Es sábado por la noche y tras una cena que consistía en ensalada y pescado -Liam quería fritanga variada y patatas- se han tumbado en el sofá. Ninguno tiene inconveniente en, tras haberse duchado al llegar del trabajo, subir los pies en la mesilla del café.
Sam siente cómo, al alzar las piernas sobre el mueble se hunde más en el mullido hueco. No es que no le guste, pero si de pequeño había tenido miedo a algo, había sido a aquel colchón de casa de su tía Mary que era pura espuma, que al tumbarse se hundía y le daba la sensación de que un día se lo tragaría. Y aquel mueble, traído de casa de Maeve, la abuela de Liam, quien si quería tirarlo por algo sería, tiene el mismo propósito: devorarlos un día de éstos.
Una cerveza -rubia- en la mano (la negra se acabó hace unos días y no han ido a comprar) cada uno, el pijama puesto, acomodados, y es noche de sábado. Lo que significa película de la tele / videoclub (depende de la programación) + "Más allá", un programa que ralla lo sensacionalista en historias de fantasmas. Casas destrozadas por demonios, duda sobre la existencia de ovnis, ángeles, y esas cosas de pirados. Cosa que, por cierto, les divierte muchoa ambos, porque para gente con potencial mágico es muy fácil ver los polstergeist, duendes o fantasmas en pantalla, haciendo cortes de manga al presentador o reportero en escena, o insultándolo, o contando chistes vulgares.
El juego está en que cuando presentan lo que viene a continuación, tienen que adivinar de qué monstruo se trata antes que el otro. El presentador entonces anuncia que van a mostrar una vivienda devastada, donde sus propietarios están viviendo una pesadilla. Espíritus de gente asesinada, agresiva, y con sed de venganza. Mordeduras, libros que salen volando, portazos y gritos.
- ¡Doxys! -grita Sam.
- ¡Duendes! -Liam intenta que su voz suene más fuerte que la de su compañero.
Leprechauns. Resultan ser leprechauns de verbena. Con un montón de botellas de alcohol leprechaun desperdigadas por todos lados, y que los dueños de la casa patean sin querer al no verlas ni oírlas. Y los duendes se revuelven, enfadados y borrachos, contra ellos y les regalan todo tipo de pellizcos, tirones de pelo, puntapiés y todas las palabras obscenas que se les ocurren. Uno, apostarían que el más ebrio de todos, se atreve incluso a hacerles un calvo, y Sam y Liam estallan a carcajadas tras ver ese culo pecoso y feérico por quinta vez en lo que va de programa. El castaño ríe con aquella vibración profunda desde su pecho que sólo parece sentir él cuando le escucha. Quizá es por lo pillado que está, pero le encanta.
Y se quedan allí, repantingados en el sofá, que les hace efecto ventosa, y le escucha proponer otra película porque no tiene ganas de levantarse, cuando termine el programa. Y no hay ganas de irse a dormir, pero sí de seguir incrustados en la espumilla de los cojines.
Escogen una de acción. Una que ya tienen muy vista, pero que no importa. Liam desprende la manta que tienen en el respaldo y se la echa por encima, ofreciendo una parte a Sam, quien acepta gustoso.
Y están a media película, cuando nota a su compañero acomodarse. La pierna encima. Sobre la de él, apoyada a lo largo, desde el muslo, sólo para estar más cómodo. Y luego nota cómo los cojines se hunden un poco más porque se acerca y se inclina hacia él, contra su costado, apoyando su casi adormilada cabeza sobre el hombro del moreno.
Y Samhradhán McNamara se siente genial. Porque siempre ha visto que Liam no es un chico físicamente afectivo desde que empezaron la carrera. Porque sí, da abrazos y besos, cuando se ha dado pie a ellos, con cuentagotas, casi, si no se trata de sus sobrinos, para los que tiene un cupo ilimitado de mimos. Porque le encantan sus muestras de cariño inesperadas, espontáneas. Porque están juntos.
En ese momento no necesita más. Para otros puede parecer que una noche de sábado en casa, comiendo como el resto de los días, con un botellín de cerveza, un par de películas, algo de tele y un sofá viejo delante de ésta es el peor plan del mundo. Pero él sólo tiene que rodear sus hombros con el brazo derecho y se convierte en una noche perfecta.
Sam siente cómo, al alzar las piernas sobre el mueble se hunde más en el mullido hueco. No es que no le guste, pero si de pequeño había tenido miedo a algo, había sido a aquel colchón de casa de su tía Mary que era pura espuma, que al tumbarse se hundía y le daba la sensación de que un día se lo tragaría. Y aquel mueble, traído de casa de Maeve, la abuela de Liam, quien si quería tirarlo por algo sería, tiene el mismo propósito: devorarlos un día de éstos.
Una cerveza -rubia- en la mano (la negra se acabó hace unos días y no han ido a comprar) cada uno, el pijama puesto, acomodados, y es noche de sábado. Lo que significa película de la tele / videoclub (depende de la programación) + "Más allá", un programa que ralla lo sensacionalista en historias de fantasmas. Casas destrozadas por demonios, duda sobre la existencia de ovnis, ángeles, y esas cosas de pirados. Cosa que, por cierto, les divierte muchoa ambos, porque para gente con potencial mágico es muy fácil ver los polstergeist, duendes o fantasmas en pantalla, haciendo cortes de manga al presentador o reportero en escena, o insultándolo, o contando chistes vulgares.
El juego está en que cuando presentan lo que viene a continuación, tienen que adivinar de qué monstruo se trata antes que el otro. El presentador entonces anuncia que van a mostrar una vivienda devastada, donde sus propietarios están viviendo una pesadilla. Espíritus de gente asesinada, agresiva, y con sed de venganza. Mordeduras, libros que salen volando, portazos y gritos.
- ¡Doxys! -grita Sam.
- ¡Duendes! -Liam intenta que su voz suene más fuerte que la de su compañero.
Leprechauns. Resultan ser leprechauns de verbena. Con un montón de botellas de alcohol leprechaun desperdigadas por todos lados, y que los dueños de la casa patean sin querer al no verlas ni oírlas. Y los duendes se revuelven, enfadados y borrachos, contra ellos y les regalan todo tipo de pellizcos, tirones de pelo, puntapiés y todas las palabras obscenas que se les ocurren. Uno, apostarían que el más ebrio de todos, se atreve incluso a hacerles un calvo, y Sam y Liam estallan a carcajadas tras ver ese culo pecoso y feérico por quinta vez en lo que va de programa. El castaño ríe con aquella vibración profunda desde su pecho que sólo parece sentir él cuando le escucha. Quizá es por lo pillado que está, pero le encanta.
Y se quedan allí, repantingados en el sofá, que les hace efecto ventosa, y le escucha proponer otra película porque no tiene ganas de levantarse, cuando termine el programa. Y no hay ganas de irse a dormir, pero sí de seguir incrustados en la espumilla de los cojines.
Escogen una de acción. Una que ya tienen muy vista, pero que no importa. Liam desprende la manta que tienen en el respaldo y se la echa por encima, ofreciendo una parte a Sam, quien acepta gustoso.
Y están a media película, cuando nota a su compañero acomodarse. La pierna encima. Sobre la de él, apoyada a lo largo, desde el muslo, sólo para estar más cómodo. Y luego nota cómo los cojines se hunden un poco más porque se acerca y se inclina hacia él, contra su costado, apoyando su casi adormilada cabeza sobre el hombro del moreno.
Y Samhradhán McNamara se siente genial. Porque siempre ha visto que Liam no es un chico físicamente afectivo desde que empezaron la carrera. Porque sí, da abrazos y besos, cuando se ha dado pie a ellos, con cuentagotas, casi, si no se trata de sus sobrinos, para los que tiene un cupo ilimitado de mimos. Porque le encantan sus muestras de cariño inesperadas, espontáneas. Porque están juntos.
En ese momento no necesita más. Para otros puede parecer que una noche de sábado en casa, comiendo como el resto de los días, con un botellín de cerveza, un par de películas, algo de tele y un sofá viejo delante de ésta es el peor plan del mundo. Pero él sólo tiene que rodear sus hombros con el brazo derecho y se convierte en una noche perfecta.
1 comentario:
Me he partido la caja con los leprechaun xDDD
No me convence lo de que aquellos sin potencial mágico no puedan ver la que organizan los diferentes seres (es más, ¡es una putada! ¿Cómo coño pueden mirar a los ojos a un leprechaun y exigirle su caldero de oro?), pero la historia el imaginar a esos dos siguiendo un programa en plan Cuarto Milenio y partiéndose la caja es hilarante, y lo que viene luego muy tierno.
Dita sea... te tengo que preguntar más acerca de Sam, cuando te cace =__=
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