Agradeced a
Llovía fuera. Se escuchaba el golpear de la lluvia contra las ventanas y el traqueteo de los instrumentos de cocina, a través del pasillo. El suelo de madera hizo contacto con sus pies. Al levantarse de la cama, caminó hasta la cocina. Sonrió.
Sam estaba en calzoncillos. En calzoncillos y delantal. Era lógico, uno no se ponía delante de los fogones mientras se fríe bacon a pecho descubierto a no ser que fuera un temerario o no tuviera dos dedos de frente. Cuando se dio cuenta de que estaba ahí, los ojos de Sam brillaron y su sonrisa se ensanchó de forma imposible.
- Buenos días, dormilón.
Liam lo miró, despeinado y ojeroso, y se sentó pesadamente junto a la mesa, acunando su cabeza entre las manos.
- Buenos días. Tengo resaca.
- Ya lo veo.
Le escuchó resoplar y sacar una taza del armario, cómo se abría el frigorífico y el tintineo de los cubiertos y los platos al ser transportados a la mesa. A Liam le gustaban esos sonidos. Le daban a todo aquello una sensación de hogar. De un hogar compartido con Sam y sin llegar a las manos, por mucho que le costase creerlo. Unos años atrás habría sido un chiste de mal gusto. De muy mal gusto.
Su amigo le puso delante el habitual cacao con leche y su ristra de medicamentos y Liam dejó de sobarse las sienes por un rato, tratando de enfocar la vista mientras la mesa se iba llenando de platos, pan tostado, mantequilla, mermelada, bacon y salchichas.
- ¿Qué planes tienes para hoy? -le preguntó Sam.
- ¿Con la resaca? Dormir hasta que me salgan llagas en la espalda y me prometa a mí mismo que no beberé nunca más.
- Chico, mira que eres soso -bromeó.
- A ver, listo, ¿cuáles son tus planes?
- En primer lugar, ducharme y deshacer la maleta. Hacer la comida, la colada, que asumo que tú no has hecho tampoco, hacer la compra, llamar a mi madre... y creo que no me dejo nada.
- El portavoz de las Naciones Unidas tiene la agenda más corta que tú.
- Te voy a decir yo lo que ése tiene más corta que yo.
Y de repente, al pararse a pensar en la maleta sin deshacer de Sam, le volvió todo a la mente. La borrachera de la noche anterior, los besos, aquel polvo y los que lo siguieron. La línea del pensamiento se le cortó y su mano se quedó congelada camino al tarro de mermelada.
-¿Qué?
- Lo de anoche. Pasó de verdad.
Sam pareció ofendido, y frunció el ceño. Se giró un poco para dejarle ver la marca de un mordisco debajo del hombro.
- ¿Qué coño te crees que es esto si no, McCubbin?
Al menos, Liam se tomó la molestia de parecer avergonzado.
- Estaba borracho. Demasiado.
Un latigazo de miedo recorrió a Sam, que se tensó visiblemente. Liam le observó con ojos muy abiertos y empezó a atar cabos rápidamente.
- No voy a retractarme de lo que dije anoche. Ya lo dice el refrán. Los borrachos y los niños siempre dicen la verdad. Y además, te dije que no iba a repetirlo.
Casi instantáneamente, vio cómo Sam se volvía a relajar, y Liam estuvo seguro de que lo que su hermano le había dicho era completamente cierto.
- ¿Cuánto tiempo, Sam?
El aludido miró hacia su taza de café con una timidez que jamás había mostrado y Liam pensó que era como estar viéndole realmente desnudo. Acababa de desenmascararlo y lo había dejado indefenso, sin protección si le apetecía destrozarlo por completo. En aquellos momentos, Sam era como un león herido, o un frasco de nitroglicerina. Si no tenía cuidado se volvería hacia él y le haría un daño considerable.
- Desde que me di cuenta que me gustaban los tíos.
Sam intentó sonar desinteresado y despreocupado, pero no resultó. Notaba la mirada de Liam clavada contra él, ya que no se atrevía a afrontarle con sus propios ojos. Aquello era mucho tiempo. Mucho. Liam no podía acertar la fecha exacta, pero aun así era un tiempo considerable. Años. Y la palabra se le hacía insuficiente.
- Li, no hubiera cambiado nada si te lo hubiera dicho -acertó a decir Sam, que parecía haber vuelto a reconstruir las murallas en torno a él-. En el colegio te tenía tirria y por razones obvias tú no querías ni compartir el mismo aire conmigo. Y me conformaba con ser tu amigo.
- Pero las visitas...
- Bueno, no puedo decir que fuera agradable, pero tampoco podía hacer nada. El piso es tuyo, no eres nada mío y puedes meter en la cama a quien quieras.
Liam sentía como si lo hubieran regañado. Subió las piernas a la silla, tomó sus medicamentos y se llevó una cucharada de mermelada a la boca. "Con dulce siempre pasa mejor", solía decir su abuela.
- Tú también vives aquí -se defendió.
- No me dejas pagarte un alquiler.
- Porque no me sentiría cómodo.
Sam suspiró.
- No hablemos de esto otra vez. La última vez tuvimos movida por la cosa de los gastos y no quiero tocar el tema de nuevo.
- Vale.
Liam se concentró en mordisquear sus tostadas y Sam se bebió el café, ausente. Era la primera vez que tenían un silencio así de incómodo. Fue Liam quien lo rompió.
- ¿Entonces? -Sam alzó la mirada, casi esperando las palabras que quería oír- Tú y yo...
Él sacó a relucir su sonrisa de un millón de vatios y se incorporó para inclinarse sobre la mesa y darle un beso en los labios.
- Tú y yo.
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