Esta entrada de Beatha, mi serie de relatos sobre mi personaje, significa Vida y Muerte. Ha sido un poco difícil, porque no es que no haya escrito sobre ello antes, pero sí con alguien que lleva ya más de un año en mi vida: mi personaje Liam. Pero esto tenía que suceder, y tenía que escribirlo.
Comentarios al final.
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Dos semanas. Dos semanas desde que las clases terminaran y lo suyo con Zach diese a su fin. El apetito brillaba por su ausencia. Las notas y el certificado de druida que habían llegado, la inscripción aceptada en la universidad que tanto había anhelado, ahora no eran nada.
Le había costado admitirse a sí mismo que aquello se había acabado, y empezaba a asimilarlo. Y era horrible.
Las horas pasaban lentas, dolorosas, clavando cada segundo con agujas en su piel. Le dolía la cabeza de llorar, el cuerpo de no moverse y no sabía cuándo fue la última vez que había dormido. Y a pesar de los muchos intentos de su familia por sacarle del agujero, Liam se aferraba a aquella oscuridad que merecía. Lo había estropeado todo. Quizá debería haber cedido, haber buscado una universidad normal de medicina donde poder tener tiempo libre. Aunque hubiera tardado años en sacarse la carrera, pero al lado de Zach. No debía haber pensado que quince meses en un curso intensivo era un esfuerzo soportable. Le había perdido por ser tan cabezota.
Hasta que se hizo la luz en su cabeza. Algo hizo click y todo encajó. Todo tuvo sentido. De nada valía llorar por lo ocurrido. No le traería de vuelta así. Tenía que afrontarlo. La solución era tan simple que no entendía cómo no se le había ocurrido antes.
Con un brillo decidido en los ojos buscó su inhalador, papel y tinta, y se preparó. Sólo tenía que ser paciente.
Esperó su oportunidad. Debía hacerlo en el momento justo para que funcionase. Habían pasado unos días y su familia, al verle más repuesto, le había dejado un poco de espacio y se había ido unos días a casa de su hermano. Y llegó entonces un amanecer de primeros de julio. El conocido dolor en el pecho le despertó y se incorporó, boqueando para respirar. Desechó la idea de alcanzar las pociones que reposaban en su mesita, que le curarían al instante. Quería el inhalador.
Se levantó para alcanzarlo y se lo llevó a la boca como un sacerdote se lleva el cáliz con el vino en la eucaristía. Era su salvación. Sería un solo segundo y lo arreglaría todo. Cayó su última lágrima.
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Un golpe fuerte despertó a Di. Movió a Patrick para decirle que había escuchado un ruido, y éste se levantó a mirar. Nada en el salón, tampoco en la cocina. El bebé dormía tranquilamente. Fue al cuarto que usaba su hermano cuando se quedaba con ellos, por si se había caído alguna estantería o algo.
El grito hizo saltar a Di de la cama con la certeza de que algo no estaba bien. Corrió hacia el ruido y contempló a Patrick en el suelo abrazado al cuerpo inerte de su hermano, que sangraba por boca y nariz.
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Los sanadores dijeron que había sido un ataque fulminante. Sus pulmones habían quedado hechos trizas. De hecho, le habían mantenido con un respirador mágico hasta que lo trasladaron al quirófano para hacerle un nuevo trasplante de urgencia. Aún le mantuvieron sedado, completamente dormido, mientras esperaban los primeros resultados del injerto. Había llegado tan mal que era mejor mantenerlo bajo control con la medicación.
Llegada la noche, Riannon apareció de nuevo por la habitación del hospital. Había ido a casa de Patrick a recoger algunas cosas de Liam. Sobre el escritorio había encontrado una nota que le había arrancado lágrimas de rabia, dolor e impotencia.
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“Siento mucho todo lo que habéis tenido que soportar. Por suerte todo va a acabar pronto. Me voy al lugar que debería ocupar desde que tenía tres años. Se acabaron los problemas con mis pociones, los gastos médicos, los sustos y los cuidados tras cada enfermedad. Ahora podréis descansar y ser felices.
Lo que me pasó a los tres años sólo fue una señal de que no debería estar vivo. A los seis años llegó un recordatorio, otro a los ocho, y finalmente a los dieciséis, algo me dijo que debería irme. Pero fui egoísta y me quedé. No debería haberlo hecho, pero puedo enmendarlo. Es hora de seguir mi propio camino. Estoy cansado de vivir.
Sí quiero pediros una cosa, y es que no se lo digáis a Zach. No le escribáis, ni le llaméis; no quiero que lo sepa. No quiero molestarle. No quiero molestaros más a ninguno.
Gracias por todo”**
No podían decirlo. No trasplantaban en suicidas. Riannon comenzó con el papeleo para llevarse a Liam a casa nada más mejorase lo más mínimo. La noticia destrozó por completo a la familia. El más afectado fue Patrick, el último que había pasado tiempo con él, quien se culpaba de no haberlo visto venir. De no haber podido evitarlo.
Cuando Liam despertó la luminosidad de la estancia le dañó los ojos. Blancura, olor a antiséptico, rigidez. Casi podía notar la crueldad de las formas de los muebles. Cuadrados, rígidos, duros. Fríos. No había verdor, ni se escuchaba el arrullo del agua de Tir na nÓg. No había túmulos ni hierba fresca bajo los pies. No podía ser.
Estaba vivo.
Aquellas dos palabras azotaron su mente y rompieron todo rastro de sanidad mental. Un pinchazo en el pecho le informó de que le habían intervenido. Le habían cortado las alas, le habían robado su sueño, lo habían convertido en una pesadilla. Sin embargo todavía tenía tiempo. Se levantó ignorando el dolor de su herida, se arrancó las cánulas de los brazos y ciego de locura buscó algo para terminar con todo. Un bisturí, unas tijeras, una jeringuilla, un poco de aire en las venas y su sufrimiento acabaría. Medicamentos. Una sobredosis también serviría.
Buscó por todos lados hasta encontrar unas tijeras. No eran muy grandes pero bastarían. Las sostuvo apuntando hacia él, alargó el brazo y, de repente, se vio en el suelo, de lado, con los brazos apresados y alguien detrás de él.
- ¿Qué intentabas hacer? –reprendió Patrick, que lo sujetaba como si quisiera triturarle los huesos con el agarre de sus manos- ¿Pensabas hacerlo de nuevo? –su voz temblaba y Liam se sentía encoger por la congoja de su hermano, por lo que le transmitía- ¡Idiota! ¡Maldito gilipollas cobarde!
Allí en el suelo, prisionero, sólo pudo acompañar a su captor con un mudo y doloroso llanto.
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No pasaron muchos días hasta que pudieron trasladarle a casa. Lo mantenían atado de manos y bajo vigilancia constante. Le obligaban a comer, llegando en alguna ocasión a tener que introducirle un tubo directo al estómago. Hablaron de buscar un psicólogo, pero Liam no escuchaba una palabra de lo que le decían. O quizá sí lo hacía, pero le daba igual. Ya no había vida en aquellos ojos. Había perdido el deseo de sobrevivir.
Una mañana la familia al completo más los Lars irrumpieron en el cuarto. No se sentaron. Se alinearon en torno a su cama. Peter, Sybelle y Noah Lars. Di, con Erin, que ya tenía dieciséis meses. Seán, su primo. Su tío Feargus. Su hermano. Sus abuelos, Maeve y Mícheál. Sus padres. Fue Angus quien habló.
- Escúchanos, Liam, porque sólo lo vamos a decir esta vez. No volverás a intentar suicidarte –su tono era firme, estaba completamente decidido a alcanzar una respuesta-. Hemos hecho un geis.
Los ojos del joven se abrieron un poco por la sorpresa y recorrieron molestos la cama. No quería mirarles a la cara. Le odiaban. No le dejaban marcharse.
Pero, aunque pudiera evitar mirarles, no podía podía dejar de oírles. Su madre continuó.
- Si vuelves a intentarlo, sea de la forma que sea, hijo, nos matarás a todos. Todos nosotros moriremos si tú lo haces otra vez.
Jadeó. Había sido un mensaje alto, claro y directo. Sin rodeos ni florituras. Miró a Erin. Aún era un bebé. ¿No la habrían involucrado? Le tembló el labio inferior. No podían haber hecho aquello. Miró entonces a su padre a los ojos, y después a todos, uno a uno. Estaban totalmente seguros de lo que hacían, se les veía decididos. No era un farol.
Una vez dicho aquello, sin una palabra más, le soltaron las ataduras de los brazos. No obstante, Liam sabía que de todas formas era prisionero, y que lo sería para siempre. Jamás sería dueño de su vida. Aún le costaría un tiempo asimilar lo que su familia había hecho, que lo habían hecho por amor y no por odio como él pensaba en aquellos momentos; y mucho más sobreponerse a lo de Zach. Aunque quizá nunca lo haría del todo.