lunes, febrero 08, 2010

Beatha: Verdades

Yo... esto... esto lo iba a postear mañana que es el cumpleaños de mi Blackstarda favorita [info]misspiruleta que debe va a ser mi compañera de piso, pero como ya está beteado y me hormiguean las manos, voy a subirlo ahora. Gracias a [info]maya_takameru por betear, como siempre, que es mi ÍDOLAAAA!!

FELIZ CUMPLEAÑOS con adelanto, CHOCHETE MÍO!!!!!!!!! *se dopa de azúcar para mandarle amor*

(Y un beso a mi esposa [info]neurona_muerta que lo leyó ayer y se descojonaba)
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BEATHA: VERDADES
Sam se había marchado de casa, unos días. Semana y media, más o menos. Iba a pasarlos de vacaciones en casa de sus padres e ir con sus amigos del colegio a recordar viejos momentos. Y él se había tomado esos días como una extraña vida alternativa. Así serían las cosas si después de la universidad no hubiera invitado a Sam a vivir con él.
...pues vaya mierda más grande.
Las palabras de su hermano retumbaban en su cabeza de forma casi obsesiva.
"No la jodas, Liam. A ese chaval le importas mucho y más te vale no cagarla".
Se lo había dicho en Imbolc y ahora faltaba poco menos de una semana para celebrar de nuevo Lughnasadh y Liam no las podía tener más grabadas en la mente. Marcadas a fuego con un hierro bien candente, diría. Habían abierto viejas heridas. Muy, muy viejas, en realidad. Sólo había ocurrido cinco años antes, pero Liam los sentía como una vida entera. Habían pasado muchas cosas desde entonces.
La situación le recordaba demasiado a su adolescencia, a Zach, sólo que con papeles invertidos. Era Sam, y no él, quien había dado el primer paso, dicho de alguna forma. En realidad Sam no había dado señales, ni le había dicho nada, pero desde que Patrick le lanzó la advertencia se dio cuenta de algunas cosas, de algunos gestos y de algunas miradas más largas de lo normal. Pero su comportamiento no había cambiado en nada tras saberlo y no le había comentado nada a su compañero.
Y Liam había reparado en ciertas cosas que él mismo había hecho a lo largo de aquellos meses. Cosas como cuando se levantaba temprano los sábados para verle llegar de trabajar y tener la cafetera encendida. Había comenzado siendo un detalle, una especie de agradecimiento por las molestias que se tomaba con él; y sin embargo había descubierto que le gustaba madrugar para verle llegar, un poco ojeroso y con los hombros caídos y la ropa del hospital en la mochila. Contemplaba cómo se calentaba las manos con la taza -siempre le daba una de color rojo por las mañanas- y preguntaba distraído si era descafeinado. Casi podía verlo en esos momentos en la cocina, apoyado contra la encimera mientras bebía café despacio, pero a grandes sorbos, con la mirada algo perdida. Tenía la excusa de que le venía bien madrugar para preparar su medicación de toda la semana y tenerla lista para enfriar a la hora de comer, y fue la razón de que no pensara en ello durante tanto tiempo.
Liam le había dicho a Patrick que no había nada de eso en un primer momento. Ni siquiera estaba totalmente seguro de que Sam sintiera algo por él, así que él estaba decidido a no sentir nada por Sam, y tampoco quería hacerle daño si resultaba que su hermano tenía razón. Había estado evitando sentir algo por alguien desde que terminó con Zach. Y no es que siguiera enamorado de él, eso era algo a lo que ya había dejado atrás, sino por una especie de secuela de la relación con el hufflepuff: Liam tenía miedo de sufrir. De fracasar, más bien. Que todo se fuese a la mierda y volviera ese dolor, ese pozo negro que se abriría bajo sus pies y lo tragaría para sumirlo en un mundo de oscuridad. No quería perder el norte de nuevo. No quería tener a su familia encima y no saber cómo huir de todo aquello.
Tiempo atrás se había prometido no volver a relacionarse de esa forma con un amigo, y no quería faltar a su palabra. No quería fastidiarlo todo. Si cedía y salía mal... estaba seguro de que acabarían distanciándose. Sam se iría y Liam se quedaría solo. Sin pareja y, más importante aún, sin amigo. Y si perdía a Sam como amigo, entonces él sí que estaba perdido. No lo habría imaginado unos años antes, pero el chico era especial. Era único. Sabía cómo alegrarle el día con sólo un comentario y se preocupaba por él sin llegar a convertirse en su madre, y realmente disfrutaba de su compañía. No podía perderle. Por eso no debía permitirse caer en nada de ese estilo con él. Y sin embargo había cedido, de cierta manera. Se habían acostado un par de veces, aunque habían acordado que eso no iba más allá.
Lo que había empezado siendo unas vacaciones sin Sam se había convertido en su ruina. No podía sacárselo de la cabeza. Sam. Sam. Sam. Sam.
Quería ver su cara sonriente otra vez, escuchar su voz canturreando en la ducha, contemplar su sonrisa canalla estampada en su cara, admirar su pelo revuelto al despertarse y oír el sonido de sus pasos descalzos por el pasillo.
Y lo más importante de todo: él quería formar parte de todos esos momentos.
En realidad, sabía que quería mucho más que eso desde hacía meses, aunque no debiera. Sabía bien qué era lo que sentía.
Liam resopló y miró el reloj. Eran las ocho. Estaba aburrido -rallaba la desesperación-, tirado en el sofá de cualquier forma. En la mesilla había una pequeña torre de latas de cerveza de varios tipos que había ido acumulando durante los últimos tres días que casi le tapaban el televisor desde aquel ángulo. Trató de hacer zapping, pero no le apetecía ver la tele.
Una de sus opciones era vestirse y bajar a la taberna, pero no tenía ganas de moverse. La segunda era encender el ordenador y jugar al mahjong hasta dejarse los ojos en la pantalla. La tercera era mirar sus anotaciones para la petición que pensaba enviar al Ministerio para solicitar una beca de investigación; pero había bebido demasiado como para considerarse apto de revisar enrevesadas fórmulas en aquellos momentos. La cuarta era leer un libro, pero los únicos que no había leído eran los que Sam tenía en su habitación y no quería entrar allí sin su dueño dentro. Así que su quinta y última opción era seguir en aquel sofá y esperar que el cansancio le venciera. Decidido a seguir su monótono plan, se acercó al frigorífico a por una nueva cerveza y le dio un buen trago antes de volver a sentarse y caer de nuevo en la misma espiral de pensamientos.
No supo cuánto tiempo había pasado hasta que escuchó el chasquear de unas llaves en la puerta y el rumor de alguien caminando por el pasillo. Era Sam. Se le ocurrió que debía decirle algo.
Sin pensarlo, se levantó y se encaminó hacia la habitación de su amigo, que justo estaba soltando la maleta.
- ¡Hey, Li! He visto la luz del salón encendida, pero quería soltar el macuto antes, ¿qué tal?
El aludido no respondió. Acortó la distancia entre ambos en unos cuantos pasos y sin detenerse a reparar en lo que hacía, le empujó contra la pared y le besó. Hubiera sido bueno no haber pasado la tarde bebiendo, pero ya era demasiado tarde para solucionarlo. Sam no se resistió tras la sorpresa inicial y le dio vía libre, lo que le permitió que sus manos se deslizaran solas por el cuerpo de su compañero de piso a zonas poco accesibles normalmente y allí hicieran allí su agosto. No tardó en empujarle hacia la cama donde se encaramó sobre él sin separarse de su boca ni un solo segundo.
*
Sam no recordaba una bienvenida mejor en toda su vida. Claro que nunca se lo habían tirado de aquella manera, y menos al llegar a casa. No sabía si estaba soñando o qué era lo que pasaba, pero en esos momentos su cerebro se resistía a funcionar más allá de acariciar vagamente el brazo izquierdo de Liam. No sabía qué mosca le había picado al susodicho, pero no iba a ser él quien se quejase.
Como si lo hubiera mentado, Liam se incorporó de un bote, alarmado y mascullando improperios.
- Joder, no. Mierda. ¡Mierda, mierda , mierda!
- ¿Qué? -preguntó Sam alarmado mientras observaba al muchacho ponerse los calzoncillos y buscar sus pantalones con urgencia- ¡Liam!
- Esto no debía pasar. No tenía que haber pasado, ¡mierda!
- ¿El qué?
Sam acabó por levantarse también y tratar de calmar a Liam, para quien parecía haber sucedido una catástrofe de magnitudes bíblicas.
- ¡Esto! Joder, yo quería hablar contigo y no ponerme a... a... -tartamudeó.
- Follar.
- ¡Eso!
- ¿Y qué? Ni siquiera es la primera vez que pasa.
- ¡Pero no tenía que pasar!
Liam estaba pasando de nervioso a histérico en cuestión de segundos y Sam decidió sujetarlo por los brazos para intentar que se centrara.
- Cálmate y dime qué es lo que ocurre. De qué querías hablar, a ver.
- Yo venía a hablar contigo. Joder, lo siento, me siento fatal, yo...
- Liam, que das más vueltas que un garbanzo en la boca de un viejo. Qué pasa.
Si Liam McCubbin había imaginado alguna vez cómo iba a decirle aquello, nunca habría imaginado que sería después de un polvo con el implicado en pelotas delante de él intentando relajarle. Bueno, quizá eso habría ocurrido después, no antes, en todo caso.
Se pasó una mano por la cara y respiró hondo.
- Sam, tú... Tú y yo, tenemos que hablar.
Antes de que pudiera decir nada, Sam interpretó su cara seria y reaccionó.
- ¿Tengo que irme del piso o algo?
- ¿QUÉ? ¿Pero q-? ¿De dónde has sacado la idea? ¿Eres gilipollas?
- ¿Por qué coño ibas a estar tan serio si no?
- Porque... joder, porque sí -respondió abochornado.
El moreno contuvo una sonrisa, y volvió a preguntarle, ya más tranquilo, y esperó que siguiera hablando.
- Es que tengo que contarte una cosa -Sam sólo le miró expectante y él deseó no haber probado una gota de alcohol, o haber bebido más para tener narices a soltarlo sin rodeos, pero lo cierto es que no sabía cómo abordar el tema-. Tú sabes que yo... bueno, que no soy muy amigo de lo que son las relaciones a largo plazo, ¿verdad?
Así que ahí estaba. Liam sacando el tema. Sam se esperaba cualquier cosa menos lo que iba a decir.
- Sé que estas cosas no se dicen de esta manera, pero ya la he cagado, y estoy medio borracho y funciono en automático. Y debería quedarme quieto por lo que pueda pasar, pero ya he empezado a hablar y no me dejarías callármelo, así que lo voy a soltar. Pero quiero que sepas que como te rías te voy a cortar los huevos -el chico se preparó mentalmente. Sabía que la castración no iba en serio, pero sí era muy probable que se llevase un maleficio por reírse, fuera lo que fuera-. No has pasado ni dos semanas fuera y me he vuelto medio loco, joder. Me sacas de quicio constantemente y me gastas bromas de mal gusto y no soporto tu cocina pseudovegetariana. Odio que me levantes los domingos temprano para limpiar y que bebas directamente de la botella de leche. Cuando ponemos una serie o una película no te callas ni debajo del agua y me dan ganas de matarte. Y lo peor de todo es que jamás hubiera pensado que voy a decir lo que estoy a punto de decir, y te aviso: no voy a volver a repetirlo ni bajo tortura, así que afina el oído.
Ahí fue donde Liam se volvió a atascar, con la mirada fija en el suelo, frustrado.
- ¿Te tengo que dar las gracias o algo? -apuntilló Sam, con sarcasmo.
- No he terminado.
- ¿Vas a seguir poniéndome a parir? ¿Esto es alguna especie de intervención o algo?
- ¡Déjame terminar, hostias!
- Me cago en la puta, chaval, me estás poniendo a caldo y ¿esperas que me calle? No me toques los cojones. Aquí o pinchamos todos o la puta al río, coño. Y tú a mi no me pones a caer de un burro porque no me sale de los huevos.
- Sam.
- Ni Sam ni pollas en vinagre, cabezabolo. A ver si te vas a creer qu-
- Sam, déjam-
- ... y vienes a tocarme los huevos de esta maner-
- ¡Estoy enamorado de ti, capullo! -explotó Liam.
- ... porque te puedes ir a la mier-...
Se hizo el silencio.
- ¿Que tú qué?
- No voy a repetirlo.
- No, en serio.
- En serio, sí: no voy a repetirlo.
- ¿... pero lo dices de verdad o no?
- ¿El qué? ¿Que no voy a repetirlo?
- Lo otro.
- Lo otro sí.
Liam no sabía qué hacer, y Sam parecía haberse quedado pasmado.
- ¡Di algo, joder! ¡Lo que sea!
- Es que no sé qué decir.
- ¿No?
- No. ¿Qué esperas que diga?
- No lo sé. ¿Deja de acosarme? ¿Me voy? ¿Voy a hacerme el loco y vamos a ver una peli?
- ¿Crees que bastaría con irme, Liam?
- No sé. Es menos incómodo no verme la cara, digo yo.
- Lo que yo pensaba hacer es diferente -le respondió, mirándole con cara de perdonavidas.
- Pues hazlo. No me opondré si-
No le dejó seguir hablando porque se le acercó tanto que le cortó la línea del pensamiento.
- Sólo voy a preguntarte una cosa antes de nada: después de lo que acabamos de hacer hace un momento, ¿vas y te me pones rojo como una colegiala? Eres un caso aparte, tío.
- Sí, bueno... -balbuceó el otro.
- Te voy a decir lo que voy quiero hacer. Lo que quiero es que te metas en esa cama y no que no salgas de ella hasta que sea de día -sus ojos brillaron con travesura-. Y entonces, después de desayunar, y no antes, deberíamos hablar sobre un par de cosas. ¿Qué me dices?
La verdad es que no se podía negar a la proposición.

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