qué no? Si era así estaba claro que los fantasmas y los demonios pertenecían a un tipo de brigada contra la hipertensión.


- ¿Y qué coño le digo? -le soltó, brusco.


Había estado tan embotado aquella noche, tan... no sabía cómo había estado. ¿En shock? No, quizá algo más... Alucinado. Ésa era la palabra: alucinado. Y no le había dicho nada. O quizá sí, pero no lo recordaba. Posiblemente balbuceó un "me voy a casa" y con esas se marchó. Ni siquiera jugó al videojuego. Se quedó en el sofá, sentado, tratando de aclararse a sí mismo. Había intentado descubrir en qué momento su mente había hecho click para desvariar de aquella manera.


- Un "hola" estaría bien para comenzar, ¿sabes? La gente no muerde.

- Me lo dice la que escapaba de las peleas a bocado limpio en el instituto, ¿verdad?

- No te andes por las ramas, que estamos hablando de otra cosa, Winchester.

- Claro, Harvelle -dijo Dean, imitando el tono de la chica-. Estamos hablando de que salga ahí y le pregunte al contable pordiosero si me está persiguiendo porque no tengo bastante con que parezca lo suficientemente enfermo en mi cabeza. Si quieres que haga el tonto deja que me disfrace de payaso y vendemos las entradas.

- También puedes ser más sutil, so inútil. Le llevas un bocata o algo, yo qué sé. Pasado mañana es Acción de Gracias. Puedes ir con esa excusa, y hablas con él. Un "hola, qué te trae por aquí" no sólo es una forma de ligar, por si no lo sabías. Yo lo haría así, vaya.

- Tú hazlo como te dé la gana. Yo me siento idiota sólo con pensar en acercarme a un tío que no conozco de nada y preguntarle sobre su vida.

- No te importa mucho cuando te acercas a alguna chica en un bar y le entras para llevártela a la cama.

- No es lo mismo.

- Sí lo es. Se llama conversación.

- La meta es diferente.

- También te lo puedes llevar a él a la cama. No es feo -rió la rubia.


Dean agarró el vaso de café para llevar reprimiendo las ganas de tirárselo encima y acertarle en la cabeza. Optó por darle un trago. Estaba ya frío.

La broma de Jo le había parecido de mal gusto. Era un pueblo pequeño, Phillipsburg, en el que se sabía todo con una rapidez pasmosa, y él había sido durante algún tiempo la comidilla del pueblo. Él y Paul Barnes, un chico de su clase, gay, para más datos, con el que había estado ligeramente involucrado después del instituto. No habían llegado a nada, en realidad, sólo a lo resultante de una noche llena de alcohol y de un par de encuentros más. Dean perdió interés enseguida en lo que pasaba entre ellos dos y Paul se marchó a la universidad, y después Dean había vuelto a su línea de chicas tras su fase experimental, pero nunca se había enredado demasiado con ellas sentimentalmente hablando. Ni con ellas ni con nadie. Había acabado siendo el malo del cuento en esos rumores, y ni siquiera imaginaba el por qué.


Sabía bien que aún se comentaba "Ahí va Winchester, el hermano mayor, el que se restregó con el hijo pequeño de los Barnes", además de los ya establecidos rumores de la más que conocida teoría de "no ha intentado llegar a algo serio con una mujer porque en realidad es un reprimido". Reprimido sus cojones. La gente tenía demasiado tiempo libre y no le gustaban las bromitas sobre ello.


Jo captó su mirada de advertencia y levantó las manos, pidiendo perdón en silencio.


- Espera, se va -dijo ella de repente, espiando al desconocido.


El hombre se perdió de vista y entonces Jo se apartó de la puerta. El reverendo se acercaba y probablemente entraría a comprar. Éste, sin embargo, se detuvo ante la tienda, pero pareció acordarse de algo en el último momento puesto que nada más tocar el pomo retiró la mano con aire confuso y les sonrió a través del cristal con algo de apuro, marchándose calle abajo.


La chica volvió la mirada a Dean y él se encogió de hombros.


*


La señora Miller vivía sola -a decir verdad vivía con su gato, pero no cambiaba demasiado la situación- en su casa, en las afueras al norte del pueblo. Tenía un par de hijos que vivían fuera; y la mujer, a sus setenta y cinco años, no consentía ayuda alguna. Tenía el porche cubierto de hiedra y maceteros meticulosamente cuidados. El exterior de su casa era muy agradable e invitaba a entrar en la vivienda.


La primera vez que Dean entró allí imaginó que la casa de sus abuelos era exactamente igual que aquella. Y aquella primera vez había sido su primer encargo de la tienda de Missouri. Habían pasado catorce años desde entonces.


La anciana hacía sus pedidos cada dos semanas. Tenía un huerto tras la casa, por lo que parte de su alimentación era totalmente natural. Hacía unas tartas de escándalo, aquella señora. La señora Miller cada vez se hacía más mayor y eso se le notaba en el carácter, pero aún era una viejecita peculiar. En sus tiempos mozos había sido feminista, y nunca se había casado. Nadie sabía quiénes eran los padres de esos dos retoños que había tenido.


- Aquí le traigo sus cosas, señora Miller -dijo Dean al entrar en la casa, colocando la caja donde acostumbraba- ¿Le ayudo a colocarlo?

- No, muchacho. Pero si no te importa hacerme un favor...

- Usted dirá.

- Los fusibles de la luz. ¿Podrías echarles un vistazo? Están en el sótano y mi vista ya no es la que era. Las luces me llevan parpadeando un par de días, y empiezan a ponerme de los nervios. Cada vez que las enciendo, plic plic plic. Y no quiero llamar a Jimmy a no ser que sea necesario. Será un electricista muy bueno, pero es caro como él solo.


Bajar el sótano no le apetecía un pelo, dada la situación de paranoia en la que estaba. Si volvía a flipar con Susie iba a salir chillando de ahí cual colegiala.


La mujer sacó una linterna de un cajón de la cocina y se la dejó.


El sótano no estaba demasiado iluminado, había un par de ventanucos a ras del suelo, y aquello parecía ser suficiente. Sólo había una bombilla y no es que fuera un espacio pequeño, precisamente. Estaba un poco acojonado, tenía que admitirlo. "Ves demasiadas películas de terror, Dean", se amonestó a sí mismo.


Las cuatro paredes estaban casi totalmente cubiertas por estanterías. Había cajas de ropa, colchas y demás; trastos de cuando sus hijos vivían allí o eran pequeños y también había bastantes conservas. El fertilizante olía desde las escaleras.


La caja de los fusibles estaba en un rincón bajo las escaleras. Genial, vaya. Con la iluminación que había era una delicia.


Un ruido le hizo dar un respingo y miró alrededor. Había tanto silencio... Tras un tiempo prudencial Dean volvió a mirar los fusibles y entonces algo le tocó la pierna. Respiró hondo. Un maullido sonó a sus pies y, Whiskers, el gato de la señora Miller se frotó nuevamente contra su pantorrilla. Soltó una palabrota por lo bajo.


- ¿Todo bien, hijo? -escuchó decir a la mujer, escaleras arriba.

- Tiene uno fundido.

- Tendré que llamar a Jimmy. Anda, sube.


No se hizo de rogar. La anciana le esperaba en la puerta del sótano.


- Ya he colocado la compra -le informó.

- ¿Y todo bien?

- Olvidaste los pepinillos.

- No se preocupe, se los traigo luego en un momento.

- Sin prisas. Hasta el viernes no pensaba comer ni uno.

- Bueno, pues para el viernes como muy tarde los tiene aquí. Puedo decirle a Jimmy que se pase, si quiere.

- Déjalo, hijo. El teléfono está para algo -sonrió.

- Vale, pues me marcho. Llámeme cuando quiera que venga y, si necesita algo más, sólo tiene que pedirlo.


La señora le despidió con la mano hasta que el coche se perdió de vista.



*



El jueves llegó casi sin darse cuenta. La semana había sido cada vez más animada a cada día que pasaba, volviéndose totalmente caótica el miércoles por la tarde. En aquel día, Acción de Gracias, sólo tendría abierto el negocio unas pocas horas, lo justo para que los más rezagados comprasen los productos para la cena. Había, incluso, pavos ya preparados y envasados, listos para calentar en el microondas. Para vagos como él, que nunca había comprobado si era bueno o no en la cocina porque nunca se había dado la oportunidad. Siempre podía hacer cosas mejores, como batir su propio record en cualquier videojuego, que meterse en la cocina a hacer el gilipollas.


Jo había venido el día anterior para ayudarle. En vísperas de festivos los clientes se agolpaban en la pequeña tienda como moscas en la miel. O, mirándolo desde el punto de vista de Dean, como una horda de zombies. Lo aburrido del asunto es que no podía derribarlos a balazos. No, si quería no pasar el resto de su vida a la sombra.


Al cerrar la tienda a mediodía buscó inconscientemente al desconocido. Por sorprendente que pareciera, no estaba en el banco. Con casi total probabilidad seguiría el consejo de su rubia compañera de trabajo y le invitaría a comer algo. Estaba pensando en dejarle pasar al cuartito de la tienda para que pudiese asearse y afeitarse, e incluso dejarle echar una siesta en el sofá si le apetecía.


Tenía la impresión de que aquel hombre llevaba todo aquel tiempo durmiendo en la calle. En la iglesia no se había presentado a pedir alojamiento, desde luego. Molly Murray había tenido el detalle de chivárselo, a él y a todo el pueblo, por supuesto.


Bajando la calle para montar en su querido Impala del 67, Dean visualizó al tipo de la gabardina en una cabina de teléfonos que por un casual -ironías de la vida- estaba al lado del coche. Tenía que pasar por allí y, bueno, sería inevitable escuchar parte de la conversación. Afiló el oído. Si alguien le pillaba lo negaría todo. Bajo tortura.


- Perdóname, por favor, Ame. Déjame volver -le oyó suplicar. No le había oído hablar desde aquella vez en el cruce. Sonaba realmente acongojado-. Quiero verla. Tengo que estar allí.


Parecía haber problemas en el Paraíso, pensó Dean mientras abría con cuidado la puerta negra de su Chevy para seguir escuchando sin problemas.


- ¡Por favor! Estoy en mi total derecho de-


Desde allí pudo ver sus ojos azules mirando el teléfono aún sin entender qué había sucedido y el sentimiento de haber sido hecho trizas pintado en la cara, casi cubierta por la barba. Dean ya estaba acomodado frente el volante y decidió que no era el mejor momento para invitarle. Lo intentaría más tarde.


Sin embargo, cuando volvió para abrir la tienda un par de horas más el desconocido ya no estaba. Y no regresó en toda la tarde.



*



No le encontraba. Había conducido por todas las calles del maldito Phillipsburg -que no eran muchas, dicho sea de paso- ¿Y si hubiera entrado en algún sitio?


Nah. Le parecía poco creíble a esas alturas, después de haber pasado todo ese tiempo en la calle.


Su cara de total derrota le saltó a la mente de golpe. Estaba claro que no era un sintecho por gusto. Había tenido que ocurrirle algo y le habían despojado de todo lo que le importaba.


- Venga ya, mierda -maldijo entre dientes. Había parado el coche cerca del pequeño campo de golf, y desde allí se veía un signo de paso a nivel. Por si fuera poco, nada más abrir la puerta se puso a llover a cántaros. Como si no fuera suficiente.


Bajó del coche refunfuñando. No debería estar imaginándose lo peor, pero su lado oscuro pesimista le dijo que si a él se lo quitasen todo, como parecía haberle ocurrido a aquel hombre, también tendría aquellas ideas. Le parecía muy cobarde, pero que le cayera un puto rayo si no le entendía.


Las barreras del cruce descendieron y comenzó a sonar aquella campanilla de alerta. Y le vio, sentado en medio de las vías. Estaba rezando. ¡El muy hijo de puta!


- No habrá vagabundos por el mundo y me tiene que tocar uno subnormal -gruñó-. ¡Eh! ¡Va a pasar el tren! -gritó, acelerando el paso a medida que se acercaba y veía que no se movía. Le agarró de la gabardina cuando se puso a su altura. El tipo lloraba mientras rezaba, detalle que no había percibido antes. Dean tironeó de él, pero el muy bastardo se agarró al suelo.


- ¡Déjame en paz!

- ¡No seas gilipollas y salgamos de aquí!

- ¡Suéltame! Iré al infierno de todos modos.

- ¿Qué infierno ni qué niño muerto? -el tipo podía haberse quedado delgado, pero se agarraba a las vías como un condenado.


Entonces Dean vio el tren. Avanzando hacia ellos. No tenía tiempo de convencerle. Le soltó y el hombre le miró con desconfianza. No vio llegar el puñetazo que le aterrizó en la cara haciéndole caer inconsciente antes de ser arrastrado fuera de las vías.



*



Despertó en un coche. Tenía el cinturón puesto.


- ¿Q-qué...?

- Ya era hora. Empezaba a pensar que te había matado -bromeó Dean con toda la malicia que pudo reunir. Estaba aparcando.


El tipo de la gabardina le lanzó una mirada dolida. Sin embargo ya no había tanta desesperación en ella.


- Si piensas volver a intentarlo vete quitando la idea de la cabeza. No voy a dejarte tranquilo. Así que te jodes, como el resto de los mortales.


El otro no dijo nada. Tenía el seguro de la puerta echado. Dean había querido asegurarse que no saltaría con el coche en marcha o algo parecido si se despertaba.


Una vez apagado el motor el seguro de la puerta se bajó y el hombre le instó a bajar. Estaba empapado.


- ¿Dónde-

- En mi casa. No suelo meter a desconocidos chalados, así que será mejor que dejes de hacer locuras.


Abrió la puerta y le dejó pasar, cerrándola a sus espaldas, antes de perderse por alguna de las habitaciones de la izquierda del pasillo. Frente la entrada había unas escaleras que conducían a la planta superior.


- Pero pasa, no te quedes ahí pasmado. ¿Quieres beber algo?

- Un poco de agua, gracias -el desconocido siguió la voz de aquel hombre que le había salvado la vida, para bien o para mal.


Dio con él en la cocina y nada más llegar le puso un botellín de agua en la mano, antes de coger para sí mismo una lata de cerveza.


- Me llamo Dean. Dean Winchester.


Él ya sabía cómo se llamaba. Había escuchado a la gente llamarle por la calle.


- Castiel Novak.

- ¿Cas-qué?

- Castiel. Es el nombre de un ángel bíblico.


A Dean no le cupo duda, si es que le quedaba alguna, que aquel era el hombre que Ray había traído en la grúa.


- Oye, mira, no se me da bien andarme por las ramas, así que voy a ir directo al grano y espero no parecer demasiado morboso -Castiel se tensó. El altruísmo no existía ya, dada la situación-. ¿Por qué has intentado matarte?


El rostro del vagabundo se tiñó de rojo lo suficientemente intenso par poder verse debajo de toda aquella mugre.


- Mi esposa me ha echado de casa.

- Tu esposa -el tipo asintió.

- La traicioné. Ella confiaba en mi y la traicioné. Y no puedo ver a Claire.

- ¿Claire es la chica con la que le ponías los cuernos?


Dean fue perforado con una mirada de total repugnancia.


- ¿Qué? Por el amor de Dios, ¡no! Claire es mi hija.

- Joder, y yo qué sé. Acabo de conocerte.

- No la engañé. A Amelia, mi esposa. No la engañé.

- Vale, te creo. No hace falta que me lo cuentes.


No le interesaba. Eso era algo entre aquel hombrecillo y su mujer.


Castiel se bebió el agua y Dean le dio un par de tragos a la cerveza. Tiró la lata y la botella a la basura.


- ¿Podrías aclararme una cosa más? -intervino, rompiendo el silencio que se había creado.

- Tú dirás -Castiel decidió tutearle también.

- ¿Me has estado siguiendo?


El moreno volvió a enrojecer. Dean no necesitaba afirmación más clara.


- ¿Por qué?


Castiel se tomó su tiempo para responder, y por un momento Dean pensó que se había quedado embobado mirando las cortinas de la cocina.


- Quise comprobar si salvar la vida de alguien cambiaría lo que le hice a Amelia. No sirvió de mucho, en realidad.

- ¿Me seguías ya, entonces?

- Desde que saliste de aquel bar. El tipo que salió antes de ti, ¿le viste la cara?

- Claro. Era feo, lo sé. Pero no sé si es a lo que quieres llegar.

- Pues... -comenzó a decir, pero cambió de opinión- No importa. Cuando saliste del bar sentí que iba a pasar algo. No me preguntes qué: simplemente te vi salir y no lo pensé. Te seguí, y la vi. A ella.

- ¿Ella? ¿Quién? Espera, ¿Susie? ¿Me estás diciendo que viste a Susie?

- No sé quién es Susie. Si te refieres a aquella chica cubierta de sangre, sí, ella. Iba a hacerte daño y te saqué de allí.

- ¿Tú estás mal de la cabeza? Conozco a Susie. ¡Pero si le da miedo hasta matar moscas, joder!

- Es lo que sentí, fue un impulso más allá de toda lógica. Había malicia en ella. Muerte.

- A ver que me aclare. Sentiste algo y me seguiste y viste a Susie, y Susie era mala.

- Sí.

- Eh... vale. Creo que la calle te ha sentado mal, amigo.

- Pero -

- Mira -interrumpió-, cambiemos de tema. Prefiero pensar que no estás tarado y que te he dejado entrar.


De nuevo, el silencio.


- Vamos, voy a enseñarte la casa. Como vas a vivir aquí tendrás que saber dónde está tu cuarto.

- ¿Vivir aquí?

- ¿Prefieres vivir en la calle? -Castiel no dijo una palabra- Eso me parecía.


Dean le cedió la habitación de su padre. Como las habitaciones tenían todas un tamaño parecido, Dean decidió no cambiar de cuarto cuando John murió. Se había quedado con alguna ropa tras el entierro, como aquella vieja chaqueta de cuero marrón, pero no se había quedado con su dormitorio. Castiel se quedó mirando la habitación, absorto, y no le vio salir de allí.


- Te voy a prestar algo de mi ropa. Ya te conseguiremos algo de tu talla -le escuchó decir, ahogado por las paredes, mientras resonaban cajones al abrir y cerrar. Nuevamente, se guió por el sonido.


Al asomarse, asumió que era la habitación de Dean. Las paredes estaban adornadas con posters de grupos de rock, y había un mueble repleto de comics. Era como la habitación de un adolescente. Supuso que era coleccionista. Aunque no se detuvo mucho más en mirar la decoración. Castiel quiso decirle que estaba allí, dado que el otro no se había dado cuenta, pero la voz se le murió en la garganta. Dean se estaba quitando la ropa mojada. No pudo evitar pasear la mirada por el cuerpo de su anfitrión hasta que éste se puso unos pantalones y se percató de su presencia, sin pasar por alto el significado de aquella mirada de ojos azules.


Dean carraspeó y le lanzó un par de prendas dobladas.


- Ropa limpia. En el cajón bajo el lavabo hay cuchillas de afeitar nuevas y hay toallas en el armario. Si necesitas algo, me llamas. Hay pavo de microondas, espero que no seas muy melindroso porque es nuestra cena de Acción de Gracias.



*



Se despertó a mitad de la noche, sin saber por qué. Dean solía dormir como un tronco, del tirón.


- Dean.


Se llevó un susto de muerte. Al volver la cabeza hacia la voz vio que había alguien junto a la cama, de pie, observándole.


- ¡Me cago en la puta! -exclamó, un instante después de darse cuenta de quién se trataba-. ¿Qué haces aquí?

- Perdona que te moleste. No puedo dormir, la cabeza me está matando, y me preguntaba si podía tomarme una de las aspirinas que tienes en el baño.


Dean se mordió la lengua para no mandarlo a Alaska de una patada.


- ¿Me despiertas por una puta aspirina insignificante? Coño, coge las que quieras. Como si fuera tu casa, hostia.

- Discúlpame por haberte despertado.

- Cas -lo único que Dean quería era dormir. Ya se preocuparía de recordar cómo terminaba el nombre de su nuevo compañero en otro momento-. Basta de charla. Come, bebe y utiliza lo que te salga de la polla sin mi permiso, no me despiertes por gilipolleces. Pero avísame si la casa se quema.

- Está bien, muchas gracias, Dean.


El susodicho balbuceó algo ininteligible, pero ya estaba dormido.



*



Hacía diez minutos que la señora Miller había llamado a Jo, y Jo a Dean, para llevarle las cosas que faltaban -Castiel se había quedado en casa- pero allí no había nadie. Ni un alma. La puerta estaba abierta y por mucho que llamó a la mujer no recibió respuesta. Ni siquiera Whiskers salió a restregarse contra sus piernas.


Dean tuvo la sensación de que había ocurrido algo terrible.


Se adentró en la casa y escuchó un chapoteo a sus pies. No se veía muy bien, casi había anochecido del todo. Y tal como pudo comprobar a continuación, la luz no funcionaba. La cocina estaba al lado, así que se acercó a buscar a tientas aquella linterna del cajón, que seguía estando allí. Quizá había ido a mirar los fusibles y la luz se había ido. O había llegado Jimmy. Descartó la segunda idea nada más pensarla. Aquel bastardo se hacía desear. Más de una semana tardaba en responder cualquier petición, por poco que tuviera que hacer. Y tampoco había visto su camioneta.


Encendió la linterna y volvió al pasillo, donde estaba el charquito. Sangre. El gato, o lo que quedaba de él, yacía degollado unos pasos más allá, frente la puerta del sótano, que estaba abierta.


Dean no se paró a pensar con sensatez, bajó corriendo las escaleras.


- ¡Señora Miller! -gritó.


Terminó de bajar los peldaños y se adentró en el sótano. No estaba allí.


No se esperaba un chasquido a su espalda y se volvió. Contuvo la respiración.


- Tú.


Susie le miraba con ojos oscuros, bañada en sangre, a menos de un metro.


- Hola, Dean. Te has hecho esperar.

- ¿Qué te ha pasado? ¿Dónde has estado?

- Dimití. Ya no me interesa trabajar en una lavandería. Nunca más.


La chica se acercó, poniendo una mano sobre su hombro, mirándole insinuante.


Había algo que no marchaba bien. Dean lo sentía, lo sentía hasta en el tuétano. Algo le decía que saliera de allí cagando leches y no mirase hacia atrás.


- La gente está preocupada por ti.

- A la mierda la gente, Dean. Tú y yo. Es lo único que importa ahora.

- Eh... no creo que sea buena idea. No puedo dimitir. Necesito el dinero.

- Puedo enseñarte otro estilo de vida -Susie perfiló su cuello con el dedo índice, arañándole mientras le miraba como un halcón a su presa. Dean reprimió el siseo al notar el corte.

- ¿Como cuál?


Ella sonrió. A Dean se le heló la sangre en las venas al verla sonreír de aquella forma, iluminada pobremente por la linterna y teñida de rojo de pies a cabeza. El rostro de la joven se transformó horriblemente y sus dientes se volvieron puntiagudos. Se le abalanzó y Dean logró empujarla a duras penas contra una estantería, tirando todos los frascos de conserva que había en ella y haciéndolos añicos. Susie volvió a lanzarse contra él. Parecía divertirse. Dean trastabilló al intentar andar hacia atrás y escurriéndose con algo de los botes y cayendo al suelo. Notó la mordedura del cristal en sus manos al intentar aterrizar con ellas para amortiguar la caída. La linterna había caído por algún lado y no veía prácticamente nada. Fue demasiado tarde cuando notó a Susie inmovilizarle y algo punzante se clavó en su cuello. Era más fuerte que él y le tenía bien agarrado.


Tuvo la total certeza de que iba a morir aquella noche, y gritó con impotencia.


Se sobresaltó al escuchar, repentinamente, un sonido sibilante tan cercano a él, justo antes de ver la silueta de la cabeza de Susie caer con un sonido sordo al suelo. El cuerpo se desplomó hacia el lado contrario.


Una mano masculina le ayudó a levantarse y recuperó la linterna.


- Dean.


El aludido hizo presión con la mano en su cuello mutilado, mirando aquella figura que se alzaba junto a él, con los ojos muy abiertos.


- ¿Sam? ¡Qué coño haces aquí!