BEATHA: RISA
Era la primera vez que llevaban a Liam a pasear por Dublin, y a Riannon le hubiera gustado tener una ocasión más feliz para hacerlo. No es que no hubieran estado anteriormente en la ciudad, pero siempre había sido para revisiones médicas y urgencias, y Liam no había salido más allá de los jardines del Hospital Deirdre.
A aquellas alturas del año las calles estaban llenas de luces y guirnaldas. Era diciembre, y Liam miraba embobado el colorido de los adornos, en silencio, desde su carrito. De un tiempo a esta parte su enfermedad se había agravado. Sus pulmones aún mantenían el tamaño propio de los de un niño de dos años, edad que tenía cuando tuvo el accidente; y sumado a su mal rendimiento impedían tajantemente cualquier actividad física al niño. Prácticamente se ahogaba con un simple paseo. Por eso habían vuelto a Dublín. Tras meses de pruebas, los sanadores habían llegado a la conclusión de que lo mejor era un trasplante. Habían decidido incluso tomar unos pulmones de mayor tamaño, para permitir el crecimiento del niño sin que hubiera resentimiento en su cuerpo en una temporada.
- ¡Maími! -le oyó exclamar- ¿Qué es eso?
Liam señalaba un gran cartel, donde un hombre con taparrabos colgaba de una liana con cara de idiota.
- Es una película, tesoro. Pero en una pantalla más grande.
Le habían puesto películas alguna vez. Pero encontrarlas dobladas al irlandés era difícil y había poco donde elegir. Liam no sabía más que algunas palabras en inglés, como las que venían en los envases de comida, los nombres de algunas ciudades y poco más.
- ¿Podemos verla?
- Está en inglés, cariño.
El niño miró el cartel con los labios fruncidos. Parecía divertida. Y había un gorila con gafas. Patrick, que hasta entonces no había hablado, intervino a su favor
- Va, mamá, vamos a entrar. Siempre podemos ir traduciéndole.
Sólo por verle la cara iluminada a su hermano era capaz de pasarse dos horas traduciendo. Desde que había empeorado, a Patrick le costaba horrores arrancarle sonrisas al niño. No podía soportar esa tristeza tranquila de Liam, le destrozaba por dentro.
Riannon no tardó en sonreír, aceptando la propuesta. Compraron chocolatinas, palomitas y refrescos en la entrada del cine y se sentaron en la sala. El pequeño no perdió detalle de todo lo que le rodeaba cuando le ayudaron a sentarse en su butaca correspondiente.
- ¿Y dónde está la tele?
- ¿Ves esa pared blanca de ahí delante? Ahí saldrá la película. Como si fuera una tele, pero tan grande como la pared.
- ¿Y toda la gente viene aquí y se sientan todos juntos a mirar la pared?
Patrick reprimió una carcajada.
- Sí, enano. Todos vienen aquí. Ver películas todos juntos es mucho más divertido que verlas solo.
Cuando apagaron finalmente las luces y el castillo azul de Disney apareció en pantalla, Liam contuvo la respiración, fascinado.
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Efectivamente, cuando dos horas después salieron del cine, Liam sonreía como no lo había hecho en meses. A pesar de haber hecho preguntas, como por qué George tenía una casa en medio de la selva, no había parado de reír en toda la película y se había hecho fan de los animales, como "el enorme chucho gris comecacahuetes", el tucán, los gorilas tocando bongogramas... pero su favorito había sido sin duda alguna aquel espalda plateada llamado Mono que leía libros a todas horas.
Tampoco ayudaba que su hermano mayor se chocase con cada farola o semáforo que encontró por la calle, imitando a ese tal George de la Jungla, para calmar su risa histérica.
Angus había quedado con ellos al salir del trabajo para salir a cenar fuera. No querían pensar en que podía ser su último día todos juntos, así, pero era difícil de olvidar. Patrick ocultaba su nerviosismo haciendo payasadas y Riannon los observaba callada, atenta, concentrada. Como si quisiera grabarse la escena en la memoria, por si ocurría lo peor. Y el hombre estaba igual de aterrorizado que ellos. No era un tipo de muchas palabras.
Y entonces supo el motivo por el que Riannon miraba tan embelesada a su hijo menor. Un niño de seis años con los problemas de salud que padecía. Un niño pequeño y delgado para su edad y más pálido de lo que debería. Pero sus ojos brillaban de felicidad y toda su cara resplandecía por la risa.
Y Angus respiró hondo mientras sentía cómo las comisuras de sus labios se estiraban formando una sonrisa. Si debía ocurrir lo peor, podría dejar irse a Liam sabiendo que se marchaba feliz.
Su familia era perfecta. Era todo lo que habría podido desear.
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