sábado, marzo 19, 2011

Original: Sangre 2/?

Sí, doble post hoy. Hay que joderse.

Os dejo con el segundo capítulo de Sangre. Disfrutadlo. O no. El capítulo uno está aquí.


DOS

La gente no suele darse cuenta de los cambios hasta que han pasado años. No me refiero a los cambios obvios, a las muertes, a los nacimientos, al paso a las canas, a las estaciones, los gobiernos. Hablo de los verdaderos cambios. De la esclavitud oficial a la actual. No os engañéis: el hombre de a pie sigue siendo tan esclavo como lo era hace dos mil años. La diferencia son quiénes los dominan, quiénes sostienen las cadenas. Los que digan que la gente ahora es más racional no sabe lo que está diciendo. Dentro de algunos años volverá el fervor religioso y el fanatismo; ha pasado en todas las épocas. La mujer es ahora más libre que nunca, pero las de antaño también experimentaron los pequeños oasis de libertad en su época. Hablo del suave cambio que lleva de un movimiento artístico, literario y filosófico. Del esfuerzo del hombre por hacer un terreno más llano socialmente para todos. Igualitario, dicen.

A los vampiros no nos gusta nada ese pensamiento. Hemos visto caer imperios y nacer países que no existían. Hemos experimentado el cambio de las lenguas y recordamos aquellas que ya no son más que reseñas en diccionarios de filología. Mi idioma natal ya ni siquiera existe. Con suerte puedes encontrarlo en la toponimia local. Nos divierte el cambio, el cambio significa movimiento. Pero nos gustan las diferencias. El hecho de que vosotros, mortales, queráis allanar todos los caminos, igualar las razas y los sexos y conectarlo todo nos hace querer mataros. En sentido no literal, por supuesto, la mayor parte del tiempo, al menos. No nos gusta la monotonía, y os empeñáis en que todo sea igual en cada continente. Asia ya no tiene el matiz que tenía antes, y América y Europa cada día se parecen más. Las culturas que os hacían únicos ya no existen, ya sólo sois una masa criada con la papilla de autores elegidos para haceros idénticos a todos. Clones, diríais ahora.

Pero, por supuesto, en vuestra mortalidad no os dais cuenta de nada. Yo, sin embargo, lo recuerdo todo y he ido redactándolo desde que fui convertida.

Mi Hacedor era griego. Desconozco su nombre, siempre fue un viejo loco que cambiaba de nombre como si cambiase de ropa. Cada noche se presentaba de modo diferente a pesar de seguir siendo el mismo. Gustaba de dormir en una cueva sin protegerse de manera alguna y hablaba de Sócrates como si lo hubiese conocido, aunque ahora dudo que tuviera más de doscientos años. Lo único en lo que no albergo dudas es que se sentía solo. No vivió mucho después de convertirme. Lo hizo porque había visto mi pequeño botín y sabía que lo había robado y era justo lo que él necesitaba: unas manos ágiles y una vista aguda que obtuviesen las ganancias por él.

Sobre la conversión, es una sensación difícil de explicar. Es una mezcla de éxtasis, sexo, dolor y muerte. Yo siempre lo comparé a estar al borde del orgasmo mientras cada uno de tus huesos se están partiendo. Es una sensación sólo posible con el abrazo de un vampiro.

**

Nunca, jamás, desde que fuera mordida, me arrepentí de ser lo que soy. Nunca me he arrepentido de no formar una familia, envejecer. De haber albergado alguna duda se habrían esfumado con ella. La chica de la cafetería.

Se escondía tras un café largo, frío desde hacía horas. El pelo anaranjado, rizado. Teñido. Un pendiente en la ceja y otro en el labio. Ojos verdes. Llevaba un anorak verde caqui y llevaba la capucha puesta. Tenía las piernas subidas al asiento, las rodillas contra el pecho. Se escudaba. Temblaba como una hoja. Podías escuchar sus gritos, aunque no emitiese sonido alguno. Cada poro de su cuerpo exclamaba su nueva condición. Y podía oler la sangre en su ropa.

Neófita.

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