miércoles, octubre 28, 2009

Beatha: Sonrisa

Capítulo nuevo, wooo (no os acostumbréis, por si acaso xD) Ubicado en... diciembre del 2010 :D (después de Perseverancia y antes de Secretos). Agradecimientos a la buena de mi beta, [info]maya_takameru . Las donaciones al final, tenemos que hacerle la estatua.

A ver qué os parece :D


BEATHA: SONRISA
Veintitrés de diciembre de 2010. Final de la carrera. El último examen acaba de finalizar y Sam estira los brazos mientras gruñe apaciblemente. Se queda esperando en la puerta, apoyado contra la pared. Se mete las manos en los bolsillos de la sudadera roja y luego palpa en su bandolera, donde tiene los apuntes. Desearía tener un chicle o algo que hacer con las manos, está nervioso.
La suerte ya está echada.
Liam sale el último, pero no es como si le sorprendiera a estas alturas. Parece agotado. El pelo le cae por la cara, tal y como lo llevaba antes. Ha tardado quince meses en recuperar la longitud de antes. No es que no fuera divertido verle con el pelo de punta cuando le empezó a crecer tras raparse la cabeza, pero parecía otra persona.
- ¿Qué tal ha salido? -le pregunta. La mirada de Liam se dirige hacia él, detrás de sus ojeras, y deja escapar algo cercano a un resoplido.
- No preguntes -dice con voz rendida, arrastrando las palabras. Conociéndole, lleva sin dormir más de cuarenta y ocho horas- No quiero pensar en ello.
Sam sonríe y le echa el brazo por encima, zarandeándole un poco. En ocasiones normales Liam le lanzaría una mirada asesina y le clavaría su afilado codo entre las costillas, pero no parece ser el caso, así que aprovecha el momento.
- Pues vamos a emborracharnos, es el mejor remedio. Nos vamos a la taberna del campus y nos remojamos el hígado en alcohol, ¿te apetece?
- Nunca he ido a la taberna. No es zona permitida -comenta, con el ceño fruncido. A Sam le dan ganas de besarle la arruguita que le sale entre las cejas cuando hace eso.
- Hemos terminado todos los exámenes. Ahora sí podemos ir.
Masculla algo entre dientes que parece un "de acuerdo" y Sam le guía hasta la tasca. Tampoco ha ido nunca, pero se ha informado de dónde está en las instalaciones. El número de personas se incrementa paso a paso a medida que se aproximan. Estudiantes normales de la Ollscoil Draíochta, sin programa especial que celebran el fin del trimestre. El ambiente es como un mundo aparte en el que se han sumido durante todo el curso. Hay gente hablando en voz alta y carcajadas por todos los rincones. Para nada similar al claustro donde han estado ellos durante setenta semanas.
Encuentran un sitio medianamente tranquilo -Liam gruñe y mira hacia las mesas más ruidosas como un perro viejo- y Sam pide la primera ronda. Le pone la pinta delante.
- No sé si te gusta la cerveza negra. Si eres abstemio...
- Bebo -responde McCubbin, mirándole ceñudo, como si fuese obvio. Pero no es obvio en absoluto; Liam es tan sumamente raro a veces que no le sorprendería que no probase el alcohol. Y no sólo por la enfermedad de la que sufre y de la que se supone que no sabe nada, sino también por sus manías. Quince meses de vigilancia continua han dado para conocerle mejor de lo que ya le conocía. Y se ha dado cuenta del cambio de los últimos meses, desde Beltaine. Sabe que algo no marcha bien en él, pero que lo está superando. Y que se lo lleven los demonios si él no tiene nada que ver en ello.
- Te invito, por cierto.
Y Liam hace una mueca con la boca. Algo que parece el intento de una sonrisa.
- Creo que es conveniente, sí. No he traído dinero a la universidad. Compré los libros, el papel y la tinta antes de venir.
- Lo de llevar un poco más por si las moscas no es lo tuyo, ¿verdad? -bromea Sam.
Liam levanta las cejas y adopta ese aspecto de mártir tan propio de él.
- No pensé que fuera a celebrar mi último examen. Se veía tan lejos...
- Si te sirve de consuelo, yo lo veía improbable. Tenía asumido que iba a suspender en el primer examen y me iba a tener que largar.
La conversación se congela durante un buen rato, donde sólo beben y miran a los demás. Sam vuelve a romper el silencio entre ambos porque se aburre y tiene nervios post-examen y casi parece que Liam va a entrar en coma de un momento a otro.
- ¿Estás cansado?
- Un poco. Pero quiero cenar antes de irme a dormir.
La poción que toma por la cena, supone. De no ser así, está seguro que Liam habría marchado de cabeza a la cama. Y eso que apenas son las cuatro.
- Seguro que podremos comer algo por aquí, si tienes hambre.
- No te preocupes, esperaré a la cena.
- Sólo tienes que pedir. No me importa invitarte.
Liam murmura algo en voz baja. Más bien balbucea, o lo intenta. Es una respuesta vaga, pero Sam entiende lo que quiere decir. Que esperará a la cena para ir a dormir. Pero no ha dicho que no a invitarle a comer algo, así que se acerca a la barra a pedir unos sandwiches.
Cuando vuelve, Liam está medio ido, casi dormitando, tumbado contra la pared de madera. La ventana está justo detrás y la luz resalta sus ojeras. A ese chico le hace falta una buena dosis de cama, en el sentido inocente de la frase. El pelo castaño le enmarca la cara, levemente alborotado por la humedad del clima, y las pestañas se le ven casi rubias al contraste con la luz. Lleva puesta su trenca azul oscuro -que, para qué mentir, le queda de muerte- con las solapas del cuello hacia arriba para abrigarse mejor. Por el calor de la taberna tiene la nariz y las mejillas enrojecidas y Sam desea, quiere, necesita, enmarcar ese momento. Literalmente. Cuando Liam se da cuenta de que ha vuelto se vuelve a erguir y le medio sonríe de nuevo como saludo.
- No creo que sea la compañía más vivaracha en estos momentos.
- Qué dices, yo también estoy hecho mierda, ¿qué te crees? Lo que pasa es que me he dopado de café esta mañana. Y además estoy en estado de histeria.
- No puedes estar en estado de histeria.
- ¿Cómo que no? ¿Y eso por qué?
- Porque no tienes útero.
La respuesta le hace reír. Le suena a chiste malo, pero la falta de sueño incrementa su risa fácil. Liam suele tomarse siempre las cosas en sentido literal.
- ¿Y tú qué sabes? Soy toda una locaza.
- Oh, sí, lo había olvidado.
La sonrisa se le estira en la cara. ¿Es él o Liam le está siguiendo la broma? Le hace sentirse increíblemente feliz.
- ¿Cuál es el remedio a su diagnóstico, futuro doctor? -pregunta con soniquete.
- La masturbación, por supuesto.
Lo más hilarante de todo es que Liam contesta serio, justo antes de agarrar la pinta con gesto solemne y brindar en silencio en su dirección antes de darle un trago.
- Me pondré a ello cuanto antes. ¿Sabes que las pacientes iban al médico a ser tratadas de histeria?
- Oh, pues yo no. Cada uno que se cure en su casa.
- Vaya matasanos más soso vas a ser.
- No soy soso, soy precavido. A ver si luego van a venir las pacientes diciendo "A mí me cura mejor", "No, a mí me cura más", y no quiero problemas. Si tengo que masturbar a pacientes en el trabajo prefiero cobrar un extra.
- Tú di que sí, Liam, que de médico a chapero hay un paso.
- ¿Qué es un chapero?
- Nada, un tío que trabaja con chapas, no te preocupes. Era un comentario aleatorio.
El aludido le gruñe, sabedor de que le está tomando el pelo, pero lo deja correr. Seguramente acaba de apuntar la palabra mentalmente para buscarla luego en un diccionario. Es fácil burlarse de él, sólo hay que utilizar palabras un poco más coloquial en inglés o usar alguna expresión pintoresca, que no entenderá nada. Puede considerarse totalmente su mentor en lo que a jerga se refiere.
Se hace con uno de los bocadillos y mastica algo distraído. Lo cierto es que a él le hace tanta falta una cama como a Liam. No va a echar nada de menos las horas estudiando como un animal, los madrugones para repasar apuntes y las horas de sueño perdidas.
Se quedan mirando a la gente, que viene y va. Casi todos en grupos. Ambos se sienten extraños con respecto a los demás. Es como si hubieran envejecido. Están allí, reventados por el sueño, por el estudio hasta la extenuación durante cuatrocientos noventa días, mientras los estudiantes que hay en el local conversan entre ellos con una relajación que se les hace casi irreal. Es como si la gente de allí todavía pudiera permitirse ser niños. Ellos están a las puertas del mundo adulto y ya no hay marcha atrás. No puede ser que los exámenes ya se hayan terminado, que no haya más. Es como un abismo bajo sus pies, en donde sabe que tiene que saltar tarde o temprano. Y para ellos es más temprano que tarde. Es hora de empezar un nuevo camino.
Sam siente en el estómago el mordisco del miedo.
- Oye, Liam, ¿y ahora qué?
- ¿Qué de qué?
- ¿Qué va a pasar ahora? ¿Qué harás? ¿Volverás a casa y todo eso?
- Supongo. Tendré que empezar a buscar trabajo y demás. ¿Tú?
- Lo mismo. Iré a casa a pasar las fiestas en casa y a echar currículos como un loco. Creo que hay un programa de prácticas que está bastante bien.
- Sí, el de tres meses -dice, mientras se acerca el vaso para beber.
- ¿Sabes dónde es?
- Dublín -masculla. Tiene espuma sobre el labio superior. No por mucho tiempo, no tarda en limpiarse con la lengua. Sam no pierde detalle.
- Hmm. Tendré que informarme. ¿Es tan corto? -pregunta.
- Sí, está apoyado por la universidad y todo eso. Es en una clínica en las afueras. La dirigen sanadores. Es horario intensivo, pero supongo que a estas alturas no importaría mucho. De todas formas cuando den la última nota nos darán información de las salidas laborales y las prácticas. Lo más gordo está hecho pero ahora hay que hacer algún cursillo y demás.
- Ya. Supongo que sería una locura irse a trabajar a pelo. No me meto con una cirugía ni loco, por mucho que aprobase el examen.
Liam bosteza y aprieta los ojos para de librarse de la pesadez de sus párpados. Le lagrimean por el sueño y se le apelotonan las pestañas. Sam siente calidez en el pecho cada vez que tiene la oportunidad de ver a Liam de esa manera, sin barreras, sin estar en tensión o a la defensiva, preparado para contraatacar, ya sea con un puñetazo o unas palabras mordaces.
- ¿Entonces irás a Dublín? -pregunta. Es superior a él, necesita saber dónde estará para poder buscarle.
- Sí. Siempre y cuando me den la plaza de prácticas en la clínica, pero mis notas han sido buenas así que lo más probable es que entre.
- Joder, ¿va por nota? -cuando por fin había conseguido relajarse, vuelve a sentir el picotazo de nervios.
- Claro que va por nota. Los que tienen mejor nota van a tener prioridad a la hora de buscar su lugar de prácticas, especialmente si es un sitio bueno. Y esa clínica es bastante buena, por lo que he oído decir. Y son tres meses. Cualquiera los querría.
Sam siente que los ojos de Liam se posan sobre él y leen dentro de su cabeza.
- No te preocupes por la nota. Tus notas son casi tan buenas como las mías.
- Qué modesto.
- Soy sincero. En serio, podrás ir a la clínica si quieres.
- ¿Me estás dando permiso? Es todo un honor, Lombriz.
En algún momento durante los últimos meses el apelativo ha dejado de ser un insulto para convertirse en algo más bien afectivo. Liam resopla una risa por la nariz.
- Te estoy dando permiso -afirma.
- Me honra con su generosidad, señor.
- Sí, bueno, ya me he acostumbrado a soportarte.
- Es todo un alivio saberlo.
Tiene ganas de achucharlo y de atraparle la cabeza con el brazo y frotarle los nudillos por el pelo. Tiene ganas de empujarle una y otra vez hasta el cansancio y de pegársele como una lapa. Contradictorio, sí, pero la violencia es lo primero que le sale si tiene que reprimir lo que realmente quiere expresar.
- Tendré que ponerme a buscar piso, entonces -comenta Sam medio distraído. Hace un buen rato que tiene el sandwich en la mano sin hacerle caso, y al darse cuenta lo pone en el plato-. ¿Te veré de inmobiliarias?
Liam levanta las cejas y estira un lado de la boca antes de negar.
- Ya tengo casa.
- ¿Vas a estar en lo de tu hermano?
- No, mis padres compraron una casa para mi hace año y poco, en Dublín.
- ¡Qué jeta! ¿Cuándo dices que me iban a adoptar tus padres?
- En otra vida, McNamara -responde con suavidad.
- Oh, venga ya, estaba dispuesto a hablar con tu horrible acento norteño.
- No puede haber más de dos hermanos McCubbin -contesta, como si fuera obvio.
- Anda, ¿y eso? Creí que a los druídas -con druídas se refiere a las familias con larga historia druídica, no como a sí mismo- os gustaba eso del número tres. Por ser el número sagrado y tal.
Su compañero niega con la cabeza antes de hablar.
- El tres es un número demasiado perfecto para que nosotros pequemos de soberbia y tratemos de imitarlo. No somos dioses.
- ¿Entonces tener tres hijos es un insulto a los dioses? -Sam puede nombrar lo menos quince compañeros del Draíochta que tenían dos hermanos más.
- No es que sea un insulto. Es simplemente que no lo hacemos. No nos parece correcto. En mi familia, quiero decir. Cada familia es un mundo y tiene sus tradiciones.
- ¿Tenéis tradiciones? Te tenía por un tío normal en ese sentido.
- Pues no -de nuevo esa cara de mártir. Pero sabe que se está divirtiendo.
- Era demasiado bonito para ser verdad. ¿Qué más tradiciones de familia tienes? No te cortes con los detalles escabrosos.
- No muchas. Llevar el pelo medianamente largo, tocar un instrumento, lo de los dos hijos... El primogénito tiene que ser Fianna...
- Creí que tu hermano lo era por vocación. Y tu padre.
- No es que no les guste, no fue en contra de su voluntad. Tuvieron la suerte de que les gustaba eso, así que todos felices.
- Oh, pues mira, eso que salen ganando. ¿Y cómo es que te cortaste el pelo? También lo hiciste cuando estábamos en el colegio, si no recuerdo mal.
Liam se pasa la mano por el pelo inconscientemente. Parece un poco avergonzado, pero contesta de todas formas.
- Me... cabreé con mi familia.
- Joder, pues menuda forma de revelarse. En tu familia no se estila lo de volverse pandillero, ¿no? -bromea, y el ambiente vuelve a ser menos tenso.
- No me gusta eso de quemar contenedores. La basura quemada apesta.
- Brindo por eso -Sam le sigue la corriente y levanta la pinta. Liam le imita y chocan los vasos.
- ¿No se te hace raro? Haber terminado. Pasado mañana estaremos fuera.
Sam se estira en el asiento, extiende las piernas bajo la mesa y suelta un sonido nasal mientras tanto.
- Mucho. Todavía no he cumplido los veinte y ya he terminado la carrera. No lo volvería a hacer, ¿sabes? Meterme aquí año y medio y no parar. Pero me siento realizado. Quiero ver a mis padres, a mis hermanos, y a mis sobrinos. Y tengo muchas películas y series que ver. Espero que no tenga que ponerme a descargarlo todo como un loco y que mi hermano Ciarán se haya encargado de ello. Le dije que le cortaría las pelotas si no lo hacía.
- Veo que tienes mucho trabajo pendiente.
- Sí. Tirarme en el sofá a comer palomitas y rascarme las pelotas a dos manos mientras veo la tele. Tengo una agenda muy apretada. Me van a salir callos. "Mamá, mamá, estoy muy ocupado de todo lo que me pesan los huevos" -dice con voz aflautada.
En ese exacto momento escucha una carcajada y mira sorprendido al lugar del que procede. Liam. Es Liam
quien se ríe con la cabeza echada hacia atrás. Tampoco es que haya dicho algo graciosísimo, pero Liam toma aire y vuelve a reírse. Se ríe hasta que la cara se le pone totalmente roja y los ojos le brillan por las lágrimas. A Sam le entran ganas de llorar. Ha esperado mucho para volver a escuchar esa risa.
- Si lo llego a saber me meto a humorista, tío.
- Es mi mezcla de imaginación muy viva y sueño. Me lo he imaginado perfectamente y... -sí, la idea le hace mucha gracia porque vuelve a reírse y trata de calmarse bebiendo un poco.
- ¿Y tú? ¿Qué vas a hacer?
- Aparte de alguna que otra ceremonia ritual... sí, también es tradición -agrega-; veré a mi familia y empezaré a amueblar el apartamento. Tengo que llevarme un montón de libros que tengo guardados en la buhardilla de mi casa y tendré que comprar cosas. Es una zona no mágica, así que supongo que el menaje de cocina y todo eso...
- ¿Lo vas a amueblar a tu gusto?
- Bueno, supongo que acabaré yendo con mi abuela y ella elegirá y yo daré el visto bueno -sonríe.
- Es lo que suele pasar. A mis hermanos casados siempre les pasa.
- Hombre, yo es que no me fijo mucho si quedarían bien unas cosas con otras. Me fijo más en la función y su comodidad.
- No, si ya me he fijado. Tienes una forma de vestir... peculiar.
- ¿Tienes algo en contra de mi forma de vestir, Samhradhán?
- Que no sabes combinar. No te preocupes, mejoraremos eso. Ahora me tienes a mí para asesorarte.
- Soy un ser afortunado.
- No sabes cuándo -sonríe socarrón.
Liam apura su pinta y sube los pies al asiento. Sam estaba esperando que lo hiciera en cualquier momento. Lo hacía incluso en la biblioteca, con aquellas sillas que eran una herramienta de tortura medieval de la Inquisición o algo muy del estilo.
Mira el reloj. Las cinco y media. En un rato podrán empezar a dirigirse a sus cubículos a prepararse antes de cenar. Sam quiere hacer una pequeña hoguera con sus apuntes. Entonces se acuerda de algo que tenía preparado.
- Tengo un regalo para ti.
- ¿Eng?
Liam parpadea. ¿Un regalo? No se lo cree, y le ve ponerse a la defensiva en un segundo. Sam no cambia la expresión de la cara, sigue sonriéndole amistosamente. Mete la mano en la bandolera y saca una gorra de pastor en estampado tartan, de tonos verdes y azules.
- Para ti. Es mía, pero no me gusta llevar cosas en la cabeza, así que te la regalo.
- Si no te gusta llevar cosas en la cabeza, ¿para qué la compraste?
Sam se encoge de hombros.
- Me dio por ahí antes de venir a la universidad. Pero no la he usado y no planeo hacerlo. Me gustaría que te la quedaras. En plan... que ahora somos colegas y eso.
- No hace falta que me regales nada para eso.
- Ya, pero quiero que la tengas tú. Si no lo haces volveré al plan del colegio y te meteré el dedo mojado en la oreja.
Liam niega con la cabeza, como si no tuviera remedio, y luego asiente.
- Vale, me la quedo -y aprovecha para ponérsela. El flequillo casi le tapa los ojos- ¿Cómo me queda?
Está para comérselo.
- Te queda mejor que a mí, y eso ya es decir mucho, Lombriz. Con el abrigo te queda bien -Liam se reacomoda el pelo un poco para poder ver y se vuelve a poner la gorra-. Quería pedirte algo a cambio.
- Ya decía yo que había gato encerrado.
- Una foto. Me traje la cámara para hacer fotos al campus, a mi cuarto, como recuerdo, ¿sabes? Y querría que nos hiciéramos una foto juntos.
- Vale.
Liam le sonríe y él siente que se derrite. Está animado y se ha relajado de nuevo y él no puede pedir más. Saca la cámara y le pide a alguien -no presta atención a si es un chico, una chica, o uno de los camareros de la taberna- que les saque una foto y el flash los deslumbra por un segundo.
Un momento inmortalizado. Una amistad en crecimiento. Sonrisas. El brillo de unos ojos, vivos de nuevo.

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